Ellas están en la primera línea del frente de batalla, arriesgando vidas, salud e ingresos para contener a un nuevo virus que recorre el mundo. Son mujeres que diariamente conviven de cerca con la COVID-19. La historia registrará que millones de ellas contribuyeron a que muchos vivieran para contar la tragedia que sacudió el 2020
Por Especiales Spotlight
Ellas están en la primera línea de batalla contra un nuevo virus que recorre el mundo. Médicas, enfermeras, telefonistas, policías, vendedoras, fabricantes de material sanitario, trabajadoras sexuales, epidemiólogas, psicólogas, activistas y fotoperiodistas forman parte de un abanico de mujeres que convive de cerca con la COVID-19.
Para todas ellas quedarse en casa no es una opción y con sus acciones personifican la definición de la palabra “heroína”: mujeres que actúan “de manera valerosa y arriesgada”, según el diccionario.
Si México hubiera logrado aplanar la curva de la desigualdad en la más reciente década (2008 a 2018) —prácticamente la mitad de la población, hoy 61 millones de personas, se mantiene inferior a la línea de pobreza por ingreso—, ahora muchas de estas mujeres no tendrían que salir todos los días a arriesgar sus vidas por salarios precarios, sin seguridad social, y con la posibilidad de ser discriminadas o incluso atacadas, como es el caso de las enfermeras. Ellas representan el 79% de ese sector, y trabajan por un sueldo promedio que no llega a los 10 mil pesos mensuales.
Entre las heroínas de esta primera línea, aunque poco visibles, están las médicas epidemiólogas, responsables de vigilar las cifras de contagios para tratar de contenerlos, aunque reciban un salario menor que el de sus pares hombres. A ellas se suman una cantidad incontable de psicólogas al otro lado del teléfono, atendiendo 24/7 a mujeres violentadas en su propio hogar. Su voz no es solo un alivio, puede salvar vidas.
Con el mismo objetivo trabajan las policías que son primeras respondientes ante los casos de violencia doméstica, mientras que ellas mismas, en sus entornos laborales, sufren discriminación y acoso de parte de sus pares hombres: 7 de cada 10 mujeres policías han recibido piropos ofensivos o comentarios lascivos en sus corporaciones.
A estos grupos hay que agregar las cajeras de supermercados y comerciantes informales —56% de la población trabaja en este sector informal al primer trimestre de este 2020, situación que afecta a la mayoría de las mujeres económicamente activas— que se exponen al contagio cada minuto. Todas ellas, más las colectivas formadas por activistas que recorren las calles del país recolectando comida y enseres para la población vulnerable —adultas mayores, trabajadoras sexuales y transexuales, entre ellas—, nos ayudan a luchar con sus propios recursos en cualquiera de las realidades que les ha tocado vivir.
Brenda, Julia, Ana Gabriela, Diana, Linda, Jessica Natividad, Violeta, Martha y Natalia quedarán en los registros de las mujeres que contribuyeron a contener la ola de contagios y muertes.
Si tuviera otra oportunidad volvería a ser enfermera
Toluca, Estado de México.– Brenda Abad consiguió su trabajo anhelado en un hospital público del Estado de México, debido a la demanda de enfermeras por la pandemia de COVID-19. Desde su primera jornada le asignaron un puesto en el filtro respiratorio, el protocolo diseñado por la Secretaría de Salud para detectar a los infectados por el virus.
En sus turnos nocturnos de 12 horas, tres noches a la semana, la enfermera debe llevar puesto todo su equipo de protección para revisar a los pacientes que llegan con síntomas de tener la COVID-19. “Al principio me daba mucho miedo contagiarme y andar contagiando”, confiesa, “pero al final tienes que hacer tu trabajo y estás capacitada para ello”.
A los sospechosos y a los casos graves debe referirlos a los hospitales especializados, ya sea para que se internen o para hacerse la prueba. A medida que avanza la epidemia, afirma Abad, encontrar una cama para estos pacientes es cada vez más complicado. Peor aún en el Estado de México, la segunda entidad con más casos comprobados después de la capital del país.
