Ramón Salazar Burgos
Analista Político
En 1945 las potencias aliadas derrotaron a los países del Eje con lo que se terminó, en términos militares, la Segunda Guerra Mundial. La aparición en escena de las armas nucleares en Hiroshima y Nagasaki, con su gran poder de destrucción, marcó el inicio de un periodo que la historia recoge como Guerra Fría, lapso que duró casi medio siglo, concluyendo con la Caída de Muro de Berlín y el derrumbe del socialismo real en 1991, representado por la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Derrotado el peligro que representaba para la humanidad el nazismo y el fascismo, la alianza que habían construido la extinta Unión Soviética y Estados Unidos, junto a Inglaterra, ya no tenía razón de ser. Se reanudó con inusitado impulso la confrontación entre el capitalismo y el socialismo como modelos económicos de producción. Pactado el fin de la Segunda Guerra Mundial y establecida la nueva configuración de la geografía de los países, Estados Unidos y la ex Unión Soviética, como representantes principales de bloques opositores, ante el temor de su destrucción mutua asegurada participaron en enfrentamientos militares indirectos, como en la Guerra de Vietnam o la Guerra de Corea, apoyando a bandos contrarios. Fuera de las guerras subsidiarias desarrollaron ingeniosas estrategias no convencionales, entre las que destacan el enfrentamiento económico y político. La arena ideológica se reservó para la cultura, las artes y del mundo intelectual.
El bloque Occidental liderado por Estado Unidos, ante el temor de que se extendiera por Europa, Asia y África la influencia del socialismo implementó el Plan Marshall con el propósito de rescatar las economías desechas y reconstruir la infraestructura hecha añicos, como resultado de la guerra. Mediante este plan entregó millones de dólares en “ayuda” a los países que quedaron en la órbita del capitalismo.
Además, con la finalidad de que se conjurara el nacimiento de ideologías radicales como el fascismo y el nazismo, promovieron políticas económicas keynesianas que, en términos generales, recomienda la intervención del Estado en la conducción de la economía, con efectos reguladores y distributivos de la renta fiscal. Esta época significó el auge europeo de los partidos socialdemócratas y el surgimiento del Estado de bienestar.
Para combatir la influencia del socialismo diversas agencias de inteligencia del mundo occidental desarrollaron secretamente un programa de guerra cultural, que más tarde se conocería como la Guerra Fría Cultural (Saunders, Frances Stoner, 2013) Este propósito se consolidó con la creación del Congreso por la Libertad Cultural. Tenía oficinas en treinta y cinco países del mundo. Patrocinó más de veinte revistas, organizó conferencias, exposiciones de arte, todo con el firme propósito de desvincular a la intelectualidad, sobre todo europea, de la fascinación por el marxismo, al tiempo que los convertía sutilmente al pensamiento de la democracia liberal. Lo sorprendente del programa fue la gran cantidad de escritores, poetas, artistas, historiadores, científicos y críticos de la posguerra que fueron coptados por esta estrategia de control ideológico, contribuyendo a los propósitos encubiertos de este programa. Fue tan efectiva la estrategia que tales personajes se movían en la dirección que deseaban los patrocinadores, pensando que actuaban en función de sus propias ideas.
En esa época, en México el intelectual más destacado era Octavio Paz. Enrique Krauze era su discípulo más aventajo. Krauze creció a la par del desarrollo de la Guerra Fría. Su infancia y su temprana juventud corrieron de manera paralela a los tiempos de vigencia del Congreso de la Libertad Cultural. No tuvo el privilegio de formar parte de esa primera ola de economistas, poetas, escritores, literatos y ensayistas que con su obra postraron, décadas después, a la sociedad surgida de la posguerra.
