Raíchali
Cuauhtémoc, Chihuahua –Se cansó de trabajar de sol a sol a punta de insultos y amenazas. Llevaba dos semanas retenido en un campo para el cultivo de amapola cuando el coraje le ganó y enfrentó a uno de sus captores: “yo no soy esclavo de nadie para que me hagan trabajar a la fuerza”.
Pero su reclamo no frenó los abusos que él y por lo menos otras 20 personas sufrían en el campamento ubicado en Yoquivo, municipio de Ocampo. “Los que mandaban” lo patearon en los tobillos y en la espalda hasta dejarlo inmóvil, desde ahí, Martín trabajó sin quejarse por miedo de que lo asesinaran.
El viernes 12 de julio, la Fiscalía Zona Occidente informó del rescate de 21 hombres que habían sido retenidos por presuntos criminales para trabajar en el cultivo de droga, varios de ellos declararon que tenían dos años en cautiverio.
Originarios de Chihuahua, Meoqui, Bachiniva, Guerrero, Guadalupe y Calvo, así como Guanajuato, Coahuila y Oaxaca, fueron llevados con el engaño de que tendrían un buen trabajo en San Juanito para construir cercas de ganado.
A Martín lo contactaron la noche del 13 de abril en un Oxxo de Cuauhtémoc. Le ofrecieron trabajar un mes en San Juanito por 300 pesos diarios, tres comidas libres y hospedaje. Con él se llevaron a otras cinco personas, entre ellas una mujer.
El contratista, a quien identifica como ‘El Chapas’, los llevó hasta Yoquivo, en donde los incomunicaron y obligaron a cortar leña para la cocina y a barbechar la tierra para la amapola.
El pago que les prometieron jamás llegó. La comida les costaba 150 gramos de goma al día y quien no cumplía era golpeado y sumergido por tres minutos en agua fría.
Dormían todos juntos en una cueva, debían pedir permiso para ir al baño, algo que para el joven rarámuri de 26 años era muy humillante porque, si los dejaban ir solos, les tenían que llevar ‘la muestra’.
“Los que cuidaban eran unos 30 cabrones. Y ahí no teníamos derecho de nada. Ni de hablar, no, de nada. Nos quitaron teléfonos. No éramos personas (…) ellos tenían derecho de todo. Derecho de bañar. De comer lo que ellos quisieran, podían dañar a la gente. Tenían derecho a todo, de hablar con su familia, de todo”.
Martín nació en Uruachi y es el segundo hermano de ocho: cinco hombres y dos mujeres. Cuenta que llegó a Cuauhtémoc en 2015 para trabajar en la obra y en la manzana.
Cuando le ofrecieron ese trabajo aceptó porque quería estar en un lugar donde le pagaran más dinero, quería ahorrar para comprarse una troca.
“Se trabajaba de sol a sol. A las seis de la mañana nos sacaban a todos de la cueva a trabajar. La salida era a las seis de la tarde. Era de sol a sol. Si no te levantaban te daban patadas para que te levantaras. Si no le hacíamos caso tiraban balazos en los pies para hacer caso o para asustar”.
Martín habla bajo y pocas veces sube la mirada. Mientras cuenta su experiencia estira las manos y señala algunas cicatrices que le dejó el trabajo. La herida más grande está en su mano derecha por una caída al intentar acarrear 20 litros de agua desde el río hasta el campamento.
“Siempre que le rezongaba me decía que él si me iba a matar, le decían el número dos. A mi (me golpearon) dos o tres veces. Recibí muchos chingadazos con la mano. cachetadas, daban balazos en los pies. Pegaban con un chicote verde”.
En esos tres meses, Martín vivió de dos comidas al día. Les daban arroz, sopa y frijoles y en las tardes maicena con azúcar y agua. Dormía, pero no descansaba, lo único en lo que podía pensar era en salir de ahí.
Aunque asegura que ahora está mejor y se siente bien, se le quiebra la voz cuando recuerda a sus compañeros y el trato que recibían.
“Me sentía débil, no tenía fuerza. Tenían mucho coraje, mucha tristeza…Me daba mucha lástima había gente enferma, con hernias, a veces yo los ayudaba con la carga pesada”.
