En El País

La Guapota, barbarie cerca del paraíso




julio 3, 2019

No sólo la Guapota, la región fue utilizada como escondite para el Crimen Organizado. Secuestros, desapariciones y asesinatos a un par de kilómetros del mar

Texto y fotos: Jair Avalos
Voz Alterna

Úrsulo Galván, Veracruz – La aridez de “La Guapota” es casi sofocante. “Es normal”, dicen los vecinos de la nueva fosa hallada en el estado de Veracruz.

“Ha dejado de llover en semanas y en estos terrenos nomás te descuidas y las plantas se mueren”, dice un arriero apurado para que las vacas bajen a tomar agua de la canaleta.

Ahora se suma a los puntos preocupantes para las madres de desaparecidos, organizaciones de Derechos Humanos y de procuración de justicia: setenta y dos posibles fosas en menos de dos meses de exploración.

“La Guapota” no es sólo el punto donde colectivos de buscadoras rastrean a sus familiares, es una comunidad pequeña del municipio de Úrsulo Galván. Encerrada entre sus dunas, es un terreno complicado para recorrer; la arena se desprende al caminar hacía los puntos más altos y con el sol de mediodía, el calor traspasa los zapatos.

Aunque han comenzado las lluvias en la región, el aspecto de este terreno sigue siendo seco, arenoso. Los terrenos están plagados por cornizuelo, un arbusto que debe su nombre a la espina alargada que parece un par de cuernos, espinas ligeramente cafés. Dentro de ellas alberga unas hormigas coloradas, cabezonas, que si te pican, podrás sentir el calor de su veneno dentro de la piel.

A un par de kilómetros de “La Guapota”, está la Playa Chachalacas. Famosa por sus actividades deportivas en las Dunas del Sabanal de la Barra Turística.

Cerca del nido de la adrenalina, está la bóveda de la violencia. En los terrenos poco explorados de Úrsulo Galván podría descubrirse un cementerio clandestino de dimensiones comparables con el de Colinas de Santa Fe, en el Puerto de Veracruz.

El Arenal, el último rastro

Han pasado seis años desde que Luis Alberto Valenzuela y otros siete policías municipales de Úrsulo Galván, desaparecieron el 11 de enero de 2013. Martha González, madre de Luis Alberto, recuerda la última vez que lo vio. Lo acompañó hasta el cuartel y él llevaba prisa por iniciar su guardia; ahorraba su salario para poder casarse, tal vez, en ese mismo año.

“Comenzamos preguntando. Supimos que estaban frente a un puesto de esquites y un testigo vio a los policías estatales que los subieron a la patrulla y se los llevaron”
Martha González

La última vez que fueron vistos fue en la comunidad de El Arenal, uno de los puntos violentos de la zona rural en Úrsulo Galván. Según las versiones, la Policía Estatal, específicamente Grupo Tajín, interceptó a los municipales y al día siguiente la patrulla que ocupaban fue encontrada incendiada.

Lo primero que recuerda fue cómo investigó sobre los últimos pasos de la cuadrilla.

“Comenzamos preguntando. Supimos que estaban frente a un puesto de esquites y un testigo vio a los policías estatales que los subieron a la patrulla y se los llevaron (…) No había amenazas de ningún tipo (…) mi hijo apenas había entrado a trabajar porque se quería casar y estaba ahorrando su salario para la boda”, explica.

Ante las autoridades uno llega con enojo, con desesperación, pero si te ganan las lágrimas no resuelves nada

La prioridad para el entonces alcalde Martín Verdejo (2011-2014) fue denunciar la desaparición de las armas y después, a la tropa. La importancia de los policías municipales era nula para las autoridades.

Sólo había 15 oficiales para una población de 29 mil habitantes, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), repartidos en 3 colonias urbanas y 33 comunidades rurales. No había Seguro Social, ni entrega de uniformes, ni balas, todo salía del sueldo de dos mil 400 pesos de cada elemento.

Ella es puntual en contar su caso, en recordar a su hijo, pero no llora ante la desgracia. “Es que, en seis años aprendí a no llorar cuando exponía mi caso. Ante las autoridades uno llega con enojo, con desesperación, pero si te ganan las lágrimas no resuelves nada. Luego veo la tele y veo a las mamás y les digo, no sean tontas, que no les gane el llanto. Yo lloro pero en la intimidad”.

En 2013 fue puesta la denuncia por desaparición de los ocho policías. Hasta 2016 las familias insistieron en visitas a las Fiscalía Regional y General del estado, pues “dejó de existir un avance. No nos daban información y al ex fiscal de desaparecidos, Luis Eduardo Coronel, sólo lo vimos una vez. Era como pedirle ayuda al verdugo”.

Durante las primeras semanas de investigación, los ministeriales las abordaron con un cuestionario que intentaba criminalizar a los policías. Las preguntas iban enfocadas a tender un nexo con el crimen organizado.