Con el poder de la influencia de la palabra escrita, contribuyeron a la destrucción del bienestar conseguido en el medio siglo pasado. Krauze seguramente lamenta no haber nacido un par de lustros antes, pero se ha de sentir plenamente redimido por haber acompañado al vacilante Octavio Paz en un trayecto de su travesía, en la que los identificó pensamiento y acción. Paz, el literato, el poeta, pero también el mercader de las nuevas ideas políticas y económicas de sus últimos tiempos; Krauze, el liliputiense y siervo del poder, al tiempo que verdugo de su raza.
La cercanía de Krauze y Paz, existió desde los tiempos de la revista Plural, pero la connivencia y el entendimiento mejoró a partir de la revista Vuelta, de la cual fue secretario de redacción y subdirector de 1981 a 1997. Existen críticos que señalan que en la fundación de estas revistas existieron fondos de otros programas de difusión del pensamiento occidental, cuidadosamente encubiertos por las agencias extranjeras de inteligencia. No hay que olvidar que llegábamos a los años de la Presidencia de Ronald Reagan en Estados Unidos y de Margaret Thatcher en Inglaterra, precursores de las ideas del libre mercado y de la posterior globalización. Los Chicagos Boys, ya estaban aplicando estas estrategias económicas en Brasil, Argentina, pero sobre todo en Chile desde los años setentas.
La revista Vuelta, desde su fundación acogió a diversos intelectuales, escritores, economistas, etc., de origen liberal, pero también dio cabida a un nutrido grupo de pensadores conversos de Europa del Este, inopinadamente renegados de sus antiguas creencias de izquierda. Poco a poco fueron “seducidos” por las ideas del nuevo credo. No resulta casual que fue justo en el contexto de la Caída de Muro de Berlín y del derrumbamiento de la ex Unión Soviética cuando se da la profundización en Latinoamérica de la liberalización económica. En México, este proceso tuvo el puntual acompañamiento de la revista de Octavio Paz, en la que Krauze era subdirector. Paz fue promotor y difusor de las supuestas bondades de esta recuperada doctrina económica y política.
En 1990, organizó los foros La Experiencia de la Libertad, en los que se dieron cita intelectuales de diversas partes del mundo para analizar la “reconciliación” de las dos grandes tradiciones políticas del siglo XX: el liberalismo y el socialismo. Fue el foro donde surgió la descortés frase de México, la dictadura perfecta, expresada por Mario Vargas Llosa y que Octavio Paz, incómodo, apresuradamente matizó.
Con la muerte de Paz en 1998, Krauze queda aparentemente a la deriva. Desaparece su mentor político, su maestro y su guía. Los reflectores que antes se le negaban, ahora eran sólo para él. La ausencia y el oropelesco brillo político que deja su mentor lo acicata para escribir algunos libros y una gran cantidad de ensayos, llenos de invectivas contra los gobiernos y líderes electos democráticamente en muchos países de América Latina. Era el tiempo en que los demiurgos económicos requerían la fehaciente adhesión de sus intelectuales centinelas. Junto a la producción de obras académicas y objetivas aparece el invectivo Krauze, el de la diatriba, de la calumnia, de la virulencia verbal y el Krauze del ensayo incendiario descalificando a los gobernantes que, con arrojo y desafiando a los poderes constituidos, arribaron a la conducción de muchos países en Latinoamérica, representando esperanza para sus naciones.
En su reciente libro, El Pueblo Soy Yo, cuyo tema de fondo es el populismo, recoge en sus palabras, una serie de ensayos históricos y críticos. En el libro Krauze dialoga y confronta su pensamiento político con el de Richard M. Morse, quien defiende al Estado tomista, de origen cristiano, divino, o monárquico, en el que se establece una relación más estrecha entre el pueblo y el soberano o monarca. Para Krauze, en la cultura política iberoamericana pervive aún un apego atávico a la “ley natural” y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre. Su razonamiento político llega a la conclusión que, bajo la influencia de este modelo se organizaron en Latinoamérica todos los regímenes posteriores a la independencia, lejos del modelo anglosajón o del liberalismo político. El origen de sus formas de gobierno es lo que diferencia a las dos américas. A la América con influencia ibérica y la América con influencia anglosajona. Es en las reminiscencias del Estado tomista, que permanecen en Latinoamérica, en donde Krauze sustenta la proclividad de sus gobernantes al populismo. Así se infiere por el amplio análisis confrontativo que realiza de la obra de Morse.
