Literalmente vivimos en ambientes tóxicos que pueden matar…es como imaginarse el avance de una película de ciencia ficción en un cine de la década de los ochentas del siglo pasado. Durante décadas nos dijeron que esto podía pasar y pensamos que era sólo un espectáculo, pero la realidad es brutalmente injusta
Por Hernán Ortiz
Dice la RAE, a la que no le hago más caso que cuando me conviene, distopía, representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana.
Cuando se trata de ciencia ficción gran parte de la industria fílmica, literaria, de historietas y videojuegos, hace referencia a estos futuros distópicos donde se adivina lo qué podría pasar con la humanidad.
Un ejemplo de película distópica es Soylent Green, en español llamada ‘Cuando el Destino nos Alcance’.
Mi madre siempre nos compartía su aventura de ir al cine. Después de ver Soylent Green, nos platicó a mis hermanas, primas, primos y a mí cómo sería el futuro. La parte qué más le impactaba era la crisis alimentaria y nos contaba que la gente comería a otra gente para sobrevivir. La carne humana era surtida por personas que decidían acabar con su vida. Quienes querían suicidarse lo hacían de una manera entre placentera y melancólica.
Pero si veo la película hoy en día, me hace recordar otras cosas. Por ejemplo, todo el tiempo, en la calle, en los pasillos de los edificios, hay gente que no está dentro de la estructura social, ahí están solamente, pero otras personas pasan por arriba de ellos como quien esquiva un obstáculo en el piso.
¿Y si el destino ya nos alcanzó?
Mi oficina se encuentra a 500 metros del parque Chamizal sólo tengo que asomarme por la ventana para verlo. El año pasado, ahí estuvo un campamento de migrantes. No había cifras exactas de cuántos eran, no era claro si alguien los dirigía, no estaba claro cuáles eran sus necesidades… De hecho, yo estuve mucho tiempo sin verlos hasta que por mera casualidad un amigo me llevaba en su auto y pasó por ahí.
Estaban a 500 metros de mí y no los veía. Procuro estar medianamente informado, medio enterarme de lo que pasa en la ciudad y el mundo, pero aun así no sabía de ellos. Sabía que teníamos visitantes en un estatus migratorio poco claro, pero no sabía que estaban a un lado de mi oficina en algo parecido a un campo de refugiados. Luego vi que también estaban en el centro.
Quienes estaban en estos campamentos en ocasiones recibían ayuda de personas solidarias, pero también surgieron dimes y diretes, si eran manipulados por extraños líderes, si no les gustaban los frijoles, si eran personas sucias.
Sí había solidaridad, pero también desprecio y principalmente una indiferencia que no sé cómo calificar.
En la película ‘Cuando el Destino nos Alcance’, esta indiferencia a quienes no están dentro de los espacios socialmente construidos e institucionalmente y burocráticamente definidos es parte de la distopía, pero en mi entorno parece que es algo que vemos día a día.
No sólo la he visto aquí. Un par de ocasiones he comido en la avenida Insurgentes en la Ciudad de México. Una en un restaurante y otra en un puesto. La existencia de universos paralelos es innegable. Por un lado los restaurantes caros con valet parking, por otro los puestos que van desde autos que son distribuidores improvisados y clandestinos de caldo de pollo, hasta micro pizzerías en puestos de 2 por 1.5 metros. Pasando por el sushi, tortas y tacos. Los comensales de los restaurantes no ven ni conviven con los de los puestos y a la inversa.
El territorio es uno, pero son mundos diferentes. Justo como en la película distópica.
Otro punto interesante de la película es cuando en una manifestación el control antimotines llega con un trascabo y con la pala levanta y manda al carajo a la gente, así, como si nada. No importa la causa, lo justo, las necesidades, la opinión o el derecho a manifestarse, que no estorben y sanseacabó.
Hoy en día, se manifiesta por el derecho a decidir, por el derecho a las dos vidas, para que las maquilas cierren, para que la economía abra, vaya hasta hay manifestaciones en contra de que mejore el transporte público. ¿Sirven para llamar la atención? La gente que no está enterada del problema o del debate, ¿se entera? No lo sé, pero sí sé que, a la semana, hay una masacre, un temblor, un derrumbe, una amenaza de guerra mundial, avispas gigantes o virus mortales… lo que sea hace que se olvide qué era lo que se alegaba. No es un trascabo literal como en la película, pero son retirados del debate público como si la enorme pala los hubiera aventado… ALV, dicen hoy en día.
