Ramón Revuelto fue desaparecido en Cuauhtémoc, Chihuahua, en 2014. Cuatro años después la Fiscalía del estado informó a la familia que había identificado genéticamente al joven, entre los restos calcinados de un rancho. Este es el relato de ese regreso, contado por su hermana Carolina Revuelto Astorga
Texto: Daniela Rea / Pie de Página
Foto: Especial
Mi hermano Ramón Revuelto Astorga tenía 22 años cuando se lo llevaron. Encontraron sus restos hace un año, eran restos quemados. Me los entregaron y yo les di sepultura.
Voy muy seguido al panteón y ya tengo tranquilidad porque platico con él, sé donde está y si quiero reírme, bailar… me refugio en él. Es el único a quien tengo y le digo “aquí vengo de latosa a platicar contigo hermano”. Antes no era un refugio, antes mi hermano era una angustia, un enojo, “¿dónde estás, hermano?, dame una señal para encontrarte”. Y ahorita ya cambian las cosas, el dolor sigue ahí y el coraje, pero hay tranquilidad.
Mi hermano era un hombre risueño, con quien más apego tenía. Y ahora que voy a visitarlo le digo “lo logré, sí pude, ya cumplí contigo”. Pero todavía me falta encontrar a mi esposo. Valerio Perea Gil, de 35 años, fue desaparecido unos meses antes que mi hermano. Me lastima ver a mis hijos, sus preguntas que no puedo responder.
Es diferente perder a un hermano que a tu esposo. Cuando se llevaron a mi esposo sentí miedo a enfrentarme a la vida, miedo a madurar, pero tenía que hacerlo porque no había quién me protegiera. Y cuando se llevaron a mi hermano me dolió desde la punta del pie hasta el último cabello, sentí un dolor en el pecho como si me hubieran arrancado algo de mi piel. Son dolores distintos. Uno de protección y el otro dentro de mí.
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A mi hermano se lo llevó su mejor amigo, puedo decir que su hermano, porque desde niños crecieron juntos. Mi hermano andaba en la huerta, en la pizca de la manzana, ganaba 130 pesos al día y el 29 de agosto del 2014 lo acompañó a ir a visitar a unas mujeres y no regresó.
Yo estaba por aliviarme de mi bebé, mi hermano vino a visitarme, esperando que naciera. Luego su amigo le llamó y lo invitó y cuando yo volvía del chequeo médico él iba en el camión en dirección contraria. Nos dijimos adiós de camión a camión y fue la última vez que lo vi. Y digo yo “híjole, de haber sabido hermano que no te volvería a ver, te habría abrazado”.
Pasaron los días y mi hermano no contestaba, él nunca apagaba el teléfono. Fuimos a los hospitales, a la comandancia, a la Cruz Roja y nada. Yo pensaba algo pasó aquí. Se me ocurrió hablar a la sierra, de donde somos originarios, y me dijeron que vieron al amigo de mi hermano, pero a mi hermano no. Y en automático pensé que lo habían matado.
Aún no superaba el golpe por la desaparición de mi esposo y viene otro más fuerte. Primero mi esposo y luego mi hermano, mi sangre. Me llené de miedo. Puse la denuncia e inmediatamente me salí de la casa y deambulé mucho tiempo buscando trabajo, tenía que mantener a mi hijo.
Me metí a un expendio de cerveza a trabajar y cuando se me notó la panza mi patrona me dijo que no podía tenerme embarazada, cargando cosas, porque no tenía seguro y era peligroso. Yo le rogué que no me sacara, que necesitaba el trabajo, le conté lo que me había pasado y se apiadó de mí. Entonces despidió a una muchachita tarahumara que atendía el expendio de pan. “Por ti la despido para pasarte su trabajo”, me dijo, y yo me sentí muy mal por la otra muchachita, se quedó sin trabajo por mí.
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Yo hablé a CEDEHM [Centro de Derechos Humanos de las Mujeres] a pedir ayuda, ellos me ayudaron en todo, con los traslados, los gastos, los trámites. Un día, el 29 de julio del 2018, recibí una llamada de Gabino Gómez, de esa organización que nos apoya a los de desaparecidos. En mi corazón dije: Mi hermano. Jamás pensé en mi esposo. Sentí que me faltaba el aire y a la vez como una paz.
El equipo de CEDEHM me visitó en el cuartito donde vivía y ellos comenzaron a hablar. Me sentía sorda, escuchaba sus voces a lo lejos… sólo pensaba que todo comenzaba otra vez, que tenía que ser fuerte, que ya venía lo peor. Le llamé por teléfono a mi mamá y le dije “te tengo una buena y una mala, pero quiero que estés tranquila. La buena es que ya apareció, la mala es que está muerto”.
