La xenofobia y racismo que inundó las redes de internet en las primeras horas que la Caravana Migrante ingresó a México, fueron derrotados. Miles de migrantes que caminaron de Ciudad Hidalgo a Tapachula fueron acompañados por la solidaridad de las comunidades que cruzaron. Y como es costumbre, el gran ausente fue el gobierno mexicano. La ayuda oficial no llegó, como si las autoridades esperasen cansar a los miles de incansables que huyen del sur
Texto: Rodrigo Soberanes y Ángeles Mariscal
Fotografías: Javier García
Videos: Javier García y Ángeles Mariscal /Chiapas Paralelo
TAPACHULA, CHIAPAS -La Caravana Migrante desapareció. Lo que se escuchaba ahora en el parque de Ciudad Hidalgo eran las escobas de las recolectoras de basura y no el estruendo de más de 5000 voces de personas de todas las edades que se están jugando la vida en esta histórica travesía.
Eran las 6.40 de la mañana y no quedaba rastro del éxodo migrante que recién había logrado reunirse el sábado ahí del lado mexicano tras romper cercos policiales, saltar rejas, caminar cientos de kilómetros, dormir sin techo, comer lo que fuera cuando se pudiera y zambullirse en el agua para cruzar un río fronterizo.
No hubo pausa, a pesar que todavía en la noche cientos de personas seguían cruzando el río Suchiate aferrados a balsas construidas con llantas y madera, y una delgada cuerda que ayudaba a sortear la corriente.
La Caravana Migrante marchó por primera vez en carreteras mexicanas con un nuevo aspecto: el doble de personas que llegaron desde Honduras a Guatemala. Durante el día y medio en que los 3 mil que entraron al puente fueron retenidos mientras entraban por goteo a garita migratoria, el contingente se duplicó.
La línea de las 6 mil personas que caminaban por la Carretera Panamericana que comunica Ciudad Hidalgo con Tapachula medía aproximadamente cinco kilómetros al principio, cuando la Caravana aún estaba compacta. Pero eso fue cambiando mientras pasaban los kilómetros y aumentaban el calor y la humedad.
Familias con menores de edad se iban rezagando por su paso lento y porque se orillaban a descansar. La sombra de los plantíos de plátano era la que más frescura daba, y lo que más reconfortaba era la solidaridad de pobladores de zonas rurales que salían a su paso para regalarles agua y comida.
Pequeñas estampidas hacia las puertas de las casas se formaban con frecuencia y gritos de agradecimiento. Sentían que recibían ayuda de México, no de alguien en específico. “¡Gracias, México!”. Era la cara del país la que iban conociendo paso a paso en su primera marcha.
Las ayudas provenían principalmente de familias campesinas. Lo que les ofrecían, jarras de agua, tamales, tacos, sándwiches, y bolsas con bebidas, duraba 30 segundos al paso de los viajeros, después no quedaba nada más que gritos de agradecimiento hacia el país en coro. Algunos portaban ya banderas mexicanas.
La comida que se iba recogiendo en el camino terminaba en la boca de las niñas, niños y bebés, que hacían un esfuerzo silencioso por aguantar la marcha en carriolas o en hombros de sus padres que se debatían entre cubrirlos del sol o taparlos pero que se acaloraran. Eran pequeñas importantes decisiones.
Pasaron las horas y llegó otro México: el que se había manifestado por su ausencia, el de las autoridades que no llegaron a prestar ayuda humanitaria sino hasta después de tres horas de caminata de miles de personas vulnerables, con una camioneta del Grupo Beta que repartió botellones de agua.
Más temprano, recién iniciada la marcha, la Policía Federal envió un helicóptero a sobrevolar la zona en círculos y patrullas que se acercaban para escoltar el frente de la Caravana. Cuando el contingente supo que había un retén de control en la localidad de Metapa, pararon para valorar la situación.
Migrantes identificados como miembros de la organización Pueblos sin Fronteras, que portaban chalecos verdes para identificarse, tomaron la decisión de parar un momento y pasar a las mujeres y niños al frente para seguir hacia el retén, tal como lo hicieron cuando rompieron el cerco de Guatemala en el Puente Internacional, dos días atrás.