¿Quién es parte del mundo validado por la institución y la burocracia y quién no? Recuerdo la película de Minority Report de Spielberg basada en un guión de Philip K. Dick, donde Tom Cruise es un agente de policía, pero también compra y consume drogas que obtiene de contactos que viven al margen de la legalidad. Tal vez así somos muchos, con un pie en la vida oficial, pero con otro en un mundo clandestino. Vamos al cine, pero compramos películas piratas, o las bajamos para no comprar. Comemos en lugares legales, pero también en el puesto callejero. Sí hay gente que vive en la total legalidad… otros que lo hacen en la total ilegalidad. Supongo que la mayoría lo hacemos en el medio.
Dentro de estas legalidades fortalecidas en andamios legales, institucionales y hasta culturales, hay gente que tiene privilegios y otros que no. No se trata de criticar a quién se ha esforzado por estar bien o tener sus lujos, pero sí se trata de criticar a una sociedad que, a pesar de reconocer los Derechos Humanos como parte de sus acuerdos conscientes de convivencia, sigue dejando a gente de lado, como si no existieran. Es una situación meramente fortuita el contar con características para ser parte del mundo reconocido por las instituciones y favorecido por la burocracia o ser una persona invisibilizada.
No importa un cuerpo presente si no cuenta con su credencial del INE, es igual a no estar. No importa que un negocio esté al borde de la quiebra, sino está en el padrón de pequeñas empresas, es como si no existiera.
¿Yo? Soy de los privilegiados que pudo trabajar desde casa. Me he esforzado, no ha sido fácil. Pero he salido adelante, contaba con los conocimientos básicos para sobrevivir. No sé si igual al paletero que pasa todos los días por enfrente del parque vacío y de escuelas cerradas, me imagino que va a la gasolinera y el Oxxo, donde puede encontrar algo de gente que le compre sus productos. No tengo que preocuparme por clientes como el que vende chicharrones, calientitos o los tamales, que son de rojo y de verde y de dulce, los tamales, tamales… yo sólo pienso que no sé si los hicieron con las medidas sanitarias necesarias y por eso me quedo sin comprar. No puedo lavar los chicharrones ni los tamales, ¿o sí?
El señor de la miel es fabuloso, sólo tiene miel, un cuerpo curtido por la edad y nada que perder, creo. No sólo pasa gritando, ofreciendo su producto, sino que andando más por costumbre que por camino, lleva una pequeña bocina con pistas y va cantando, música ranchera, de tríos y hasta algunas movidonas. Zelda, no sabe cómo actuar frente a él, me he dado cuenta que reacciona más a la música, con la ranchera mueve la cola, con las baladas se sienta y escucha, pero no le gusta la música movida, es cuando ladra. ¿Qué quiere lograr eses señor? ¿Tiene metas en la vida? ¿Tiene vida? Va cantando por la calle libre… tal vez su vida es mejor que la de mucha gente que deprimida no sabe qué hacer.
Hablando de mundos distópicos, tal vez la primera película de Ciencia Ficción Metrópolis, de Fritz Lang, habla de este mundo donde la gente privilegiada vive del trabajo de los que no lo son. Así como algunos podemos hacer nuestro trabajo desde casa, hay otros que se han contagiado en la línea de producción para que los del homeoffice puedan seguir trabajando… actividades esenciales le llaman. En esa película los de abajo, del subsuelo, trabajaban para que los de arriba pudieran gozar de sus privilegios. Como en las castas, nadie sabía por qué o cómo, sólo nacías ahí y eras obrero o privilegiado.
Sí, hay gente que puede luchar por salir del lugar que le asignó su nacimiento, pero el romper la regla es lo que la confirma. Tal vez sea incómodo aceptarlo, pero los privilegios existen y eso es injusto. No se trata de que la gente renuncie a buenas oportunidades de vida, se trata de pensar que no hay porque negárselas a otras personas o complicar estas oportunidades hasta el punto de lo imposible, donde sólo a excepción pueda salir adelante.
