La mentira no es nueva, pero sigue siendo efectiva: que si viajan con sus hijos tienen más posibilidades de quedarse en Estados Unidos. Es una idea extendida en Centroamérica e instalada en la cabeza de muchos migrantes, de acuerdo con los testimonios que han dejado en los albergues. Es, también, parte de la explicación del inusitado aumento del flujo migratorio, que provocó la crisis entre EU y México
Texto: María Fernanda Ruíz, Andro Aguilar y Ximena Natera
Fotografías: Ximena Natera
Pie de Página
En el éxodo que estamos viendo de Centroamérica hay tres detonadores: la violencia, la miseria y el engaño, dice, vía telefónica, Rosibel López, encargada del albergue Jesús el Buen Pastor, en Tapachula, Chiapas.
“Hemos llegado a la conclusión de que son tres tipos de migraciones que hay en este éxodo: uno es por la delincuencia, que vienen huyendo de los maras, que los vienen persiguiendo, que les mataron a un familiar; la otra por engaño, la mayoría así fue: que les piden dinero y les dicen que los llevan a tal lugar, que van a pasar a Estados Unidos y piden trabajo, los engañan bonito y al final los dejan en el camino; y la otra es por pobreza.
Son las tres cosas que hemos visto”, dice López.
El albergue fundado por Olga Sánchez tiene capacidad para 270 personas, pero en estos últimos meses ha llegado a recibir hasta a 700, a través de las caravanas de migrantes que comenzaron en octubre. “Estábamos sobrepoblados”, cuenta. “Durante las caravanas se deterioraron cosas en el albergue. Cuando vinieron personas del gobierno y pasaron a ver qué necesitábamos lo primero que mandaron fue comida. El 18 de junio llegó suficiente comida que hasta ahorita todavía hay, fue del personal del gobierno que llegó de visita para ver cómo estaba el albergue y cuánta población había, lo más urgente era la comida porque teníamos niños”.
Antes de eso, dicen, el albergue nunca había recibido ningún tipo de apoyo del gobierno, y sus gastos se solventaban solo con ingresos propios vía la elaboración de donas y una pequeña tiendita.
A más de 4 mil kilómetros al norte, en Tijuana, Baja California, la monja católica Salomé Lima, integrante del albergue para mujeres Casa Madre Assunta, coincide con el diagnóstico de Rosibel López: muchas personas provenientes de Centroamérica que llegaron en las caravanas migrantes fueron engañadas. Entre ellas existía la idea, por ejemplo, de que si se presentaban acompañadas de niños podían entrar a Estados Unidos con mayor facilidad.
La hermana dice que eso fue relativamente cierto hasta antes de que comenzara el llamado “Protocolo de Protección a Migrantes”, que obliga a solicitantes de asilo a permanecer en México mientras sus casos se procesan en Estados Unidos y se preparan para sus audiencias ante los jueces. Pero a partir de febrero todo cambio, sin que necesariamente las personas migrantes estuvieran enteradas.
“Anteriormente a las únicas personas que dejaban en los centros de detención, bueno a todo mundo le ponían grillete, pero si traían niños eran dos o tres días los que los dejaban en la hielera y los reportaban con sus familiares. Por eso decían: si llevamos niños nos van a dejar pasar bien rápido. Pero ahorita eso ya no funciona, desde que empezaron los retornos ya no es así, porque sí, se tenía esa idea de que si traían niños cruzaban rápido”, añade.
Desde octubre pasado, México ha registrado un ingreso masivo de migrantes centroamericanos que buscan llegar a Estados Unidos a pedir asilo. En los primeros cinco meses de este año, el gobierno de ese país registró un aumento inusitado de personas indocumentadas (hasta mayo se calculaba que habían entrado 600 mil migrantes irregulares y de seguir esa tendencia, la cifra llegaría a un millón 600 mil migrantes-refugiados en este año). Eso provocó que el presidente estadounidense Donald Trump, amenazara con iniciar una guerra comercial, a menos que México detuviera el flujo migratorio. Lo que nadie ha podido aclarar es qué es lo que provocó ese aumento. Sin embargo, en varios albergues coinciden con Rosibel López y la hermana Lima, en el sentido de que, además de la violencia y la pobreza que había expulsado de sus países a miles de personas en años anteriores, en esta ocasión el engaño fue un factor determinante.
Vuelven unos, decepcionados
Desde hace un mes, los voluntarios de la Casa del Migrante de Irapuato han visto algo que nunca antes había sucedido: muchas de las personas que llegan a sus puertas vienen del norte, avanzan de regreso a la frontera sur o a algún otro lugar donde puedan entregarse a migración para poder ser repatriados a sus países de origen.