A mi hermano lo habían encontrado a los 15 días de que se lo llevaron, de que falleció. Lo encontró un ejidatario del rancho Dolores. Estaba buscando vacas y encontró restos quemados y dio aviso al MP. Al día siguiente que fueron a buscar los restos ya faltaban piezas. Pero en la Fiscalía no me dijeron nada, aunque yo puse denuncia. Pasaron cuatro años hasta que nos pidieron ADN de mamá y de papá, mi papá nunca quiso ir.
Me entregaron cinco, seis pedazos de huesos.
El 29 de agosto del 2019 me citaron en CEDEHM y fuimos a la Fiscalía de Cuauhtémoc. Hicimos los trámites para que me entregaban a mi hermano y me fui con los de Semefo al panteón. Ni siquiera encontraban el número de la tumba. Yo estaba tiemble y tiemble, estaba nerviosa, estaba ciega y sorda, tenía coraje, quería gritarles. ¿Ahora sí quieren trabajar bien? Cuatro años nos dejaron con este dolor, desde que desapareció mi hermano.
Quería tocar los huesos de mi hermano, siquiera tocarlos, no me dejaban. Sacaron la bolsa, llegó la funeraria, se los llevaron. No me dejaron tocarlos. Yo siempre dije, “aunque fuera una uña, darle un abrazo”. No le tenía asco al hueso. A lo mejor todos ellos andaban con cubrebocas y guantes, pero yo no, era mi sangre, mi hermanito.
Cuando llegué a la funeraria no estaba mi hermano. La Fiscalía no había avisado el trámite. Ese fue otro golpe. Me quedé ahí esperando que se resolviera, yo me quería morir, no tenía cabeza… mis hijos estaban conmigo, tenían hambre, el pañal sucio, pero no me podía ir, ¿quién iba a recibir a mi hermano?
Finalmente me hablan y me dicen “ya están los restos adentro”. Fue lo más difícil de mi vida, todas las capillas llenas de familias y mi capilla sola, el ataúd solo. Yo sabía lo que tenía ese ataúd.
Ese ataúd tenía cinco huesitos de mi hermano.
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¿Sabe que yo lo recuerdo más de niño? Sus risas, sus juegos. Él era muy allegado a mí. Ahorita estoy trabajando el desapego, me cuesta trabajo porque siento mucha injusticia, las autoridades no hacen nada y se escucha mal, pero a veces quisiera tomar justicia por mis propias manos.
Ya pasó un año de que me dieron a mi hermano. Ahora me siento tranquila porque platico con él, sé dónde está y si quiero reírme, bailar… me refugio en él.
Siento como que ya cumplí mi misión, les prometí a mi madre, a mi hermano, a mí misma que iba a luchar hasta el último momento y siento que ya cumplí. CEDEHM me ayudó con todo, estuvieron siempre cerca de mí, apoyándome. Fueron unos ángeles que me permitieron cumplir mi promesa.
Después de muchos años de buscarlo lo encontré y lo sepulté. Pero la verdad es difícil, es muy difícil saber lo que le hicieron, que lo quemaron. Antes era de que hacíamos fogatas, porque soy de rancho, hacíamos fogatas, quemábamos llantas, jugábamos con la lumbre. Ahorita no quiero ni cocinar. Me salta el aceite y pienso en él, en imaginar qué le hicieron. Me da miedo y no sé cómo explicarlo, le queda a uno un trauma de por vida… Me pregunto si lo mataron de a poco, si fue un balazo, qué le hicieron…yo ya no puedo prender fogatas.
Antes lo soñaba mucho en los arroyos y siempre de espaldas y le gritaba “hermano, hermano” y no volteaba. Y pues sí, encontraron su cuerpo en un arroyo, así en el arroyo que yo lo soñaba. Ahora cuando lo sueño, lo sueño riéndose y diciéndome “ya, tranquila cochinada”, así me decía de niña. Y ahora sí lo veo, logro verlo y sonriendo. Me gustaría ir y ponerle una cruz y decirle “hermano, aquí terminaste”. Pero aún me cuesta trabajo.
Hay días más difíciles que otros, estoy aprendiendo a lidiar con ellos. Salir a caminar me hace bien. El otro día vi el atardecer y pensé en mi hermano, a él le gustaban los caballos y no le sacaba al jale, trabajaba en lo que fuera, en la construcción o en la pizca de manzana. Pensé en mi hermano y sonreí y me acordé que también le gustaba cantar y tarareé una canción para él.