A Martín nadie lo rescató de ese infierno. Cuenta que tenía ya tres meses en el campamento cuando encontró la forma de salirse durante la madrugada. Caminó nueve horas hasta llegar a Memeliche, Ocampo.
Ahí consiguió “raite” hasta la comunidad de La Estrella, en donde un comandante de seguridad pública los vio a él y a otros dos compañeros bajar del vehículo.
Aceptaron comer con él, pero no quisieron decirle la verdad. Le comentaron que venían para trabajar en la manzana y que por el viaje no se sentían bien, por lo que aceptaron irse a comer con él.
“Cuando estábamos ahí nos dijo que dijéramos la verdad que él sabía de dónde veníamos y ya le dijimos la verdad, que trabajamos en la droga que se llama amapola. Preguntó que si nos habían pagado y ya le dijimos la mera verdad. Cuánta gente había, cómo nos trataban, que nos metían al agua con una bandeja… Los balazos en los pies”.
Tres días después de eso, el lunes 9 de julio, se realizó el operativo de la Fiscalía Zona Occidente, en el que participaron 50 efectivos de la agencia estatal de investigación.
“Yo me siento bien. Yo nomás quería estar afuera de ese lugar. Ya no quería trabajar, la neta. Yo cuando primero que salí de ahí dije voy a la manzana, pa’ qué ando sufriendo en la Sierra. Yo quería, tenía ganas de una coca. Yo siempre les dije ‘dos, tres días más y ya voy a tomar soda’ y así fue. Sí al otro día me la tomé”.
La fuga que llevó al infierno
Martín no fue el primero que logró escapar del campamento. De acuerdo con el fiscal de la zona occidente, Jesús Carrasco Chacón, en 2018 se recibió una primera denuncia en Chihuahua capital de una persona que había estado recluida en Yoquivo.
En entrevista, explicó que a la denuncia se sumó el caso de una persona que tenía reporte de desaparecido, lo que derivó en las primeras intervenciones en el municipio de Ocampo por agentes de la Fiscalía General del Estado, pero no lograron encontrar el sitio.
“No desvirtuamos la versión de quién indicó haber estado en esta condición y comenzamos a trabajar en ello y a trabar en ello, a buscar ese dato que pudiera indicarlos que el dicho de la persona era cierto o falto porque no teníamos identificado este modus operandi de grupos delictivos en la Sierra, en el que atrajeran a personas con engaño y las retuvieran para trabajos forzados”.
Diseñar la logística del operativo del 9 de julio les tomó dos semanas. En ese lapso identificaron las rutas de acceso, así como las horas que les tomaría llegar a pie al lugar.
En la ruta, comentó, localizaron a cuatro personas que les dieron referencia del lugar y les ayudaron a llegar al sitio. Fue el grupo en el que se encontraba Martín.
En el operativo se rescataron a las 21 personas y se aseguró una camioneta Chevrolet, Silverado 2005, la cual se utilizaba para el traslado de víveres. También localizaron un radio de comunicación marca Kenwood, con el que se mantenían en contacto.
El fiscal reconoció que había la posibilidad de detener a las personas que vigilaban el campamento, sin embargo, optaron por proteger a las víctimas.
“Se tuvieron a la vista a personas armadas, se pudo hacer el intento de realizar detenciones, sin embargo, ya teníamos conocimiento de que había víctimas y detonar un enfrentamiento en ese momento pues, ponía en riesgo a las personas que recuperamos (…) En primer término íbamos a recuperar personas y si se daban las condiciones se harían detenciones, pero no vas a poner en riesgo o vas a privilegiar una detención poniendo en riesgo a una víctima”.
En total, informó, se cuentan con 21 carpetas de investigación: cuatro de ellas ya estaban abiertas porque los familiares de las víctimas habían denunciado su desaparición.
Carrasco Chacón añadió que no descartan que exista otro campamento y más víctimas por el testimonio de las personas que fueron rescatadas, por lo que continuarán con la investigación.
Sobre las personas rescatadas comentó que su seguridad y atención psicológica está asegurada a través de la Comisión Estatal de Atención a Víctimas y la Comisión de Búsqueda.
“Sabemos que tenemos que hacerlo, primero tenemos que concluir lo que estamos haciendo con estas víctimas hasta que logremos que estén los de afuera con su familia, reintegrados, y luego vendrán los trabajos para una futura intervención”