Martín Orquiz
El valle agrícola que se ubica al sureste de Ciudad Juárez fue, para miles de habitantes de esta frontera y otros lugares, un paraíso en medio del árido escenario color desierto que la bordea al sur y oeste, donde prevalecen las tonalidades ocres y uno que otro tenue pincelazo verde gracias a la flora endémica que resiste el clima extremoso de la región.
Paralelo al afluente del río Bravo, que marca el limítrofe con Estados Unidos, la franja agrícola tuvo su boom en la década de los 50 y 60, cuando se construyeron obras de irrigación para la siembra de algodón principalmente.
Recuerdo que en la segunda parte de la década de los 60, en los 70 y todavía en los 80, las familias fronterizas –incluidas las de El Paso, Texas, y otros lugares circunvecinos de Estados Unidos y Chihuahua– viajaban hacia el sureste de Ciudad Juárez en busca del esparcimiento y tranquilidad que brindaban los interminables sembradíos de borra, sus fronteras eran delimitadas por frondosos árboles y corrientes de arroyos que se convertían en improvisados chapoteaderos para los paseantes.
Quienes tenían una mayor capacidad económica podían darse el lujo de acudir a alguno de los balnearios que se ubicaban a ambos lados de la legendaria, y ahora peligrosa, carretera Juárez-El Porvenir.
Trasladarse al valle era un recorrido foráneo que podía durar horas, ya sea en camión o vehículo particular, dada la reducida anchura del camino, pero millones de flores de algodón acompañaban a los viajeros, quienes disfrutaban el olor a campo, aroma que ya habían olvidado entre el concreto y las calles de las ciudades, lo que provocaba que la travesía fuera exóticamente agradable.
Un día todo cambió. De pronto, los agricultores comenzaron a cerrar los caminos vecinales y a instalar alambradas atadas a los troncos de árboles que antes proporcionaban una nada egoísta sombra a los visitantes citadinos.
Los espacios para disfrutar los días de campo comenzaron a desaparecer de a poco hasta que, ya en los 90, esa costumbre de visitar la región agrícola del sureste de la frontera quedó disminuida casi en su totalidad.
El afluente de personas hacia el valle fue menguando hasta convertirse en mínimo. De aquellos días de sol, arroyos, árboles y algodón sólo quedan reminiscencias que los viejos contamos a las nuevas generaciones.
¿Qué fue lo que ocurrió, cuáles fueron las causas para que el gigantesco centro recreativo de los fronterizos decayera de tal forma? Aunque no existe una respuesta formal para explicar el fenómeno, entrevistas con agricultores y habitantes de esa región indican que de forma subrepticia las bandas criminales que trafican drogas y personas hacia Estados Unidos, mismas que traen de allá armas de fuego y millones de dólares producto de esas transacciones ilegales, se apoderaron del territorio, obligando a casi clausurarlo para los ciudadanos comunes.
Claro, está también el argumento de que las condiciones climáticas terminaron dando al traste a los cultivos de algodón, pero la versión expresada por los residentes del valle con relación a la operación de grupos de traficantes es del todo creíble, dados los hechos acontecidos desde la década de los 90 para acá en ese sector.
El valle también abarca la zona norte del municipio de Guadalupe y casi la totalidad de Práxedis G. Guerrero, a lo largo de la carretera Juárez-El Porvenir se ubican varias poblaciones, entre las más importantes están Zaragoza –en la actualidad ya absorbida por Ciudad Juárez-, San Isidro, Loma Blanca, San Agustín, Doctor Porfirio Parra, Barreales, Guadalupe, Práxedis G. Guerrero y El Porvenir.
Los archivos periodísticos muestran cientos de referencias de esos lugares, dando cuenta de ataques armados, enfrentamientos entre integrantes de grupos criminales o con representantes de la autoridad, homicidios, narcotumbas, incendios de negocios y viviendas, así como el desplazamiento de miles de personas como consecuencia de la violencia que fue creciendo con el correr de los años y que hasta ahora continúa, al parecer de forma incontenible.
Todo ello por el afán de los delincuentes para controlar un corredor que les permite traficar, como mencioné antes, drogas y personas de México a Estados Unidos, mientras que en dirección contraria transportan armas y dinero.
La guerra por el valle sigue viva, sus habitantes son las víctimas, mientras que la fuerza del Estado parece nula ante el embate de los criminales que, al parecer, pueden hacer lo que les venga en gana en ese territorio y disponer en la práctica de la vida de los vallejuarenses.
Sería muy largo enumerar los incidentes que ponen en evidencia la violencia que se vive en esa región, pero para reflejar lo que ocurre ahí debo mencionar los hechos que ocurrieron apenas el 11 y 12 del presente mes; el primer día presuntos integrantes de “los mexicles” dieron a conocer un “comunicado”, a través de redes sociales para advertir que estaban peleando contra la “gente nueva” del cártel de Sinaloa por el dominio del valle.
El segundo día ocurrió un ataque, a plena mitad del día, que dejó a tres personas asesinadas. Hombres armados se apoderaron de dos camiones de traslado de personal, uno de los vehículos fue atravesado en la carretera, a la altura de San Isidro, para obstruir el camino.
Los incidentes se extendieron hasta San Agustín, Jesús Carranza y Tres Jacales, indican los testimonios de habitantes del valle y los reportes periodísticos del caso. Hasta el momento de escribir este texto, la impávida autoridad no reportó detención alguna relacionada con los acontecimientos.
Ese territorio, que alguna vez fue considerado el paraíso el “oro blanco”, como era llamado el algodón de esta región por la gran aceptación que tuvo en el mercado mundial, se convirtió en un purgatorio para sus residentes, quienes vieron como terminó el apogeo agrícola y surgió otro, el de las balas, convirtiendo su tierra prometida en una que ahora está copada de temor y muerte donde expían culpas que, tal vez, ni siquiera sean propias.
Por lo pronto, ese territorio es peleado por los delincuentes a pleno conocimiento público, mientras la autoridad funge como el réferi chafa que aparenta no darse cuenta de las marrullerías y faltas a la legalidad que cometen los grupos criminales en contra de los pacíficos ciudadanos, quienes llevan años implorando auxilio que –hasta ahora– el Estado les niega. Dígame usted si no.
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Martín Orquiz. Periodista en Ciudad Juárez, desde donde ha publicado para el periódico El Fronterizo, El Diario de Juárez y la revista Newsweek. Se ha desempeñado como reportero, coordinador de información y editor. Es comunicólogo por la Universidad Autónoma de Chihuahua y tiene una maestría en periodismo por la Universidad de Texas en El Paso. Recibió el Premio María Moors Cabot 2011 –en equipo con la redacción de El Diario de Juárez–, también es coautor del libro colectivo ‘Tu y yo coincidimos en la noche terrible’.