En América Latina, diversas comunidades han demostrado que es posible vivir de los bosques, mantener su biodiversidad y frenar la deforestación. En este Día Internacional de los Bosques, compartimos algunas experiencias del manejo forestal comunitario en México, Guatemala, Perú y Colombia.
Por Thelma Gómez Durán
Mongabay Latam
Un tercio de la superficie de la Tierra está cubierta por bosques. Estos ecosistemas son el hogar de 80 % de las especies animales y vegetales terrestres. Pero también son las áreas que habitan más de mil millones de personas que dependen de ellos para sobrevivir al proporcionarles alimento, combustible e ingresos. Y aunque buena parte de la continuidad de la vida en el planeta depende de las zonas boscosas, eso parece olvidarse con facilidad: de acuerdo con datos de las Naciones Unidas, 13 millones de hectáreas se deforestan cada año.
Para no olvidar la importancia de este ecosistema e impulsar su conservación, en 2012 la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó el 21 de marzo como Día Internacional de los Bosques. Para este 2020 el lema de la jornada es Bosques y Biodiversidad: Demasiados preciosos para perderlos.
Los bosques son “una arma natural” contra el cambio climático, ya que absorben el equivalente a 2 000 millones de toneladas de dióxido de carbono cada año.
También juegan un rol importante en la regulación del ciclo hidrológico atmosférico: “Existe bastante evidencia científica que muestra que la deforestación de los bosques tropicales interrumpe el movimiento del agua en la atmósfera a grandes escalas espaciales”, explica el doctor Manuel Guariguata, investigador principal del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR, por sus siglas en inglés).
Guariaguata es una de las voces que destacan que si se desea conservar a los bosques y a su biodiversidad, detener la deforestación y, además, combatir la pobreza es necesario impulsar el manejo forestal comunitario, modelo que tiene entre sus principios el uso planificado y sustentable de los diferentes tipos de bosque por parte de las comunidades locales y que es visto cada vez más como una de las opciones para resolver el gran dilema de la conciliación entre la preservación de la naturaleza y el desarrollo económico.
Para este Día Internacional de los Bosques, Mongabay Latam destaca apuestas de manejo forestal comunitario que se desarrollan e impulsan en cuatro países de América Latina.
México: bosques comunitarios
En el norte, centro y sur de México es posible encontrar comunidades —buena parte de ellas indígenas— que, desde la década de los años 80, se organizaron para que el gobierno mexicano dejara de entregar concesiones forestales a empresas privadas. Comunidades de Oaxaca, Durango, Michoacán, Chihuahua y Quintana Roo, sobre todo, comenzaron desde entonces a hacerse cargo de los bosques que se encuentran en sus territorios; fueron pioneras de lo que ahora se conoce como manejo forestal comunitario y que consiste, entre otras cosas, en realizar un aprovechamiento sustentable de la madera de los bosques, así como de otros productos forestales no maderables.
En la actualidad, en México, alrededor de 2 300 grupos comunitarios gestionan sus bosques para la extracción de madera, lo que genera ingresos para las comunidades y los hogares, de acuerdo con datos publicados por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), en el libro El Estado de los Bosques Del Mundo. Las Vías Forestales hacia el Desarrollo Sostenible.
Por la falta de políticas públicas que impulsen el manejo forestal comunitario, entre otros motivos, la gran mayoría de las comunidades solo se ha quedado en el primer escalón del manejo forestal comunitario: el aprovechamiento de madera y su venta en el mercado nacional.
Las empresas forestales comunitarias más sólidas están en bosques templados de Chihuahua, Durango, Oaxaca, Michoacán y Puebla. También las hay en Quintana Roo y Campeche, donde hacen manejo forestal del bosque tropical.
Otras comunidades, como las que forman parte de la Unión de Comunidades Productoras Forestales Zapotecos-Chinantecos de la Sierra Juárez (UZACHI), en Oaxaca, han desarrollado modelos integrales en donde además de extraer madera, tienen proyectos ecoturísticos, una fábrica de muebles, cuentan con unidades de manejo para la reproducción de orquídeas, hongos y venado cola blanca; impulsan la regeneración natural del bosque y hacen monitoreo de agua, fauna y suelos.
El manejo forestal comunitario les ha permitido generar empleos, pero también contar con recursos para invertir en obras en sus comunidades y en el mantenimiento de sus bosque en donde han registrado —gracias a las cámaras trampa— la presencia de especies como el puma, el tapir y el águila elegante.
“Para quienes no conocen lo que es el manejo forestal comunitario quizá crean que, como estamos cortando árboles, estamos destruyendo el bosque. Pero cortar un árbol no siempre significa un daño. Hay que hacerlo en forma responsable, con una planeación, con un programa de manejo que permita conservar el bosque”, explica la bióloga y maestra en desarrollo rural, Laura Jiménez, subgerente técnica de la UZACHI.