Brenda Abad, de 25 años, hizo la carrera técnica en enfermería y ahora está cerca de terminar la licenciatura. Antes trabajaba en una clínica privada, pero justo en marzo logró ingresar a un hospital en Tepotzotlán, a raíz de la creciente necesidad de personal médico. Con un sueldo de 6 mil pesos al mes, ella es el sustento de su hijo de seis años y de su abuela de la tercera edad, a quienes no ha podido abrazar por miedo a contagiarlos.
Ella cuenta que andar por la calle con su uniforme blanco nunca había sido un problema, pero esto cambió tras la declaración de emergencia sanitaria. El primer episodio de discriminación que sufrió Brenda sucedió cuando se dirigía de Coyotepec hacia su guardia nocturna en el hospital. Su trayecto habitual de media hora se hizo más largo ese día, pues un conductor del transporte público, al verla, se negó a ofrecerle el servicio.
La segunda agresión también sucedió en su ruta hacia el hospital. Ella traía puesta la mascarilla N95 mientras esperaba el autobús. “Unos muchachos pasaron, yo creo que estaban borrachos, y desde su coche me gritaron ‘¡Traes el COVID!’ y me escupieron”, relata Brenda. “Cuando volteé y me di cuenta de lo que había sucedido, me dieron muchas ganas de llorar. Pensé, ‘¿en dónde estamos cayendo?”.
Los reportes de agresiones a enfermeras durante la contingencia sanitaria se han multiplicado por todo México. El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) informó que entre el 19 de marzo y el 19 de mayo se presentaron 288 peticiones relacionadas con COVID-19, de las cuales, 15 fueron interpuestas por personal de enfermería, 19 por médicos/as y 35 por personas trabajadoras en centros de salud.
Como luchadora en el primer frente contra el nuevo coronavirus, y a pesar de las dificultades y la presión, Brenda considera que luchar contra la pandemia ha sido una gran oportunidad en su carrera para “aprender cosas nuevas”, y cree que la situación le ha permitido valorar más a sus colegas. “Elegí esta profesión para contribuir a cambiar la vida de muchas personas; si tuviera otra oportunidad de elegir, lo volvería hacer”, asegura.
—Por Eugenia Coppel
Un eslabón en la maquila juarense
Ciudad Juárez, Chihuahua.– El día que Julia* escuchó sobre el coronavirus pensó que era una situación descabellada o, al menos, “súper apocalíptica”. Se enteró el primer mes del año dentro de un salón de clases, luego su vida empezó a cambiar. A pesar de que es propensa a desarrollar asma, tiene que ir a trabajar para salvar otras vidas en medio de la pandemia.
Su familia es originaria de Veracruz, pero migraron a Ciudad Juárez, Chihuahua, “porque la situación económica era horrible, (…) ganas 700 pesos por trabajar 7 días, 12 horas”. Hoy Julia va por las mañanas a la escuela y en la madrugada trabaja como operadora de producción en Medtronic, una maquiladora donde hacen productos médicos. Su madre está desempleada y su hermano está en casa recibiendo el 45% de su sueldo por la crisis que ha provocado el virus SARS-CoV-2; de modo que ella se ha convertido en el principal sustento de su familia.
Su trabajo es hacer los tubos que conectan a los —ahora muy famosos— respiradores: “Hay dos mangueras, una verde y una transparente; trabajamos de 2 metros o de 4. A una se le pone un filtro que es como el conector a la máquina (…) al final ponemos la cánula, que es la parte que va aquí en la nariz”, señala su rostro. Ella no sabe hacia qué países llega su trabajo o cuántas vidas ha salvado, pero le dijeron que la planta de Juárez se encarga principalmente de abastecer a México.
