Ramón Salazar Burgos
Analista Político
En el ámbito de la ciencia política y en el de la economía algunos autores, que tienen comprometido su pensamiento, con recurrencia acuden a la retórica para persuadir con sus argumentos falaces. Igualmente echan mano de eufemismos como expresiones que enmascaran y sustituyen con suavidad significados poco gratos, utilizándolos para expresar de una manera políticamente correcta ideas que, dichas sin el ropaje que las viste tendrían un fuerte impacto auditivo, aunque su carga semántica siga siendo exactamente la misma.
Algunos eufemismos recurrentes en la economía son globalización, internacionalización mercantil, libre mercado, economías expuestas a nivel internacional, liberalismo económico, desregulación económica, etc., expresiones con las que se defiende el libre intercambio de mercancías, al tiempo que se ocultan las desviaciones que dicho mercado genera como consecuencia de la separación del Estado de rol interventor del rumbo de la economía de los países.
La globalización de la economía fue impulsada por el colapso en 1971 de los acuerdos de Bretton-Woods, que a su vez se suscribieron en 1944. Con estos acuerdos los países desarrollados de la época crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y se fijó al dólar como moneda de referencia internacional. Con los acuerdos de Bretton Woods todas las monedas las asociaron al dólar y éste a su vez se sometió a un precio fijo en oro. Los bancos centrales de cada país podían convertir en oro los dólares que tuvieran, a un cambio de 35 dólares la onza.
También se logró la fijación de una política monetaria en torno a reglas comerciales y financieras con el propósito de evitar conflagraciones como la Segunda Guerra Mundial que, por la fecha estaba ya concluyendo. Se pretendía poner fin al proteccionismo económico e impulsar el libre intercambio de mercancías. El capitalismo de Estados Unidos, que por sí solo concentraba el 50% del PIB mundial, no podría sobrevivir sin mercados, por lo que resultaba urgente la penetración comercial a otras naciones, lo cual se logró terminada la guerra.
En 1971 en Estados Unidos las dificultades económicas se incrementaron rápidamente como consecuencia de su desastrosa derrota en la Guerra de Vietnam, por lo que Richard Nixon decidió terminar con la convertibilidad del dólar en oro. Desde ese tiempo se empezaron a imprimir los billetes verdes sin control, llegó la era del papel moneda y de las tasas de cambio flotantes que alentaron la especulación y la concentración de la riqueza, por lo que los dueños de esa acumulación de capital requerían libertad y seguridad para invertir. Este fue el inicio del fin de los Estados de bienestar.
La cancelación de los acuerdos de Bretton-Woods arrastró a las economías de los Estados de Bienestar porque posibilitó la expansión rapaz del intercambio comercial a aquellos rubros de la economía que antes estaban administrados por los gobiernos de cada país. A partir de entonces, los dueños del capital empezaron a imponer sus condiciones a los Estados deudores o receptores de financiamiento. Cada vez más las economías de los países se volvieron interdependientes, por lo que la crisis de una nación terminaba afectando, en mayor o menor medida, a las economías de otros países. Los mercados se globalizaron y la dinámica globalizadora comprometió la soberanía y la toma de decisiones democráticas de los países involucrados.
Los defensores de la globalización señalan que con este proceso se lograrían tres objetivos igualmente importantes (Rodrik, 2011): la integración económica plena de los mercados internacionales, es decir, se lograría la eliminación de todas las barreras comerciales, al libre movimiento de bienes, servicios y factores de producción; el mantenimiento de la soberanía nacional, con lo que las principales decisiones serían tomadas en el marco de los intereses de la nación; y la democracia, entendida en el sentido de que las decisiones políticas han de responder a las demandas de la mayoría. Sin embargo, la realidad que se impuso por los mercados globalizados fue otra muy diferente.
De los tres objetivos antes señalados, el único que refleja la esencia de lo que se logró con la globalización es de la plena integración económica, porque le permitió al capital la obtención desmedidada de ganancia. En cambio, en todos los países en los que penetró la liberalización económica la soberanía nacional se vio gravemente comprometida a favor de los intereses financieros internacionales. Como consecuencia de ello la democracia se vio reducida solo a los rituales periódicos de cada tres, cuatro o seis años y a espectáculos que parecían decirle al ciudadano que solo acudiera a votar y que se olvidara de todo lo demás.
Con la hiperglobalización el capital empezó a imponer sus condiciones para invertir con seguridad y obtener la mayor renta económica, lo que se tradujo en que los gobiernos redujeran su margen de maniobra democrática y fueran obligados a renunciar a tomar decisiones en el marco de su soberanía. Se empezó a legislar no en función de los intereses nacionales, sino en función de los intereses del capital extranjero. Ante la amenaza y el chantaje de que se les cerraría el crédito internacional, con la era de la internacionalización de los mercados los gobiernos se vieron imposibilitados para poder cumplir sus promesas de campaña. Los políticos y sus partidos cuando están en la órbita de lo que ordenan los mercados, se vuelven actores moderados, transgrediendo en los hechos, con sus decisiones, los principios que se señalan en sus documentos básicos de sus partidos y se convierten en representantes de intereses ajenos.
Hay quienes sostienen que es posible hacer compatible la globalización con la democracia, sin embargo los análisis serios reflejan que tal compatibilidad solo se observa en los textos académicos de instituciones que sostienen a la ciencia política tradicional, funcional al libre mercado. Lo cierto es que la esencia misma del libre mercado, los fines que persigue, consistente en la obtención de mayores rentas económicas, deshumaniza al capital y lo pervierte al grado de corromper estructuras y sistemas para lograr sus fines. Cuando en los procesos electorales el capital se encuentra con actores políticos necesitados de financiamiento, se compromete la independencia del los futuros gobiernos y la democracia queda atrapada en una rede los más disímbolos intereses.
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