Las comunidades que hacen manejo forestal sustentable —explica Lesly Aldana, de Rainforest Alliance México— han demostrado que incluso han mejorado la salud del bosque, porque realizan control de plagas, trabajos para control de incendios —brechas corta fuego— y, en varios casos, monitoreo de la biodiversidad.
Un problema al que se enfrentan las comunidades que realizan manejo forestal sustentable es que no siempre pueden competir con en el mercado.
“Estas comunidades producen madera y conservan el bosque. Pero tienen que competir con empresas que tienen mayor tecnificación, cuyos costos de producción son más bajos y que no realizan acciones de conservación. Ese es uno de los grandes retos que tienen: lograr que los consumidores reconozcan su labor de conservación y compren productos certificados que vienen de estas comunidades”, explica Lesly Aldana, de Rainforest Alliance México, organización que impulsa el programa “Mercados por un futuro sostenible” para impulsar el consumo de los productos desarrollados por 16 ejidos forestales en Campeche y Quintana Roo; así como por las comunidades de Oaxaca, entre ellas Ixtlán de Juárez y la UZACHI.
Guatemala: Manejar el bosque con justicia social
En la zona del Petén, hace poco más de 20 años, un grupo de comunidades se organizó para forjar su futuro. Cuando en 1990, el gobierno guatemalteco declaró 2.1 millones de hectáreas de bosques tropicales como Reserva de la Biósfera Maya, esas comunidades estaban en riesgo de ser expulsadas del lugar y quedarse sin opciones de trabajo.
Antes de que la zona se declarara como Reserva, los habitantes de estas comunidades —que llegaron al lugar durante las primeras décadas del siglo XX— aprovechaban los recursos naturales del bosque sin ninguna planificación, explotaban la resina de los árboles chicozapote y la palma del xate; la vendía a precios muy bajos a intermediarios.
Cuando se declara la Reserva, las comunidades se organizaron y lucharon para que el gobierno les entregara concesiones de aprovechamiento forestal. Incluso, buscaron asesoría y conocieron el manejo forestal comunitario que ya se realizaba en México.
En 1994, el gobierno guatemalteco entregó la primer concesión forestal comunitaria. En la actualidad, 500 mil hectáreas de la Reserva de la Biósfera Maya están bajo el esquema de concesión. Hay diez concesiones comunitarias vigentes que benefician directamente a 14 mil personas, de acuerdo con datos de la Asociación de Comunidades Forestales de Petén (ACOFOP), la cual tiene entre sus lemas la frase: “manejamos el bosque con justicia social”.
Con el acompañamiento de varias organizaciones, estas comunidades han logrado diversificar sus actividades. Además de producir madera que cuenta con certificados internacionales que garantizan el buen manejo del bosque, realizan aprovechamiento de la palma xate, el chicle y la pimienta. También son apicultores y tienen proyectos de turismo comunitario.
Los productos no maderables representan para las comunidades residentes en la Reserva cerca de 48 por ciento de sus ingresos anuales, de acuerdo con datos de la FAO. Parte de sus ganancias las invierten en servicios para las comunidades, como la entrega de becas para que sus jóvenes puedan realizar estudios universitarios.
Una creciente evidencia científica —resalta el doctor Manuel Guariaguata— indica que el manejo forestal por parte de las comunidades ayuda a disminuir las tasas de deforestación en sus bosques, a reducir las emisiones de carbono por el uso de la tierra y a conservar la biodiversidad.
Un estudio realizado por Bioversity Internacional, y publicado en 2018 por CIFOR, documentó que en el área de la Reserva de la Biósfera Maya que está bajo el esquema de concesiones forestales comunitarias, las tasas de deforestación son casi nulas: 0.1% al año; mientras que en áreas de la Reserva que no están concesionadas los datos son del 2.2 por ciento y del 5.5 por ciento.
Y otro estudio, realizado por la Wildlife Conservation Society, mostró que en los bosques concesionados a la Cooperativa Carmelita (una de las comunidades que forman parte de ACOFOP ) había un presencia de 1.5 jaguares por cada 100 kilómetros cuadrados, una de las más altas densidades de población de este felino.
Como parte de su manejo forestal, las comunidades como Carmelita y Uaxactún incluyen acciones para mejorar el crecimiento y la supervivencia de los árboles.
Y aunque las concesiones forestales comunitarias en Guatemala han mostrado ser exitosas, no tienen la garantía de permanencia. Como las comunidades no son dueñas de la tierra y las concesiones tienen una duración de 25 años —algunas vencen en 2022—, su futuro depende de que el gobierno, a través del Consejo Nacional de Áreas Protegidas, renueve las concesiones.
El doctor Manuel Guariguata, de CIFOR, resalta que los casos que han logrado ser “exitosos” en el manejo forestal comunitario tienen, por lo menos, dos factores en común: el grado de cohesión y organización social —el cual, a su vez, depende de contextos culturales, el área destinada al manejo y sus objetivos— y la seguridad de la tenencia de la tierra.
