COVID-19

Diarios de una pandemia: una fiesta para Daniel o cómo festejar tras vencer la covid




mayo 23, 2020

Los sobrevivientes de covid en una familia decidieron celebrar el cumpleaños del más pequeño con una fiesta. Con el duelo por la muerte de dos de sus integrantes, buscan comenzar de nuevo con una celebración a distancia y la representación caricaturizada del virus

Texto: Vania Pigeonutt / Pie de Página
Fotografías: Cortesía

Ciudad de México -Esperanza festejó a su hijo Daniel como desde hace 11 años, con ausencias físicas notables. Le mandó a hacer un pastel embadurnado de crema con la figura del SARS–CoV–2, hizo dulceros con materiales reciclables, también con un motivo de la COVID-19. Esa fue su manera de celebrar la vida y mostrar su resiliencia: conmemorando a Daniel.

Han pasado dos meses de que inició la Jornada Nacional de Sana Distancia. Para ella y su familia son tiempos de confinamiento obligatorio, de duelos inacabados, despedidas y bienvenidas.

Esperanza vive con otros cuatro integrantes de su hogar. Tiene la presunción que todos los adultos enfermaron de COVID-19, menos su hijo Daniel. Aunque su hermana no presentó síntomas. 

La familia reside en la alcaldía Cuauhtémoc, donde 972 personas hasta este viernes 22 de mayo contrajeron la enfermedad, según los datos del gobierno de la Ciudad de México.

Esperanza tiene certezas de que de su familia enfermaron ella, su esposo, un sobrino. Y es posible que su suegro muriera por esa causa. Pero no todos tuvieron las pruebas positivas en sus manos. A casi pocos días de sentirse recuperada reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre sus afectos y horizontes. ¿A qué le da valor en la vida?, ¿cómo será cuando salga de su casa? En un parpadeo vio morir a su suegra Juanita, también por covid, y 10 días después a su suegro Edmundo. Por eso para la fiesta de su hijo Daniel preparó sin cargas negativas sus dulceros con emojis de cubrebocas. Trata de ver el futuro con optimismo.

Los abuelos paternos de Daniel fueron las dos personas que más le hicieron falta en su cumpleaños, sobre todo su abuelita Juanita que siempre le tenía un regalo especial; el año pasado le dio su cereal de chocolate favorito y dinero.

“Desde que nació mi hijo, cada año, llueva truene o relampaguee le hago una comida. A mí me da mucho gusto celebrar la vida, tener a mi hijo que tanto trabajo me costó. Cuando nació yo me estaba muriendo, desangrando, pero dije yo no me puedo morir, no se vale, tanto que me costó tenerlo para al final dejarlo solito”, cuenta Esperanza en una llamada.

Esta fortaleza la ayudó a salir de la COVID-19. Dice que lleva como un tatuaje en el pensamiento: que no se puede morir por su hijo, no lo puede dejar así. Entonces superó la enfermedad, fue una paciente ambulatoria, se curó desde su casa y con la solidaridad de los vecinos de su edificio y de sus amigas de forma virtual. Como Dani es fiestero, le gusta que Esperanza le prepare fiestas con amigos. 

Esta vez hubo una videollamada con varios compañeros de su escuela de música donde estudia el fagot, un instrumento de viento madera provisto de lengüeta doble, parecido a una flauta. La tecnología rompió una brecha y le dio a Daniel un momento emotivo: sus amigos cantando Las mañanitas.

La fiesta fue en la azotea. En las fotos que compartió Esperanza vía WhatsApp se observan dos mesitas, una rectangular y una redonda. Colocaron una lona anaranjada y una hilera de globos colgaba en un hilo. Hay unas caras amarillas y circulares con ojos negros y cubrebocas azules, hechas de papel. También un muñequito sonriente en forma de virus portando una corona amarilla pegado en las paredes. Gelatinas con palillos con la cara caricaturizada del SARS–CoV–2. Se ven los tinacos de agua y árboles coposos.

La comida familiar que cada año se hace los 14 de mayo fue pozole. Daniel decidió que ese fuera el platillo, le encanta la comida mexicana y las garnachas. Antes de la comida, Hazel, el sobrino de Esperanza de 31 años de edad, quien también enfermó de COVID-19 y ya se recuperó, llevó un regalo especial. Escribió una carta como si fuera Juanita, la abuelita.

“Esta carta te la escribí hace mucho tiempo atrás, ya que si ahorita la estás leyendo es porque ya no estoy físicamente, pero siempre te estaré observando y cuidando en tu vida por siempre, sólo quiero que seas una persona de bien y que busques todo lo que te haga feliz”, dice la carta leída por Hazel.

La familia compuesta por su esposo, su hermana adoptiva y el hijo de 23 años de ésta, se reunieron junto a otro vecino, un niño llamado Daniel, su mamá y su abuelita. Las Gordas al combate, como se hacen llamar en un grupo de WhatsApp las amigas de Esperanza, cuyos hijos estudian juntos música, prepararon la sorpresa de la videollamada. Fue así como el jueves 14 de mayo, la familia no pensó en la covid como algo negativo. Volteaban a un lado y la imagen de SARS–CoV–2 se mostraba en una forma alegre, convertido en una caricatura con corona amarilla.