Tradicionalmente, el albergue de Irapuato representa un pequeño oasis de descanso para las personas en tránsito que recorren el país a lomo de tren, un momento para recuperarse del agotador trayecto desde Chiapas o Tabasco, donde el clima extremo, la policía migratoria y el asedio de bandas criminales se convierten en el primer gran filtro.
No solo la llegada de migrantes que buscan regresar a casa es inusual, también el número de personas moviéndose hacia el norte se desplomó hace una semana, un contraste tremendo con las escenas que se hicieron cotidianas… desde octubre del año pasado, cuando por rachas llegaban tantos que el piso quedaba tapizado y había gente que tenía que dormir incluso afuera. Ahora han ido llegando a cuentagotas, la mayoría hombres jóvenes, varias familias y muchos niños.
En Arriaga, la última parada importante antes de cruzar a Oaxaca y el lugar donde empieza el recorrido del tren de carga conocido como la bestia, Elías Camacho coordinador del albergue “Hogar de la Misericordia”, explica que desde hace una semana el refugio está vacío, apenas cinco o seis llegan por día.
“Llegan en grupos desarticulados porque a la mayoría los detiene migración, los militares, y logran escapar una o dos personas”, dice.
Por ahora, dice Elías, el gobierno local ha apoyado también al albergue con víveres, pero tampoco saben cuánto más durará. Por otro lado la comunidad está dividida, cada vez son menos los pobladores los que se acercan a ayudar. El defensor de migrantes cuenta que la desinformación en los medios y el discurso del gobierno ha influido mucho.
El padre Heyman Vázquez, director del albergue “Nadie es Extranjero” en Huixtla, Chiapas, a dos días de caminata desde la frontera con Guatemala, piensa que decir que el flujo ha parado es un error, porque lo que ha cambiado son las condiciones del camino. Tradicionalmente, esta parte del recorrido se avanza en taxis, colectivos, motos o buses (todos con pagos exorbitantes a los conductores que han encontrado en los migrantes un botín que no para).
Con las caravanas, los migrantes comenzaron a caminar sobre la carretera en números grandes que les brindaba seguridad. Ahora, sin embargo, el despliegue de la Guardia Nacional en la frontera sur obligó a los migrantes a moverse en la clandestinidad, lejos de las carreteras y los retenes, pero también de la ayuda. “Empeoró las rutas. Ahora sólo pueden caminar porque ya no pueden subirse a camiones, las rutas son más difíciles y sólo las pueden hacer a pie”, dice Heyman en entrevista telefónica. Ahora, explica, “los migrantes llegan en grupos pequeños, muy cansados y enfermos”.
La criminalización de los defensores
La respuesta del gobierno de Andrés Manuel López Obrador a la crisis no podría ser más desalentadora para las organizaciones que durante años han extendido una red de apoyo a migrantes. Al despliegue de miles de elementos de la Guardia Nacional, que en los hechos ha tomado el mando de las acciones del Instituto Nacional de Migración en las fronteras, se suman los mensajes del presidente descalificando a las organizaciones de la sociedad civil y la resistencia de la cancillería a integrar a los defensores de migrantes en el plan para atender la crisis.
El 18 de junio, la Unidad de Inteligencia Patrimonial y económica de Tabasco emitió un comunicado en el que aseguró que “para cerrar la posibilidad” de que operaciones con recursos de procedencia ilícita puedan realizarse ahora desde territorio tabasqueño, la UIPE Tabasco “pondrá también especial atención en los albergues que operan en para la atención a migrantes”, pues, información revelada por el subsecretario de Derechos Humanos y migración, Aljandro encinas “arroja que ciertas organizaciones de la sociedad civil no operan como señalan y han sido fachadas para lavado de dinero y corrupción”.
Por eso, cuando los migrantes que llegan al albergue Posada Belén en Saltillo, Coahuila, preguntan al sacerdote Pedro Pantoja sobre su suerte, el religioso contesta con honestidad: “no sé”.
Pantoja dice las personas están desesperadas y que “cada migrante que sale gira una ruleta de la muerte”.
–¿Hay alguien más aparte de ustedes, atendiendo a los migrantes?
–¡Nombre, pa’que va a estar!, si por el contrario, estamos acosados por la intencionalidad de intervenir las casas del migrante, hay dos estrategias: hostigar con policías, con la Guardia Nacional para evitar que los migrantes entren o salgan de los albergues y por otro lado hay una política de criminalizar a los defensores, de buscar delitos en los que podemos caer, la fiscalización absurda. Lo que sufrimos con Calderón, el periodo rabioso de Peña Nieto, todo eso que creímos lejos, regresó.