La trabajadora cuenta que han tenido que cubrir muchas horas extra: “Es de… tienes que venir el sábado, tienes que venir el domingo. Esta semana casi todos se quejaron porque vinieron tiempo extra y no se les pagó”.
Sobre la emergencia sanitaria, Julia menciona que la empresa les dijo que podían irse a sus casas si querían, pero que “nada más nos iban a pagar 30 días y después de eso ellos ya no podían hacer nada”. Luego, un trabajador falleció; empaquetaba productos. “Nos notificaron de esto un martes o miércoles. Fue una junta prolongada y ya nos dijeron que… pues sí había fallecido y tenía los síntomas, pero que nadie había asegurado que fuera por COVID-19; y que en cualquier caso ya habían sanitizado su línea, pero nada más”.
Su rutina en el trabajo se modificó. Al entrar a trabajar le toman la temperatura corporal y le dan un cubrebocas de esponja, pero siente que no es seguro. Al estar en fila deben pararse sobre marcas que guardan distancia en el piso. La cafetería, el gran punto de reunión y conversaciones, ahora tiene divisiones de plástico para impedir el acercamiento social y se debe usar cubiertos y platos desechables. También hay menos personas por área y eso le inquieta: “La gente sí está muy asustada, hace unos días empezaron huelga algunas líneas”.
“Me gusta creer que estoy haciendo algo por la vida de otras personas, pero en un punto me da miedo. Mi mamá es asmática y pues… si yo me enfermo y yo la enfermo… no sé si ella va a salir de eso. No sé si podría perdonármelo. ¿Realmente vale la pena estar exponiéndola por el salario mínimo?”. Ella no descarta la opción de renunciar.
*Julia es un seudónimo que usamos para proteger su identidad porque teme represalias en su trabajo.
—Por Ciela Ávila
Psicólogas al teléfono contra la violencia
Ciudad de México.– La voz de Diana Macías Santos es suave, habla con tranquilidad y transmite paz. Parte de su expertise consiste en detectar los niveles de riesgo de quienes llaman a la Línea Mujer y Familia. Desde hace semanas su trabajo se ha triplicado debido al confinamiento por la emergencia sanitaria por COVID-19.
“Sabemos que un caso puede ser más grave porque se hacen peticiones de que les marquemos en cierto horario o porque cambian la conversación (seña de que se ven impedidas para hablar)”. Diana se vuelve cómplice experta en aparentar que es alguna conocida en caso de que responda el agresor, pues lo primero es la seguridad de la víctima.
Con WhatsApp ha sido más sencillo, pues se pueden mandar mensajes al 55 5533-5533, e incluso enviar fotos o videos, lo que les facilitan la atención.
Diana es psicóloga y literalmente está en la primera línea de atención durante la pandemia en la Ciudad de México. Lleva siete años trabajando para la Línea Mujer y Familia del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la CDMX, y hace parte de un equipo de 102 psicólogas(os) y 85 abogadas(os) que reparten sus horarios para no dejar ni un minuto descuidada esta labor las 24 horas del día durante todo el año.
En una habitación tipo call center los profesionistas atienden las llamadas que cientos de mujeres hacen a diario para denunciar actos de violencia psicológica, sexual y física, llamadas de auxilio que en marzo de 2020 (mes cuando comenzó el confinamiento) subieron 70% con respecto al mismo mes de 2019.
El personal trabaja frente a una computadora, con teléfonos y diademas (ahora personalizadas y no intercambiables) que les permiten tener las manos libres para hacer apuntes.
Hace unos días atendió el caso de una chica de 25 años, víctima de violencia psicológica y física que alcanzó a sus hijos de 3 y 6 años. “Sucede que muchas mujeres toleran la violencia en su cuerpo, pero cuando tocan a sus hijos es cuando deciden denunciar. Fuimos a un Centro de Justicia para las Mujeres en Iztapalapa, realizamos las diligencias y la canalizaron a un albergue porque no tenía redes de apoyo en la ciudad, estuvo ahí varios días hasta que pudo ser trasladada a Oaxaca con un familiar”.