Un duelo inacabado

Su suegra de 79 años murió el 19 de abril, Esperanza, una mujer de 47 años de edad, fue al velorio ya con síntomas. Su suegro de 78 años murió el 29 de abril. En su acta de defunción le dijeron que por neumonía atípica, pero ya no le hicieron la prueba de COVID-19 después de que falleció. No pudieron clarificar si lo alcanzó la pandemia, pero la familia cree que sí.

“Farid (el hijo de su hermana adoptiva que es médico interno) ya nos dijo que su jefa dio positivo y eso obliga a que tú y yo nos hagamos la prueba, por los síntomas. Y ya mi marido lo tomó muy tranquilo. No tenía síntomas. Esa noche no pusimos a repasar todos lo que Farid sabía de los síntomas que le habían enseñado en el hospital. Y resulta que sí, que mi marido tenía varios de los síntomas. Y Farid no, nada más lo que tenía era esa ronquera en la garganta porque le dio a él un poco de tos”, narra.

“Farid decía que tenía el cuerpo cortado, pero como cuando empiezas con una gripa, como cuando dices me quiero enfermar, me siento cansado, pero no le dio más. Y mi marido sí. Se hicieron la prueba. En tanto, ya el sábado 19, mi suegra estaba muy malita. El viernes para sábado yo me quedé con ella. Y esa noche la pase muy mal en el hospital”, detalla.

Esperanza cuenta que Juanita se fue muriendo poco a poco, lo último que dejó de funcionar fue el corazón. Junto a su cuñado fue la última persona que estuvo con ella. Se sentía mal físicamente, pero pensó que era porque estaba devastada emocionalmente al ver así a su suegra.

Juanita fue muy importante para la vida de Esperanza y de su familia. “Cuando tuve problemas importantes con mi marido de irme de la casa, me ayudó mi suegra. Y mi suegra a escondidas de mi marido me mandaba dinero para que mi hijo no padeciera de hambre de nada. Y me mandaba no sólo para que estuviéramos comiendo, sino además nos mandaba para que fuéramos al cine, para que le comprara un helado, para que mi hijo no estuviera triste”.

Cuando enfermó Esperanza

Esperanza era la nuera favorita de Juanita, al menos eso le decía. Por eso cuando murió ella fue al mercado de Jamaica con las flores junto a su sobrino Farid. Aunque utilizó cubrebocas, guantes, le quedó grabado que pudo contagiar a gente, piensa en eso cada que recuerda el día que tuvo que ir para que velaran a su gran amiga Juanita.

“Yo iba con mucho temor, además yo soy exageradita para todo, y entonces yo llegaba aquí a la casa, y mi hermana o mi marido me hacían el favor de ponerme en la puerta una bolsa de plástico, y en la puerta me quitaba toda la ropa, hasta la ropa interior. Y todos se escondían, en la casa en su recamara, yo corría directo al baño, y me bañaba con todo y lentes puestos y la llave que es lo que no suelto”, cuenta de su rutina cuando llegaba de ver a su suegra.

“Y mi bolsa de ropa la subía a la azotea a que le diera el sol. La dejaba como cuatro días y hasta después la lavaba. Además yo limpiaba las chapas de la casa, los apagadores de luz, las palanquitas del baño, con una exageración, con cloro. Y normalmente yo no uso cloro. Desde que empecé a oír que en China estaba en diciembre, empecé a exagerar los cuidados en la casa”.

Las mismas medidas preventivas las tomaban con su sobrino Farid, porque él venía del hospital. Todos sabían que estaba en la línea de fuego.  Los mismos cuidados, los cambios en la puerta, subirse a bañar. Porque ella tenía miedo de traer la enfermedad. Pero parece que todo fue en vano, dice. No saben de dónde ni cómo, pero el primero que empezó con síntomas leves fue su marido de 60 años.

“Mi sobrino nada más empezó a moquear sin mucha cosa, no tuvo fiebre o nada más una vez tuvo fiebre. Y al mismo tiempo empezó mi marido, pero mi marido sí moqueaba, se quedaba dormido en donde sea, me decía me duele el cuerpo. Lo que a mí me llamó mucho la atención fue que en una de sus noches, me tosía en la cara, y yo despertaba porque sentía los tosidotes en la cara y le decía dormido: oye me estás tosiendo en la cara. Y no despertaba”, dice.

Ya no pudieron ver a su suegro. Él murió en los días en los que todos ellos estaban confinados. Daniel, cree Esperanza, si contrajo la infección fue asintomático y, por la edad, el menos afectado. Ella todavía recuerda el dolor intenso en los ojos y el sentimiento que le provoca no haber podido asistir a su suegro en sus últimos días. De él no hubo funeral. Sus restos fueron incinerados. No hubo flores ni condolencias a sana distancia como las tuvo Juanita.

Por eso el cumpleaños de Dani, aunque terminó temprano, con risas y fotos con todos los que pudieron ir, fue un nuevo comienzo para Esperanza. Siente que a partir de este 14 de mayo entró en una nueva etapa, donde valora a su familia, que sus vecinos y la gente que la asistió pudo superar los prejuicios sobre la enfermedad y la acompañó. También agradece a todos quienes a distancia estuvieron viendo sus avances, de cómo su familia vencía la COVID-19.

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Este trabajo fue publicado originalmente en Pie de Página que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.

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