Este mundo se ha convertido justo en lo que las películas de ciencia ficción de hasta principios de siglo predecían. Una combinación de Mad Max y de las ciudades automatizadas.
Fui a pagar el gas, un cartel electrónico daba instrucciones por un monitor y una voz masculina las repetía para saber cómo actuar en las instalaciones. En muchas películas usan voces femeninas pero tal vez aquí somos demasiado machos para hacer caso a una voz de mujer. Pasé por un túnel que me roció con una sustancia sanitizante, antes de entrar a las instalaciones.
Al llegar a la caja me dijeron que no debía nada pues mi colonia había sido beneficiada con el perdón del pago de gas ese mes. Me acordé de un capítulo de Star Trek donde la guerra, para no gastar en batallas, se daba por medio de simulaciones de computadora y las naciones en conflicto acordaban matar a las víctimas del conflicto. En este caso, no son víctimas, sino gente que gana un privilegio por medio de un sorteo.
¿Quién vive y quién muere es un sorteo? Emprendedores empezaron su negocio y la cuarentena los llevó a la quiebra. Negocios sólidos también. Otros no, algunos visionarios lograron tener más ganancias. Quienes mantuvieron dinero circulando en Juárez por medio de la venta de segundas, pues muchas de esas personas se vieron afectadas.
Literalmente vivimos en ambientes tóxicos que pueden matar, las vidas pueden y son determinadas por algoritmos de inteligencia artificial o casualidades.
¿Casualidad? No lo sé. Fui al banco también, la fila es larga y las personas se cuidan con su tapabocas, a veces abajo de la nariz. En lo cansado de la espera, la gente se recarga en las paredes, toca los vidrios, y entra en contacto con todo lo que según entiendo debería evitar.
Las posturas del cuerpo son condicionadas por la cultura, en la práctica cotidiana los hombres aprendieron a sentarse con las piernas abiertas como si sus huevos pudieran estrangularse si las cierran para que más gente quepa en el asiento del camión, hoy en día claro está, con la sana distancia esto carece de sentido. A las mujeres se les enseña a sentarse con las piernas cerradas… todavía no entiendo por qué, pero parece que todas las razones hablan de que es para controlar su cuerpo.
El cuerpo aprende de la cultura. De mi padre aprendí a siempre descansar, el pie en la pared, apoyar el peso del cuerpo en una pierna y al cansarse cambiar de pierna y cosas así. La gente descansa sus cuerpos y eso, a mis ojos se revela como una forma de posible contagio. Debemos evitar el contacto… sí, me encanta abrazar a todo el mundo, pero ahora debemos mantener distancia, para sobrevivir y no matar. No lo hacemos. Mi cultura me habría ya motivado a que el cuerpo descanse como debe. Lo que me permite evitar entrar en ese contacto lo aprendí de Jesús Rico, instructor internacional de Ipp Krav Magá. No buscar el descanso sino el equilibrio, para moverse rápido, o en este caso para no entrar en contactos innecesarios. ¿Necesitamos entrenar nuestro cuerpo para sobrevivir la nueva normalidad (sin entrar en el debate del término)? No sólo un cuerpo que pueda romper con las prácticas sedentarias que nos motivan los trabajos, sino también para enfrentar las amenazas que van desde un “ambiente tóxico”, hasta la incapacidad o falta de voluntad del estado por brindar seguridad pública.
Regresando a Soylent Green, mi madre me comentó que una de las cosas que más le parecieron horribles de la película es que a la gente le vendían el agua, y que había personas que no tenían para comprarla.
Es como imaginarse el avance de la película en un cine de la década de los ochentas del siglo pasado, con la voz en off diciendo “en un mundo distópico”… ¿Distópico wey? Actualmente vivimos ese mundo, durante décadas nos dijeron que esto podía pasar y pensamos que era sólo un espectáculo, preferíamos verlo sólo como una ficción, pero la realidad es brutalmente injusta.
El problema no es reconocerlo, el asunto es, ¿haremos algo al respecto? ¿Haré algo al respecto? ¿Lo harás?