Opinión

Se murió mi amigo bronco




septiembre 4, 2018

En memoria de René Cabrera Palomec

Hernán Ortiz
Académico


¿Cómo decidieron quiénes hablarían a la multitud aquel dos de octubre de 1968? No lo sé. Por algún motivo decidieron que René Cabrera Palomec no lo hiciera. ¿Habrá sido por ser zapoteca, diferencias políticas o ya eran demasiados y perdió un volado? La cosa es que, si él hubiera estado ahí, este texto no existiría y yo sería otro.
Recuerdo cuando vino Paco Ignacio Taibo II a presentar su libro de Francisco Villa, aproveché para pedir me firmara otra obra suya, le reclamé que el libro no aclara que era una reedición de cuentos, pagué por algo que ya había leído… en fin. Cuando fue mi turno para conseguir su firma, me preguntó a nombre de quién, le dije René Cabrera Palomec. Paco Ignacio dejo la mirada distraída y la firma automática para verme y buscar en mi algún rasgo familiar. ¿Te mandó él? Preguntó. No, pero le regalaré el libro la próxima vez que lo vea, respondí. Suspiro resignado y al entregarme el libro firmado me dijo: el mejor poeta de mi generación.
El libro ahí está guardado, ahora nunca llegará a las manos de René. Ya nunca lo veré.
Recuerdo cuando lo vi por primera vez. Yo había dejado el desierto para estudiar antropología en una ciudad mesoamericana en medio de montañas y bosques. Tuve que hacer mucho trabajo para que familiares y amigos aceptaran mi decisión de estudiar una carrera tan poco lucrativa y en una ciudad en la que no tenía familiares. Los ojos de toda la gente parecían repetirme que Indiana Jones es un personaje de ficción.
¿Habrá sido la tercera clase que tomaba en la universidad? Entro esta figura esbelta, alta, piel morena y cabello canoso. Se paró frente al grupo, éramos diez. Su voz era profunda, entonada, no sólo hablaba, era como si cantara. Nos dijo, ¿creen que estudiar antropología es ser como Indiana Jones? En ese momento pensé que ya estaba cansado de ese discurso para que me lo repitieran en la facultad. Pues sí, dijo él, así es. Continuó diciendo, entraron a estudiar antropología, pues ya se chingaron, el mundo nunca más será igual.
¿Qué no aprender? Él me enseño que en las clases lo importante no es imponerse sino construir conocimiento, luego lo reforzaría con Freire. Parecía conocerme mejor que yo, supo que coleccionaría historietas antes de empezar, identificó mi gusto por la Ciencia Ficción, antes de que yo entendiera con claridad el género. No me generó el gusto por la novela negra, pero me acercó a varios textos que la explicaban y eso me enganchó.
Me ayudó a identificar que mi paladar podía aventurarse a distintos sabores.
En ocasiones nos invitaba a comer y se aseguraba que en la mesa hubiera platillos de todos los lugares de los que éramos originarios los presentes. Él también me trato siempre más como gente del desierto que como mesoamericano. Como si desde siempre hubiera sabido que decidí regresar a morir en esta ciudad que en las tardes huele a solventes y drenaje.
Recuerdo que una vez debatimos sobre elaborar un trabajo de investigación sobre historietas o videojuegos. Yo quería videojuegos, él insistía en la otra opción. Como siempre dejó que como estudiante tomara mis propias decisiones y asumiera las consecuencias. Aun así, abrió un cajón y sacó un folder con una cantidad enorme de artículos sobre videojuegos.
En aquel entonces no había acceso a Internet. De hecho, yo lo convencí para que formáramos un grupo de estudiantes y maestros que aprendiéramos a usar el Internet cuando todavía las conexiones se hacían por Unix. Aceptó, pues quería leer poemas de todo el mundo.
No sé cómo hacía para tener acceso a tanto. Conseguía el artículo, le sacaba copias en una pequeña fotocopiadora que tenía en su casa, luego cortaba las columnas y textos, los reacomodaba agregándoles imágenes y sacaba una copia del mismo texto pero enriquecido. Cuando se ponía coquetón, incluso coloreaba las fotocopias. Ediciones el Pirata, llamaba él a esa afición suya.
Su biblioteca, era de las cosas más hermosas que he visto. Libros de todo tipo, de cine, de arte, de moda, historietas, poesía, filosofía, ciencias sociales, de todo. Con esa manía suya de ordenarlo todo.
No existía IMDB (Internet Movie Data Base) pero su archivo era muy cercano. Cuando veía una película sacaba una fotocopia de la portada y ahí tenía toda la información necesaria. Actores, directores, año, duración, etc. Tenía esta libreta donde apuntaba ideas para ciclos de cine. Fantasía, ¿qué películas pondrías? Preguntaba y si valía la pena las apuntaba. ¿Westerns, policíacas, terror, documentales, etnográficas, eróticas, surrealistas, etc.? Siempre podíamos en cualquier momento tomar el tema de armar ciclos de cine que nunca se realizaron.
Incluso, una vez decidí exhibir en la facultad un anime, Akira, René me hizo el favor de ser el presentador. El auditorio se llenó tanto que salí un momento y ya no pude entrar.
Yo no tengo alumnos, decía René, tengo colegas. Cómo buen replicante, es algo que trato de emular en mis clases.
Mis padres siempre me apoyaron, pero cuando salí de casa para agarrar mundo, René me animó a dar esos pasos.
Siempre corregía mis textos, muchas veces con una burla sin risa, pues me decía que tal vez yo dominaba mejor el español pues su lengua materna era el zapoteco.
¿Democracia? Él me enseñó a asumir que la libertad tiene un costo y que nadie está por arriba de nadie. A la hora de comer quién limpiaba se sentaba en la misma mesa que los invitados y recibía el mismo trato al ser llamada por su nombre. Nunca hubo muchachas ahí.
La última vez que hablamos nos expresamos cariño y planes de vernos para alguna aventura académica.
Ya no habrá oportunidad. Me quede con ganas de mostrarle tanto. Su valor de hacer cosas diferentes me motivó a hacer lo propio. Quería contarle lo que es andar en bicicleta en una ciudad de autos. Quería contarle como es la vida en el desierto. Platicarle que no sólo trato de promover ideas y conocimientos en las aulas de la universidad sino también en oficinas, centros comunitarios o cualquier esquina. Quería platicarle toda la experiencia que me llevó a convertirme en instructor de Krav Maga. Quería compartirle el mundo que fui registrando en tantos textos…
Nunca conoció a Sofía, me da un poco de pena que esos mundos tan maravillosos no se puedan encontrar. Tampoco, conoció a Hernán, que de tantas historias que escuchó de René cuando menos me di cuenta empezó a reproducir muchas de sus conductas. Es negro también, escucha música muy variada, desde rock, hasta marchas soviéticas, pasando por el son cubano. Su colección de libros ya no es física, sino electrónica y tiene obsesión por juntar la más grande cantidad de información sobre los más variados temas… también un torcido sentido del humor.
Mi admiración fue tanta que decidí poner su nombre a mi hijo el menor. Que en la condena parece haber adoptado esta capacidad de expresar cariño y ser tan libre como pueda serlo.
Descansa en paz amigo y maestro René… no te preocupes, que ya te alcanzaré en el Mictlán… mientras tanto seguiré jodiendo en este desierto como el hombre libre que me enseñaste a ser.

 

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