No es la inseguridad, los problemas económicos o la violencia contra activistas. La primera gran crisis en el gobierno de López Obrador es su respuesta a la epidemia de feminicidios. Un tema que parece revelar su verdadero cariz político y personal, y que le pega en la línea de flotación de su ser: la calidad moral que presume
Alberto Najar
Twitter: @anajarnajar
En casi 15 meses de gobierno el presidente Andrés Manuel López Obrador ha enfrentado tormentas políticas y algunos escándalos.
Son casos como la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco, el asesinato del activista Samir Flores o la liberación obligada de Ovidio Guzmán en Culiacán.
Todos los superó sin problemas. Hasta ahora. Porque sus respuestas ante la epidemia de feminicidios en el país amenaza con convertirse en la primera gran crisis de su gobierno.
Se notó con su lenguaje corporal al ser cuestionado en una de sus conferencias de prensa mañaneras.
El presidente se veía incómodo, molesto por momentos. Respondió con un decálogo de buenas acciones que se notó improvisado y que resultó contraproducente.
Para colmo el problema estalló días después que fracasó la intención del fiscal General Alejandro Gertz de retirar el delito de feminicidio del Código Penal, y ubicarlo dentro de la categoría de homicidio.
Hubiera representado un grave retroceso en un país donde son asesinadas 10 mujeres al día. La intentona, sin embargo, desnuda la forma como desde el poder se mira esta grave crisis.
Es verdad que algunos comentarios del presidente fueron manipulados en los medios y redes sociales de internet.
Pero más allá de la campaña negra, la señal que envía López Obrador es que no entiende la dimensión del problema. Parece tener un concepto viejo del feminismo, anclado a su propia formación política y personal.
Es evidente cuando insiste en que su gobierno respeta a las mujeres, en las recomendaciones a los mexicanos para que sigan su ejemplo. Como si fuera una lección de caballerosidad y buenos modales de los años 70.
Es un avance que en su gabinete incluyera a varias mujeres como secretarias de estado, y que en el Congreso existe, por primera vez en la historia, un alto número de legisladoras.
Pero no basta. Para solucionar el problema es indispensable entenderlo, sacar a los feminicidios del saco donde el gobierno insiste en meterlos es decir, en la ola de inseguridad y asesinatos.
López Obrador dice que todos los días mueren hombres, mujeres y niños. Ése es el tema: no comprende que las mujeres son asesinadas por el simple hecho de serlo, que en los perpetradores hay un cariz distinto al de otros homicidas porque responden a una grave y profunda crisis social.
Para atender esta descomposición no son suficientes los programas de empleo, becas para estudiantes o subsidios. Tampoco basta incrementar las sanciones penales como recientemente hizo la Cámara de Diputados.
En el caso de los feminicidios son urgentes las acciones directas, que se convierta en prioridad del Estado, se capacite a los responsables de investigar los casos y que se termine con la impunidad.
Pero sobre todo, que desde la máxima autoridad se entienda la verdadera dimensión de la tragedia.
La actitud del presidente ya le quitó algunos puntos en las encuestas, pero el mayor costo está en uno de los rasgos que más defiende López Obrador, el que presume como la base de su ser político y personal: su calidad moral.
Ningún otro tema lo había sacado de balance. Los feminicidios, más que una profunda crisis de gobierno, amenazan con ser la kriptonita del presidente.