La cuarentena ha encendido las luces rojas debido a que “en este momento de estar en casa, muchas mujeres están todo el tiempo con su agresor, y no cuentan con redes de apoyo”, explica.
Cuando llega una petición de auxilio se toma el reporte, y si no hay voluntad de denunciar, se da seguimiento por medio de llamadas de control en las que se trabaja en el empoderamiento “para dejar claro que la violencia no es algo normal y que (la víctima) tiene la posibilidad de vivir en un entorno sano, pero debe decidirse a hacerlo”.
Diana sabe que para una víctima de violencia, denunciar no es sencillo: “No es lo mismo denunciar a un delincuente que te robó la bolsa a hacerlo con un compañero que tú elegiste en algún momento y ahora se ha tornado en tu peor enemigo”.
La campaña por la contingencia en la zona metropolitana se llama “No Estás Sola”, y a la Línea de la Mujer y Familia se canalizan las llamadas de Locatel y del 911. Un esfuerzo en la misma línea a nivel federal es la campaña en la que ONU Mujeres acompañó a la Secretaría de Gobernación y a la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim), también titulada “No Estás Sola”, cuya tarea es generar información sobre violencia hacia niñas y mujeres, dar a conocer las acciones que se deben tomar si ocurre una agresión de este tipo y ofrecer contactos de instituciones para auxilio.
“Lo que más me gusta es poder ser un soporte y poderlas acompañar a realizar una denuncia… Al final la satisfacción llega cuando veo sus caras y me dicen ‘gracias, ya me siento más segura’”, concluye Diana al otro lado de la línea.
—Por Cristina Salmerón
Siguiendo la curva de la emergencia
Guadalajara, Jalisco.– La doctora Ana Gabriela Mena Rodríguez comenzó a seguirle los pasos a la COVID-19 a principios de enero de 2020. Desde su oficina en la Secretaría de Salud Jalisco, ella y su equipo convirtieron en prioridad el seguimiento diario de la información oficial y mediática proveniente de Wuhan, China. En ese momento, Mena Rodríguez era la coordinadora de Urgencias Epidemiológicas y Desastres en la dependencia estatal.
“Nosotros entramos en estado de alerta el 22 de enero, al registrarse los primeros casos sospechosos en la entidad”, relata la médica de 40 años. Cuando finalmente se confirmó la llegada del virus a Jalisco, el 11 de marzo, Mena ya había sido ascendida a su actual puesto como jefa del Despacho de la Dirección General de Prevención y Promoción de la Salud. Ahora tiene tres direcciones y 75 personas a su cargo.
Desde que entró a trabajar en el sector de la salud pública, en 2005, la doctora Mena ha vigilado de cerca las tres grandes epidemias que han afectado a su estado en la historia reciente: la gripe A (H1N1), en 2009; el dengue, activo hasta la fecha, y ahora el nuevo coronavirus. En todas ha sido responsable del análisis de la información epidemiológica, que a grandes rasgos consiste en dar seguimiento a los casos confirmados, los sospechosos y los decesos.
La pandemia que se originó en México hace 11 años, causada por otro virus respiratorio, lo vivió como un momento “más complejo y estresante”, confiesa la doctora. “Había mayor incertidumbre porque fuimos el Wuhan del mundo. Tuvimos que generar las primeras informaciones y la evolución de los casos, mientras que ahora ya teníamos las experiencias de otros países”.
Mientras gran parte de la población jalisciense permanece aislada, la doctora Mena sale a trabajar todos los días. Sus jornadas se han vuelto “más extenuantes”, tanto a nivel físico como mental. Al ser madre de un niño de 10 años que permanece en casa, también ha experimentado situaciones difíciles a nivel emocional y familiar. A pesar de todo, la doctora afirma que siente “una gran satisfacción” por poder contribuir a luchar contra la pandemia.