Perú: las castañas en la Reserva Nacional Tambopata
Como ha sucedido en otros países de América Latina, durante décadas las políticas forestales de Perú ignoraron la posibilidad de que las comunidades realizaran un manejo de los bosques a largo plazo.
Aún así han surgido iniciativas para impulsar el manejo forestal comunitario, sobre todo en la Amazonía peruana. Como en otras naciones, no todos los proyectos han prosperado.
¿Por qué ha sido tan difícil que los gobiernos de América Latina impulsen el manejo forestal comunitario?, se le pregunta a Manuel Guariguata, de CIFOR.
“En muchos países, las normas y regulaciones forestales tienden a ignorar las realidades locales en cuanto al uso del recurso. Todavía hay mucho qué hacer para integrar el componente técnico-gerencial que típicamente emana de los gobiernos centrales, con las prácticas tradicionales o locales de manejo forestal”.
Los proyectos forestales comunitarios que han caminado en Perú se encuentran en zonas como Ucayali y Muyuy, de acuerdo con el estudio Manejo forestal comunitario en la Amazona peruana, publicado por CIFOR en 2014. En ese documento se resalta que en esas regiones hay comunidades nativas y pequeños productores que aprovechan la madera, pero al mismo tiempo protegen los árboles semilleros e impulsan la regeneración natural del bosque.
En Perú, la recolección de castaña —fruto del árbol amazónico Bertholletia excelsa— también es una muestra de cómo los bosques ofrecen una gama de caminos para que las comunidades puedan realizar un aprovechamiento sustentable de los recursos, sin tener que apostar solo a la producción de madera.
En la región de Madre de Dios, en la Amazonía peruana, a partir del año 2000, el gobierno reconoció los derechos adquiridos que los recolectores de castaña habían obtenido en contratos de extracción ya existentes.
Hoy la recolección, procesamiento y venta de castaña genera en la zona de Madre de Dios entre 3 y 8 millones de dólares anuales, además de que en esta actividad se emplean a cerca de 30 000 personas y proporciona alrededor del 67% de los ingresos anuales de las familias, de acuerdo con datos recopilados por Varun Swamy, líder de Aerobotanuy, proyecto que hace uso de drones para localizar y monitorear los árboles de castaña.
Un estudio, publicado en julio de 2019 por CIFOR, resalta que el lugar en donde las concesiones de castaña tienen un mejor desempeño es la Reserva Nacional Tambopata, área protegida en la que se identificado —gracias a proyectos como el AmazonCaM— jaguares, pumas, perros de monte, osos hormigueros, huanganas, tapires, yaguarundís y venados grises y rojos, por solo mencionar a los mamíferos.
Colombia: abrir el sendero del manejo forestal
Las experiencias de manejo forestal comunitario que se han desarrollado en México y Guatemala han servido de inspiración para otros países. En julio de 2019, por ejemplo, una delegación de técnicos y líderes comunitarios de regiones amazónicas de Brasil, Colombia y Perú visitó la Reserva de la Biósfera Maya para conocer el trabajo de las comunidades forestales del Petén.
En Colombia los bosques ocupan alrededor del 52 por ciento de su territorio; casi la mitad de esas zonas forestales está dentro de territorios de comunidades indígenas y afrocolombianas, de acuerdo con el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales de Colombia (IDEAM).
Por ello, organismos como la FAO-Colombia, organizaciones no gubernamentales y el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, así como algunas comunidades han visto en el manejo forestal comunitario una herramienta para detener la deforestación que en 2018 afectó a 197 159 hectáreas; la Amazonía concentró 70 por ciento de la pérdida de bosques, de acuerdo con el IDEAM.
Una de las asociaciones colombianas que ya comenzó a dar los primeros pasos para realizar manejo forestal comunitario es Acción Comunal del Capricho (Asocapricho), que reúne a familias asentadas en el corregimiento El Capricho, en San José del Guaviare, que se localiza entre el Parque Nacional Chiribiquete y la serranía de La Lindosa.
Esta comunidad tiene planes de aprovechar en forma sustentable especies no maderables como la fibra de la palma de cumare, el aceite de la palma seje, la baya del asaí y la palma canangucho.
Además El Capricho, otras comunidades de Antioquia, Cauca y Tolima también están mirando al manejo forestal comunitario como una opción para vivir de sus bosques y al mismo tiempo conservarlos.
Lesly Aldana, de Rainforest Alliance México, resalta que las comunidades que se embarcan en el manejo forestal comunitario no solo encuentran en los bosques una forma sustentable de vida. Con su apuesta también contribuyen a la permanencia de los servicios ecosistémicos que ofrecen los bosques —como la captura de dióxido de carbono y la regulación del ciclo hidrológico— y que se conserve el hábitat de muchas especies. “Y muchas veces, eso no se les reconoce”.
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Este contenido es publicado por La Verdad con autorización expresa de Mongabay Latam. Ver original aquí. Prohibida su reproducción.