Ajeno a su geografía nativa y fiel a su pensamiento político, todo el libro El Pueblo Soy Yo, Krauze destila liberalismo puro, cortesanía y genuflexión. Rescato dos episodios en los que se refleja con nitidez su pensamiento liberal. El primero es en la interpelación o en el irreverente disenso que tiene con Richard M. Morse, proclive al Estado patrimonialista o interventor, cuando le reclama que en su obra no haya dedicado una sola línea a pensadores liberales españoles, que fueron determinantes en la conversión de España al liberalismo, justo a la conclusión de la dictadura de Franco. Igualmente le critica a Morse, el escaso valor que le concede al régimen liberal del México posrevolucionario, agregando que el régimen era una monarquía absoluta, sexenal y hereditaria de manera transversal, pero el liberalismo político del siglo XX lo salvo del poder ilimitado y potencialmente tiránico.
De las dos ideas antes apuntadas se obtiene la lectura que para Krauze es la renovación periódica de los representantes de las instituciones depositarias del poder, uno de los rasgos que distingue a las democracias liberales de las dictaduras y populismos. Unas y otros, dice, albergan ambiciones de perpetuidad. Los populistas, vistos desde su perspectiva liberal, no tienen paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. Los populistas, continúa, tienen un concepto mágico de la economía; para ellos todo gasto es inversión. Remata con la afirmación insolente de que la ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales, de los que los países tardan decenios en recobrarse.
Al mismo tiempo que exculpa por razones obvias, el relato de siglos completos de fascismo social provocado por la corriente que defiende.
Krauze ataca con despiadada ferocidad cualquier postura o personaje que se oponga a la idea de la globalización y del libre mercado, causa y origen de la enorme brecha de desigualdad en la región y en el mundo. Defiende con denuedo a las “democracias” que surgieron en los años setentas y ochentas, al tiempo que califica de populistas a las que las sustituyeron años después y que han representado opciones de progreso para sus países.
Entre otros, demoniza por igual a Fidel castro, Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Evo Morales, Lula, Cristina Fernández de Kirchner, Pablo Iglesias, Daniel Ortega, Rafael Correa. Seguramente tienen aspectos criticables, como los tienen también los gobernantes que defiende con su silencio o con su crítica suave.
Negando uno de sus argumentos centrales del populismo, consistente en que éste se deriva de las ambiciones de perpetuidad del gobernante, hasta a Andrés Manuel López Obrador lo incluye en su clasificación de populistas, a pesar de que no es todavía presidente. Además de ensayista resultó también ser un vidente engañabobos de televisión.
Desde la antítesis de su pensamiento, pero sobre todo de un análisis riguroso de su exposición, se puede afirmar que en su narrativa abundan las contradicciones, los argumentos falaces, mal sustentados y superficiales en contra de líderes, democracias y procesos revolucionarios de América Latina. Pretendiendo una falsa narrativa de equilibrio e imparcialidad abundan en su obra las críticas suaves a los populismos de derecha y a los gobiernos liberales. Las omisiones de sus fallos se cuentan por miles.
Finalmente, sus anteojeras conceptuales, su pensamiento político que se reduce a la demonización de los contrarios y a la defensa enardecida de la democracia liberal, promotora de la desregulación económica, la globalización y el libre mercado, origen de la miseria actual de las naciones, le impide reconocer la validez que representa la emergencia de movimientos, partidos y alternativas políticas como solución a los problemas sociales eternamente aplazados. Me regocija la manera en que recogerán su pensamiento político los historiadores verdaderamente libres de las próximas décadas.
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