De hecho –Jalisco es uno de los estados con la tasa más baja de contagios– ya que se tomaron medidas anticipadas respecto al resto del país. El último día de clases en todos los niveles educativos fue el 13 de marzo —siete días antes que en la mayoría de los estados— y el gobernador Enrique Alfaro exhortó a un confinamiento voluntario pocos días después. Hasta el 25 de mayo, según datos del gobierno federal, se habían confirmado 1,180 casos y 107 muertes en el estado con 8.3 millones de habitantes.
Aunque la mayoría de los puestos más altos de la Secretaría de Salud Jalisco están ocupados por hombres, Mena Rodríguez considera que en los últimos años ha visto un mayor impulso de la equidad. Ella misma ha sido promovida dos veces desde finales de 2018. Su último ascenso, en medio de la emergencia sanitaria, es un reconocimiento al esfuerzo diario de 15 años como vigilante de la salud de las y los jaliscienses.
—Por Eugenia Coppel
Detrás de la caja ‘y con la bendición de Dios’
Ciudad Juárez, Chihuahua.– Linda duerme solo una vez a la semana con sus hijos. Desde hace casi cuatro años, pasa parte de sus noches y madrugadas de pie frente a una caja registradora. Vive con su hermano y sus padres. Es una madre soltera que, como otras tantas, trabaja en un supermercado de Ciudad Juárez, Chihuahua, que está abierto las 24 horas. Este es de una empresa de Estados Unidos, país que hace frontera con la ciudad donde habita.
Ella cuenta cómo es trabajar en medio de la emergencia sanitaria que ha frenado a casi todo el mundo. Su horario laboral inicia a las 10 de la noche y finaliza a las 6 de la mañana. Aunque para mucha gente suene horrible, a ella le viene bien. Su rutina, antes de la pandemia, era volver a casa caminando, con alimentos para preparar el desayuno. “Era llegar y levantarlos; asearlos, que se uniformaran, que llevaran todo”. A las 7 am ellos ya estaban en la escuela y ella iniciaba su descanso del trabajo.
Esa rutina le permitía dormir solo 5 horas, pues después de ir por ellos a la escuela, iniciaba otra jornada con actividades como lavar ropa, pagar servicios de la casa, comprar material escolar o limpiar.
Ahora, durante el confinamiento, esa doble jornada de trabajo se ha hecho una tercera, pues debe fungir de maestra para los niños, y siente que los gastos en casa han aumentado. Entre risas menciona: “Ahorita que los niños están en casa, como que… les dan más ganas de comer y a cada rato”.
Ya es de noche y Linda está en el supermercado. Tiene menos de 15 minutos para ordenar, desinfectar y estar lista para atender a la clientela. Ahí no hubo juntas informativas sobre la COVID-19, solo cartelones que explicaban la situación. Las medidas de prevención y protección modificaron la forma de trabajo: se limitó la entrada de clientes, colocaron un plástico de protección en las cajas y, ahora, utilizan guantes, gel antibacterial y un cubrebocas. Al preguntarle si se sentía segura con las medidas dice: “Debería haber un poquito más, pero pues sí es lo básico”.
Ser cajera es una de las actividades esenciales en medio de la pandemia y a ella le tocó estar al frente: “Sí da temor seguir trabajando, de que uno no sabe si el cliente que llegó trae síntomas, ¿verdá?… o, por ejemplo, trae su dinero en manos y uno no sabe. Sí da temor. Y ¿a quién no le gustaría estar en casa?, pero pos’ con la bendición de Dios yo me voy al trabajo, pidiéndole que no me vaya a enfermar porque soy sustento de mis hijos. Creo que… pues una mamá lo es todo”.
—Por Ciela Ávila
Fotoperiodista, la noticia no se queda en casa
Chilpancingo, Guerrero.– Jessica Natividad Torres Barrera es fotógrafa en Chilpancingo, palabra en náhuatl que en español es “lugar de avispas”. Desde el mes de marzo, antes de salir de casa a fotografiar la pandemia, no solo hace repaso de sus propios protocolos de seguridad por el contexto de violencia que se vive en Guerrero, ahora la contingencia también la obliga a llevar puesto un cubrebocas, guantes de plástico, un líquido desinfectante que ella misma hizo y, como siempre, su cámara.
