Olvidado dentro de los olvidados, el pueblo Cochimí es uno de los grupos originarios con mayor riesgo de desaparecer en México. El profesor jubilado Miguel Ángel Plascencia explica que su etnia fue una de las primeras pobladoras del continente, pero ahora, su sobrevivencia pende de un hilo: la memoria
Texto y fotos: José Ignacio De Alba
Pie de Página
Baja California –Miguel Ángel Plascencia le preguntó a su mamá por qué a veces hablaba en una lengua rara con otras personas. Ella le respondió: “no andes preguntando cosas que no te interesan”. En otra ocasión él pidió que le enseñara a hablar aquello, pero ella fue fulminante: “¿Para qué quieres hablar eso, para que después te hagan menos?”.
Cuando Miguel Ángel creció, entendió que aquel idioma atávico era el cochimí. Hoy platica que lo más probable es que su madre fuera una de los últimos hablantes del idioma. La mujer murió en 1970. La lengua hoy está extinta y el gobierno federal da por extintos a los cochimíes; pero no, el propio Miguel Ángel y otros descendientes se identifican como parte de ese pueblo.
El día que Miguel Ángel supo que era indio
Un día, Miguel Ángel se enteró de que era indio. Un tío le preguntó: “¿sabías que tu familia era indígena?”. Con el tiempo le cayeron muchos “veintes”.
En aquel momento el hombre cayó en la cuenta de que, en realidad, todos en su casa materna eran indios americanos.
Ancestrales
A la península de Baja California llegaron algunos de los primeros pobladores del continente. Se agruparon en las naciones Kumiai, Kiliwa, Cucapá y Pa ipai, que se quedaron en el norte, donde ahora están los municipios de Ensenada, Mexicali y Tecate. Mientras que el sur fue habitado por cochimíes, pericúes y guaycuras. La colonización, a través de la instalación de misiones, fue ahí mucho más dura y sólo sobrevivieron a ella los cochimíes, cuyo territorio abarcó prácticamente la mitad de la penísula, desde Ensenada hasta Mulegé, donde ahora habita la mayoría de los descendientes.
Antes de la conquista, en la península habitaron unos 40 mil indios nómadas, Se agruparon en cochimíes, kumiais, pericúes, guaycuras, kiliwas, cucapás y pa ipai. Hoy quedan menos de 2 mil nativos de cinco pueblos, que comparten características culturales y lingüística del tronco etnolingüístico yumano-cochimí y, según las previsiones oficiales, en menos de 20 años habrán dejado de existir.
Hace unos años la familia de Miguel Ángel se propuso reunir a toda la etnia. Como él vivió en Mexicali le pidieron que buscara a unos familiares perdidos en su ciudad. Cuando logró obtener la dirección de la casa reconoció el lugar, después de que le abrieron la puerta del sitio no podía creer que su compañera de salón fuera su prima.
Para Miguel Ángel esto demuestra el grado de desconocimiento que hay sobre su etnia. Él tiene que contradecir a académicos y al propio gobierno quienes aseguran que los cochimíes desaparecieron en 1930. Nadie tiene un censo sobre su entina.
“Nos conquistaron primero”
Incluso otros grupos yumanos critican a los cochimíes porque son los que menos conservan su cultura o la lengua. A lo que Miguel Ángel responde: “lógico, a nosotros nos conquistaron primero que a ustedes”.
Miguel Ángel no habla cochimí, sólo algunas palabras. El hombre relata que mientras otros países se preocupan por conservar la memoria de su etnia, en México casi nadie sabe de ellos.
Las fotografías de los tíos de Miguel Ángel están en El Museo del Hombre, en París. Aparecen retratados con vestimenta propia. También cuenta que las canastas de una conocida cochimí se las llevó un estadounidense para ponerlas en un museo sobre los nativo americanos en Nueva York.
Borrarse para vivir
Mientras en otros países se procuró conservar la historia de los cochimíes, en México los propios parientes de Miguel Ángel se cambiaron el apellido para que no los identificaran como “como indios”. Pero a Miguel Ángel no se le olvidan las historias que escuchó cuando eran niño, mientras hablaban sus tíos.
Le pido a Miguel Ángel una fotografía para este trabajo, entramos al Centro Cultural Tijuana, el museo de historia más importante de Baja California. En la exposición montada ni siquiera se contempla que su etnia exista. De cualquier modo el hombre se acomoda para el click, tomamos la foto y sin ningún interés en la exposición Miguel Ángel se va, y dice: “nunca he entrado”.
Éxodo
En el municipio de Mulegé, existe un exiguo territorio donde habitó una de las tribus cochimíes. En este mismo lugar luego se asentó una misión jesuita. La falta de oportunidades en el lugar obligó a los cochimíes a migrar a Guerrero Negro en los años setenta. Ahí se encuentra una de las minas de sal más grandes del mundo. Y ahí los indios se volvieron obreros para poder sobrevivir.
