¿Cuál es el papel que están jugando las empresas en la destrucción masiva del planeta? El problema de pensar que la corrupción sólo está en los agentes del Estado es que deja de lado un actor clave, que ese actor se ha convertido en un poder supraestatal: el mercado
Daniela Pastrana
@danielapastrana
Ciudad de México – Tenía unos 13 o 14 años cuando vi The Terminator, la película de la película que hizo famoso en México al exgobernador republicano de California, Arnold Schwarzenegger. Dirigida por James Cameroon, la película, primera de una saga que sigue generando dinero a la industria, trata de un cyborg que es enviado desde el futuro a 1984 para asesinar a Sarah Connor, una mujer que será la madre del líder de la resistencia humana cuando las máquinas tomen en control del mundo.
Recuerdo que salí del cine aterrorizada por el hombre máquina que, pasara lo que pasara, era capaz de revivir una y otra vez la pesadilla de la destrucción. Salía del fuego, encendía su ojo rojo de robot o movía una mano metálica debajo de una prensa de acero, pero cada vez que pensaba que la película ya había terminado, el exterminador volvía a moverse para poner en riesgo la vida de la humanidad.
Han pasado 35 años desde que se estrenó la película y por suerte todavía no ha habido una guerra nuclear ni las máquinas han cobrado vida para esclavizarnos (no, al menos, del modo en que imaginó Cameron en 1984) ni la tierra está 100 por ciento devastada como en la infancia de Kyle Reese, el humano que es enviado por la resistencia a salvar a Sarah (obviamente se enamoran).
No puedo evitar pensar que estamos atestiguando la construcción de un escenario muy parecido, con un matiz: en lugar de guerra nuclear tenemos guerra comercial (o de aranceles, para ponernos coyunturales). Y en lugar de estar amenazados por las máquinas estamos amenazados por el mercado, que es mucho más peligroso porque ni siquiera lo podemos ver o tocar.
El Terminator es como estas empresas extractivas, muy particularmente las mineras: las comunidades la vencen una vez; mutan, cambian de nombre; la vencen dos veces; se repliegan vuelven a aparecer; y cuando creen que ya pasó el peligro y pueden relajarse, la amenaza revive. Y así, años.
Esas historias las he escuchado repetidas veces en los últimos años. La más reciente es la de la Odyssey, una empresa estadunidense que quiere extraer el fósforo con una mina subacuática, también en Baja California Sur.
Primero consiguió la concesión por 50 años, pero ambientalistas y pescadores consiguieron que Semarnat no autorizara la manifestación de impacto ambiental. Luego cambiaron de estrategia y se asociaron con Altos Hornos de México para convencer a los políticos locales de apoyar su proyecto; pero los pobladores de nuevo lograron detenerlos. Ahora acudieron a un tribunal internacional de comercio para demandar al Estado mexicano porque por la pérdida de su inversión, estimada en 3,500 millones de dólares.
Pero el caso más emblemático de estas batallas contra los terminators es la del pueblo de Atenco contra el aeropuerto de la Ciudad de México.
La primera vez que me acerqué al tema fue cuando entrevisté en la cárcel a María Luisa Cortés González, representante legal de los comuneros de El Salado, un predio de Atenco amenazado por la construcción del aeropuerto en Texcoco. A la mujer la había metido a la cárcel Axel García, un legendario dirigente transportista convertido en fiscal contra delitos ambientales por el entonces gobernador Arturo Montiel. Su hijo menor tenía entonces 8 años y me lo volví a topar como diez años después, es una charla con juventudes perredista (sí, aún existen, o al menos existían).
Entonces ya se habían pasado muchas cosas más: Vicente Fox había cancelado el proyecto en 2002, luego de la muerte de un ejidatario. Ya había pasado la represión del 3 y 4 de mayo de 2006 en San Salvador Atenco y la detención de los dirigentes opositores.
En 2011, me pidieron escribir el capítulo México de un libro de crónicas sobre la protesta social en América Latina y escribí la historia del delito de protestar en México. Por esos días había fiesta en Atenco por la liberación de los dirigentes. Pero después del triunfo electoral de Enrique Peña Nieto, en 2012, la amenaza regresó… como el Terminator.
El PRI tuvo una estrategia distinta a la de Fox, quien pretendió comprar a los ejidatarios su tierra a un precio miserable: uno por uno, los ejidatarios fueron visitados por funcionarios de Conagua para ofrecerles el oro y el moro a cambio de vender. Así consiguieron reactivar, sin mayores problemas, el proyecto aeroportuario para el Estado de México, en 2014.
El proyecto volvió a ser cancelado en 2018, después de la cuestionada consulta que impulsó Andrés Manuel López Obrador.
Esta vez, sin embargo, la victoria duró mucho menos que en la ocasión anterior. Empresarios aglutinados en torno al colectivo #NoMásDerroches (auspiciado por la Confederación Patronal de la República Mexicana) e impulsados fuertemente por Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), han promovido más de 140 amparos para detener la construcción del Aeropuerto Internacional de Santa Lucía y mantener vigentes las obras del aeropuerto de Texcoco.
¿Cuál es el papel que están jugando las empresas en la destrucción masiva del planeta?
El problema de ver la vida como la ve Claudio X. González, director de Mexicanos contra la Corrupción, es que parte de una premisa equivocada: que la corrupción está sólo en los gobiernos.
Y el problema de tener un mal diagnóstico es que el tratamiento resulta ineficaz. En este caso, parte de la idea de que la corrupción principal está en los estados y lo que hay que investigar es a los agentes del estado. La prescripción médica deja de lado una variable importante: que hay un actor corruptor de los agentes del Estado y que ese actor se ha convertido en un poder supraestatal: el mercado
Por eso, los tratados internacionales incluyen la cláusula de protección de inversiones, para cuidar a las empresas de los gobiernos corruptos. Pero, ¿quién cuida a los gobiernos de las empresas corruptas?
Porque lo que estamos viendo es que las empresas tienen un poder cada vez mayor sobre los estados, que juegan en el tablero como peones de la reina.
Exactamente como los funcionarios de Conagua que se dedicaron a comprar las conciencias y propiedades de ejidatarios de Atenco. ¿Era para darle más poder al gobierno? No. Ellos sólo fueron peones de las empresas beneficiadas con la construcción del aeropuerto en Texcoco y que han derrochado millones en el proyecto, como bien ha documentado Poder.
De ese mismo modo, los agentes del Estado ha sido los personeros que hacen el trabajo sucio de empresas –mexicanas y extranjeras– en otros megraproyextos extractivos que se han instalado en México y cuyo culto al dinero ha superado cualquier interés en preservar el planeta.
Tenemos que empezar a cambiar los paradigmas, y dejar de ver en nuestra documentación solo la corrupción de los peones. Los gobernantes son piezas de un sistema mayor, dominado cada vez más, por las empresas, que se mueven a nuestro alrededor como lobos con pieles de cordero. O como cyborg con piel humana.
Y avanza rápido. En el reloj del planeta, los humanos tenemos el tiempo en contra. ¿O será que el mercado ya está tomando vida propia?