Su piel es morena y brilla tanto como sus ojos café. Quien la conoce la describe como una compañera “solidaria”. Hace periodismo gráfico para el diario El Sur de Guerrero. Solo descansa un día a la semana y el resto trabaja sin horarios, porque así es el diarismo.
En estos días, su campo de acción es el Hospital General Raymundo Abarca Alarcón, una clínica de Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), otra del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) e instituciones privadas.
En una de estas jornadas diarias caminamos juntas, tomamos fotos. Ella confiesa que le angustia no saber si hace lo necesario para cuidarse: “Al final tú no debes ser una cifra más, no debes convertirte en la nota, tú debes dar la nota”, dice.
Dentro del área de urgencias del Hospital General no hay divisiones y mucho menos sana distancia: mujeres embarazadas junto a personas enfermas. “Parece un mundo libre del coronavirus. Aquí no existen estos trajes que vemos en la televisión, todos blancos”, dice Jessica.
Ella es la única mujer entre los cuatro fotoperiodistas del periódico. Es afortunada porque tiene seguro médico que le da su medio.
A Jessica le preocupa la falta de agua en colonias de la capital de Guerrero, cuando uno de los remedios más efectivos para combatir al coronavirus es lavarse las manos. Desde hace décadas los políticos prometen infraestructura para abastecimiento, pero los gobiernos pasan y los pobladores siguen esperando.
A pesar de los riesgos, la fotorreportera conoce su labor: le toca estar en la calle para contar lo que ocurre en los centros de salud y denunciar las carencias.
A veces, entre trayecto y trayecto, escucha “Oye cómo va”, de Carlos Santana, y por un momento se olvida de la epidemia. Es uno de sus métodos de contención, dice, y nos despedimos para que siga su recorrido por los hospitales.
–Por Scarlett Arias
Mujeres cuidando mujeres
Guadalajara, Jalisco.– Violeta Castillo es la guardiana del Código Violeta. Ella es una de las dos mujeres policías con mayor rango en la Secretaría de Seguridad Pública de Jalisco. Dicho Código es su misión más reciente como Jefa de Planeación Operativa, y consiste en vigilar un nuevo mecanismo de prevención de la violencia de género durante el confinamiento por COVID-19.
La comisaria Violeta explica que el sistema agiliza la atención de las autoridades ante los llamados de mujeres atrapadas con su agresor. Al marcar el 911, ellas solo necesitan decir que son “Código Violeta” para activar el protocolo. Entonces policías municipales y estatales despliegan de inmediato a un equipo especializado en estos casos. Si la víctima ya tiene medidas cautelares, los agentes deben dar parte del nuevo evento a la fiscalía. Si no las tiene, deben ofrecerle el traslado a la fiscalía y, si así lo desea, a un refugio temporal.
“Los policías tienen que tener una sensibilización”, señala la comisaria jefa. “En casos de violencias o abuso, tratamos de que la mayoría de las primeras respondientes sean mujeres, para dar a la víctima un sustento como autoridad y como mujer. Eso facilita el flujo de información, que es fundamental para hacer la investigación”.
Fue hace apenas unas semanas cuando la funcionaria estatal supo que era tocaya del color representativo del feminismo. A ella le encomendaron el operativo de seguridad de la marcha del 8 de marzo en Guadalajara, donde cerca de 35 mil mujeres exigieron un alto a la violencia machista. “Hicimos un compromiso de mujeres cuidando mujeres”, dice la comisaria, quien junto a representantes de la Secretaría de Igualdad Sustantiva entre Hombres y Mujeres (SISHM) estableció un diálogo previo con las líderes de organizaciones feministas.