“Preguntaban si los muchachos necesitaban dinero. Si tenían actividades irregulares, todo iba encaminado a eso”.

El mes de abril fue una nueva esperanza para las ocho mujeres que preguntaban por sus desaparecidos. Las madres recibieron información de un cementerio clandestino en La Guapota, una comunidad cercana al Paso de Doña Juana, punto de reunión del equipo político de Juan Nicolás Callejas Arroyo, el fallecido líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE).

Acompañadas por el Colectivo Solecito comenzaron con el rastreo de puntos posibles. Van setenta y dos posibles fosas localizadas en lo que va de la exploración, “que nos da una nueva esperanza para seguir buscando a nuestras familias”.

En 2017 la Comisión Estatal de Derechos Humanos emitió la recomendación 03/2017 a la Secretaría de Seguridad Pública donde solicitó indemnizar a las ocho familias que dejaron 13 niños sin sus padres. La dependencia nunca respondió.

Todo apunta a que los hombres del ex secretario de Seguridad, Arturo Bermúdez, no sólo estuvieron vinculados a ese crimen. El descontrol del poder policiaco fue palpable en el municipio, desde robo común hasta privación de la libertad.

Martha va dibujando a su hijo con el movimiento de sus manos, con su tono de voz que cambia tan pronto se le pregunta por él. “¿Sabes? No sé qué sentir pero en el Facebook es el único lugar donde puedo ver a mi hijo todos los días y a la hora que quiera”.

Monte de Oro, la otra barbarie

Para llegar al predio donde están las fosas, hay que atravesar unos caminos donde apenas si cabe una sola camioneta. La población de la comunidad se reduce a uno o dos techados de descanso para los campesinos que llegan a atender sus cultivos o ganado.

“Imagínate, si alguien grita aquí no hay nadie que lo escuche ni lo atienda”, dicen los que conocen el lugar.

Hasta hace 20 años, la Guapota era conocida por ser una zona de siembra por temporal. Se llegó a sembrar pepino, sandía, cacahuate y maíz, lo arenoso de la tierra era ideal para estos productos. “Pero ahora, se siembra la muerte”, dice un campesino que sirve de guía.

Los arrieros tienen cuidado con sus cabezas de ganado, si hay descuido en temporadas de calor las vacas se pueden perder y pueden morir atoradas entre los arbustos secos.

“No es lo único que pasaba aquí”, dicen los vecinos de las otras comunidades.

Monte de Oro, una comunidad alejada a la cabecera del municipio, servía como “cocina” para el Crimen Organizado.

La verdad nadie quería meterse hasta allá. En la entrada del pueblo hay señal telefónica, pero adentro ya no y nadie sabe lo que pasa allá

En uno de los predios usurpados, asesinaban y desaparecían los restos en ácido.

El lugar estaba cerca de uno de los arroyos formados por el escurrimiento del río Actopan.

En 2016 el temporal de lluvias incrementó la corriente que esta se llevó restos humanos y toneles con ácido.

Monte de Oro se encuentra menos de 30 minutos de distancia de La Guapota; sin embargo, el camino es sinuoso y es fácil perderse de no conocer la zona.

“La verdad nadie quería meterse hasta allá. En la entrada del pueblo hay señal telefónica, pero adentro ya no y nadie sabe lo que pasa allá (…) la gente del pueblo veía cómo el agua arrastraba las partes humanas. Muchos mejor no pensamos en ello”.

Trabajo contra reloj

Para Lucía Díaz Genao, una de los rostros visibles del Colectivo Solecito de Veracruz, la Guapota es un nuevo reto para las madres buscadoras.

“La búsqueda se hace en colaboración con diferentes colectivos y diferentes instituciones (…) Estamos esperando el proyecto con el que nos va a apoyar el Comité Internacional de la Cruz Roja, un plan de exhumaciones”, menciona.

Para las madres de desaparecidos, la llegada de la Cruz Roja “sería un avance en técnica, la Cruz Roja tiene los recursos y conocimientos para la exhumación de restos humanos. Apoyo que no tendrá costo”.

“En lo personal es increíble ver esta espiral de violencia y cómo se han ocupado los terrenos, las tierras que antes era de cultivo para hacerlas cementerios. Antes se me iba el alma de ver esas extensiones, pero ahora sólo pienso en ver, cuántos no estarán ahí”, explica Lucía Díaz.

Varias madres piensan que la Guapota fue una alternativa para el Crimen Organizado al entender que Colinas de Santa Fe sería ocupado para recuperar restos humanos.

Las jornadas serían reanudadas hasta julio. Mientras que las madres y las familias recaudan recursos y fuerzas para adentrarse a un nuevo escenario de muerte. Ninguna pierde la esperanza de regresarle a cada tejido, a cada hueso, a cada cuerpo reconstruido la identidad que el Estado y la violencia les robó.

lo más leído

To Top
Translate »