Pero los niños no estaban disponibles para ellos, pues ya se habían rezagado, y la marcha retomó su paso. Minutos después, tres patrullas de la Policía Federal se acercaron e informaron con un altavoz que habían retirado el retén para dar paso libre. Eso desató la euforia del grupo que aún tenía fuerzas para gritar.
El Instituto Nacional de Migración (INM) hizo dos intentos por disuadir a la marcha, enviando a su paso autobuses de transporte para llevarlos a la Feria Mesoamericana, un recinto habilitado por el INM para albergar a la Caravana y realizar los trámites de control migratorio, así como atender sus solicitudes de refugio.
La oferta fue rechazada en ambas ocasiones y el contingente pasó caminando al lado de los autobuses, bajo la vigilancia de elementos de la Policía Federal que simplemente hicieron acto de presencia y vigilancia.
La Caravana se alargó cerca de 10 kilómetros con imágenes de niñas y niños fatigados, con sus madres intentando refrescarlos y consolarlos.
Tras 20 kilómetros de marcha, la Caravana se desarticuló porque el cansancio obligó a buscar ayuda de los automovilistas. Tráileres, camiones, camionetas y autos fueron abordados de manera masiva, en la última muestra de solidaridad del México ciudadano que los ayudó a sortear su primer obstáculo.
Transcurridas ocho horas desde la salida de Ciudad Hidalgo, el parque central de Tapachula comenzó a llenarse rápidamente. Todos al suelo a descansar ahí y en otros albergues de organizaciones no gubernamentales. El domo del parque olía a guardería porque las mamás estaban aseando a sus exhaustos bebés.
Entonces sí, llegaron elementos de la Cruz Roja y observadores de derechos humanos de diversas organizaciones. Mientras tanto, el parque de Ciudad Hidalgo que en la mañana quedó vacío, comenzaba a recibir a más migrantes.
Por internet llegaron noticias de que una nueva caravana empezó a formarse en Honduras. El éxodo no se detiene a pesar de los esfuerzos del gobierno mexicano para disuadir a los que consiguieron llegar.
En Tapachula, donde la multitud se concentró en el parque central, las autoridades no aportaron ni un sanitario móvil. La asistencia humanitaria oficial nunca llegó.
Las condiciones en las que viaja la caravana compuesta por hombres, mujeres, pero también cientos de niños, hizo que la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) lo calificara como una clara ausencia de asistencia humanitaria por parte de los gobiernos de Chiapas y federal.
“Lo que hemos visto es una clara ausencia de asistencia humanitaria. Lo vimos en el puente (fronterizo entre México y Guatemala, donde los migrantes estuvieron un día a la intemperie). Les faltaron alimentos, médicos, medicamentos, las personas se desvanecían. Ahora les estamos diciendo que ante la insuficiencia de esa atención se adecuen los albergues donde van a estar ellos. Hacen falta abastecimiento de lo indispensable para que ellos puedan seguir su caminata”, sostuvo Edgar Corzo, Quinto Visitador de la CNDH.
Para el ombudsman nacional, las autoridades mexicanas “se concentraron mucho en la contención y dejaron de lado lo primario, que es la asistencia humanitaria. De hecho fuimos nosotros (la CNDH) los que les dimos asistencia médica a unas 40 personas, ahí en el puente, porque gobierno no proporcionó suficiente ayuda”.
La respuesta del gobierno mexicano es que quienes deseen recibir asistencia, bañarse, tener una silla donde sentarse, una colchoneta, o una letrina, deben acudir al único albergue que habilitó en la ciudad de Tapachula, en donde la condición para entrar es que deben hacer ante el Instituto Nacional de Migración (INM) una solicitud de visa, o ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), la solicitud de refugiados.
Pero entrar a estos albergues significa ya no salir hasta que estas instituciones resuelvan la solicitud, lo que puede tardar 45 días. En la práctica, es romper la caravana, cuya única fuerza es la de una multitud humana ante la que cualquier estrategia de contención por la fuerza, fallaría, como ya lo demostraron al romper los cercos que las naciones de Guatemala y México les han puesto en sus fronteras.