“Ahí empecé a conocer que todo radica en pedir un alto a la violencia y la impunidad, y eso es algo que comparto y con lo que comulgo”, afirma Castillo, de 39 años. La operación de seguridad fue un éxito ese día, pues la ciudad terminó con saldo blanco.
En contraste, la violencia hacia las mujeres en sus propios hogares ha aumentado con el confinamiento a nivel global. De acuerdo con la Red Nacional de Refugios, en México se incrementaron las llamadas de auxilio en 80% durante el primer mes de encierro. Igualmente, en marzo, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) reportó 115 mil 614 llamadas al 911 por violencia contra las mujeres, lo que representó un aumento de 22.3% con relación a febrero, cuando aún no había aislamiento en casa. En Jalisco, de enero a marzo de 2020 se registraron 3,978 llamadas de emergencia por violencia contra las mujeres, de enero a abril se registraron 5,279 llamadas, es decir, que incrementó un 33% (1,301 llamadas).
La comisaria Violeta acepta haber sufrido violencias en un ambiente laboral predominantemente masculino. Cuando ingresó a la academia de policía, tras estudiar y ejercer el Derecho, ella era una de tres mujeres en un grupo de 35 hombres. Ascender en la pirámide no ha sido sencillo.
“Lo que ha sido un gran reto es refrendar el por qué estoy aquí, ganarme la credibilidad, sobre todo de los hombres”, cuenta quien que ha escuchado muchas veces los mismos cuestionamientos: “¿Cómo una mujer me va a venir a decir qué hacer? ¿Qué sabe ella de seguridad? ¿Cuántas veces se ha agarrado a golpes?”. Pero Castillo lo tiene claro: “Yo llegué por mi trabajo, por lo que sé, por lo que he aprendido con la experiencia… Poco a poco te vas ganando el espacio que tienes”.
–Por Eugenia Coppel
Cuando el ‘quédate casa’ no se puede
Chilpancingo, Guerrero.– Martha Leyva Reyes heredó de su mamá la receta del chilate, una bebida fría originaria de los pueblos de la Costa Chica de Guerrero, donde crecen los árboles de cacao. Es una mezcla de semillas cacao, arroz, canela y azúcar pasadas por un molino de mano.
Esta mujer de 44 años vive al día gracias a la venta de esa bebida en uno de los mercados más populares de Chilpancingo, por eso lo de confinarse no solo no le funciona, sino que le impediría seguir sosteniéndose. “El gobierno nomás nos dice ‘quédate en casa’, pero no nos dice ‘pasen por un plato de comida diaria’”.
Martha vende en el local que le dejó su mamá, es comerciante informal y por supuesto no tiene seguro de vida ni seguridad social. Desde su puesto cuenta cómo la pandemia provocada por la COVID-19 le ha obligado a tirar dos cubetas enteras de su elíxir.
Lleva toda su vida aliviando la sed de quien visita el Mercado de San Francisco. Para enganchar clientes, da pilones: sorbos fríos con la espuma del chilate.
Desde muy temprano, prepara cinco cubetas de 19 litros. Por cada una que vende obtiene 350 pesos, pero ahora ha tirado casi el 50% al drenaje. Claro, de ese dinero debe guardar para comprar ingredientes con los que hará el chilate del día siguiente.
“Híjole. Ha sido un cambio bien drástico. Dejó de haber clases, dejó de haber ventas. Tengo a mi hija que estudia aún, son gastos dobles porque hay que hacer almuerzo con ella, cena; antes hacías una comida en abundancia para que alcanzara y ahora ya no. La pandemia me ha cambiado en todos los aspectos, pues. En el moral porque la gente no sale, no te compra; en el económico porque te estás yendo a la quiebra y te endeudas más; sientes que no la vas a armar. Todo, todo afecta”, dice Martha.
“¿Tú crees que no tengo miedo?; pero lamentablemente somos un estado muy pobre, aquí todos trabajamos y vivimos unos de otros”, dice Martha, pero como puede mantiene la sonrisa porque “el chilate siente. Si estás triste o molesto, se corta”.