La Misión de Santa Gertrudis, por ejemplo, quedó prácticamente abandonada. Sólo en algunas temporadas, como Semana Santa, los cochimíes vuelven para hacer ceremonias religiosas. Este grupo Yumano es, por mucho, el que tiene más arraigo en la religión católica.
Unos integrantes de la etnia quedaron desperdigados por la península de Baja California, otros migraron principalmente a Sonora, Sinaloa o Estados Unidos.
La antropóloga Alejandra Velasco, que ha investigado a los yumanos, explica que “los Cochimíes no se extinguieron hace 100 años, más que exterminarse se transformaron, reconfigurando su cultura e identidad como una forma de responder a las disyuntivas que les presentaron cada uno de los sistemas dominantes”.
Y esa reconfiguración o reexistencia ha ido creando “nuevas formas de autorepresentación con las cuales marcar sus límites en las interacciones y relaciones con otros actores sociales, actualizando su identidad étnica”.
Sobrevivir en la península
La historia se remonta a hace 6 mil o 5 mil años. Miguel Ángel explica que los cochimíes fueron el primer grupo Yumano que entró a la península (por la parte norte). Luego entraron los kumiai, los pa ipai, los kiliwa, pericúes, guaycuras y los cucapá. Pero el grupo del cual desciende Miguel Ángel fue el menos beligerante y fue desplazado hacia el sur.
Después de que los cochimíes recorrieron buena parte de la península, varios se instalaron en la Sierra de la Giganta, Baja California Sur. De ese grupo son los antepasados de Miguel Ángel.
Miguel Ángel describe lo dura que era la vida para sus antepasados. La carne que llegaban a obtener la cortaban en trozos y le amarraban un hilo –de algún tipo de maguey–. Los indios se tragaban la carne y después volvían a jalar la hilaza para engañar al estómago.
También relata que cuando los originarios defecaban las semillas de la pitahaya, las guardaban para sus largos viajes y en la carestía las molían para hacer atole. “Era una manera de sobrevivir en una tierra tan inhóspita”.
La mayoría de las de las expediciones que se hacían a la península de Baja California fueron un fracaso. El agua salobre, el árido terreno y los indios bravíos imposibilitaron que los conquistadores se pudieran instalar.
La tierra que alberga los mitos
El propio Hernán Cortés llegó hasta la Bahía de la Santa Cruz. Pero el capitán tuvo que devolverse por las dificultades del viaje, incluso en la capital de la Nueva España se decía que el conquistador había muerto en su viaje a la Baja California, uno de los límites más lejanos del mundo del Siglo XVI.
En el imaginario de los conquistadores por esos desiertos y tierras reacias había sitios increíbles, como la ciudad llamada Cibora o Quivira construida toda de oro; también los célibes navegantes estaban seguros que por aquellos rumbos había una isla habitada únicamente por mujeres: todo falso. La “Cálida Fornax” era inexpugnable.
Vivir en la península estuvo reservado a los evangelizadores, quienes con perseverancia se dedicaron a “convertir” indios. El jesuita que más impulsó el poblamiento de la península fue el Padre Kino, durante el siglo XVI. El erigió la primera misión. Además recorrió la Baja California de sur a norte para instalar otras más. El trabajo duro corrió a manos de los indios cochimíes, quienes fueron los primeros en ser sometidos.
Los cochimíes son el grupo más amigable, según explica Miguel Ángel. Por eso fueron los primeros en perder la lengua y aprendieron el castellano. Y rápido quedaron desperdigados por toda la península. Cuando se le pregunta a Plascencia cuál era el propósito de instalar las misiones, el hombre explica “todos los territorios estaban llenos de neófitos, ósea neófitos en la palabra del Señor, lo que buscaron las misiones era evangelizar a los habitantes originales”.
Sólo perlas
De la Baja California los conquistadores sólo se pudieron llevar perlas. Miguel Ángel asegura que la corona de la reina Isabel II de Inglaterra tiene una perla de la Paz, Baja California, en su ornato.
La escasez de comida y la dureza del ambiente no hacían posible la siembra, así que estos grupos del norte –a diferencia de los del sur- fueron nómadas hasta hace muy pocas décadas. Incluso la carretera transpeninsular se construyó hasta los años setenta, durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez.
El discurso que aboga que todos los mexicanos son mestizos fue muy duro para los pueblos originarios, explica Miguel Ángel. El hombre se cuestiona sobre las paradojas del “progreso”, que entre más avanza más disminuye la identidad de su pueblo.
Ahora Miguel Ángel se dedica a recopilar la historia de lo que él denomina “mi nación”. Se jubiló como maestro y ahora prepara un libro sobre los cochimíes. Asegura “yo nací en este país, pero yo no soy mexicano. Yo soy cochimí”.