—Por Scarlett Arias
Activistas dando ‘zorroridad’
Ciudad de México.– El 2 de abril, con la orden de suspender actividades económicas no esenciales, entre ellas el turismo, varios hoteles de la Ciudad de México fueron desalojados. Aunque la mayoría de las noticias se centraban en las denuncias de turistas varados, hubo un problema paralelo: las trabajadoras sexuales que pernoctan y viven en cuartos de hotel.
En la zona centro de la ciudad, les negaron el acceso a las habitaciones que ellas ocupan para atender a sus clientes y como vivienda. Este hecho hizo insostenible su situación, pues días atrás estaban padeciendo una baja de ingresos. ¿Cuánta gente pagaría por dichos servicios sexuales con un lógico contacto físico cuando la medida más estricta de seguridad durante la pandemia por COVID-19 exige permanecer a metro y medio de distancia personal?
Ante esta situación, Natalia Lane, coordinadora de proyectos del Centro de Apoyo a las Identidades Trans A.C., se unió con la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales para ayudar a sus compañeras que ahora no solo no tenían medios para subsistir, sino tampoco dónde vivir. A esta iniciativa le llamaron “Haciendo Calle”.
“Se trata de un plan urgente para ayudar a personas que no pueden quedarse en casa porque su economía no se los permite, dentro de este grupo de personas vulnerables están las trabajadoras sexuales”, explica Lane, quien ha llevado esta campaña en redes sociales y buscado el apoyo de otras organizaciones nacionales e internacionales.
En la vida de una trabajadora sexual, tener más de 55 años se considera estar en una tercera edad, sobre todo para las transexuales, pues según una estimación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, su esperanza de vida es de 35 años.
La iniciativa ha movilizado a puras mujeres: trabajadoras sexuales (cisgénero y transgénero) y voluntarias que piden donaciones por medio de depósitos bancarios y en especie, con productos básicos para alimentación e higiene personal.
Tras el cierre de los hoteles, las trabajadoras han tenido que realizar sus actividades en los vehículos de los clientes, “esto genera condiciones de criminalización por parte de la policía. Y tienen que hacerlo porque son madres de familia”, asegura Lane.
Natalia ha pasado los días de pandemia en la calle. Por la mañana va con sus compañeras a recolectar insumos. Al entregarlos, guardan su distancia, “pero hay veces que las emociones se desbordan y ellas están tan felices que nos quieren abrazar”, dice entre risas.
Por las noches y madrugadas, sigue trabajando aunque en un fin de semana le ha bajado 70% la clientela. “¿No te da miedo enfermarte?”, pregunto. “Pues yo sigo puteando, manita, ahí en Calzada de Tlalpan. Estudié Comunicación en la UNAM, pero los caminos de la vida me llevaron a la putería y me siento muy orgullosa. Para mí dejar de trabajar no es una opción, aún con el riesgo de contagio”, dice Natalia.
Aún cansada, ella mira optimista lo que está por venir: “Entre las que ejercemos el trabajo sexual hay historias que nos inspiran por su fortaleza y resiliencia. Nosotras no somos tristeza y sufrimiento, somos entereza, organización, politización, amor, alegría, respeto. Aquí hay alegría y zorroridad”.
—Por Cristina Salmerón
Coordinación y edición: Karla Casillas Bermúdez y Cristina Salmerón. Asesor periodístico: Salvador Fraustro. Ilustraciones: Adán Vega.
***
*Este texto fue elaborado por la Alianza de Medios Spotlight, como parte del trabajo de la Iniciativa Spotlight y ONU Mujeres, con el apoyo de la Unión Europea, que tiene el objetivo de transformar las narrativas sobre la violencia contra las mujeres y el feminicidio, modificando los estereotipos y roles de género y visibilizando la contribución de las mujeres a la sociedad.