En el ejercicio del poder presidencial, López Obrador pregona un discurso de reproche político que, aunque no lo reconozca, genera una confrontación social y política nunca vista en México
Por Gerardo Cortinas Murra
Para quienes nos dedicamos al análisis político, nos resulta ineludible recurrir a diversas fuentes bibliográficas para darle sustento a nuestra opinión, y de esta manera, ofrecer a nuestros lectores, una explicación histórica y/o comparativa de los tópicos que abordamos.
Así, algunas veces, cuando la problemática es añeja, nos resulta suficiente ‘actualizar’ artículos periodísticos que fueron publicados años atrás. Pero ¿qué significado le damos al hecho de ‘reciclar’ artículos periodísticos?
Algo muy sencillo, pero preocupante a la vez: que los comentarios vertidos tiempo atrás, conservan su vigencia y su contenido sigue siendo de actualidad sin perder la frescura que nos exige el trabajo editorial.
En esta ocasión, la presente colaboración es una actualización de un artículo publicado en los tiempos en que López Obrador era candidato presidencial, con su correspondiente adecuación a los tiempos del ejercicio del poder presidencial.
¿Quién no recuerda la ocasión en que López Obrador, en su primeriza actuación como candidato presidencial (2006), le gritó “cállate chachalaca” a Vicente Fox por criticar su proyecto populista?
Diversos analistas políticos coincidieron en ese entonces que el candidato presidencial del PRD era “un hombre que no respeta la opinión de los demás y el peligro de ser un sensor de la libre expresión”.
La versión 2018 del grito “cállate chachalaca”, fue para el escritor Mario Vargas Llosa –premio Nobel de Literatura y duro crítico del populismo mundial–: “es muy buen escritor, pero de política no sabe nada”.
En aquel entonces, el ‘pecado’ de Vargas Llosa fue decir que López Obrador era el representante de “una democracia populista y demagógica, con recetas absolutamente fracasadas en el mundo entero”. Y no solo eso, aventuró la advertencia de que “votar por López Obrador sería un suicidio, un grave retroceso para la democracia mexicana”.
Ya en su calidad de Presidente electo (2018), la intolerancia hacia la crítica sigue presente en el discurso de López Obrador. El más reciente, el “ya chole”, por las críticas hacia el Tren Maya; sin faltar los calificativos de “fifí”, “conservador”, “señoritingo”, “canallín”, “espurio” y “mafiosillo”.
Para Juan Carlos Servín Morales, el presidente electo “en lugar de responder con argumentos, prefiere la diatriba o las muletillas. Sofismas, falacias y ocurrencias que inevitablemente llevan a dudar sobre las capacidades y el talante de la próxima administración y su cabeza… AMLO parece eternizar la campaña y el tono confrontacional de la misma en menoscabo de su nueva investidura”.
Por su parte, la escritora Soledad Loaeza comenta que “cuando los griegos tipificaron los sistemas políticos: democracia, demagogia, oligarquía, jamás pensaron en que algún día surgiría la opción del gobierno de los más chistosos: la bufocracia. Nosotros tampoco”.
Para esta escritora, “las expresiones populares y la burla de los adversarios es cada vez más frecuente en el discurso de López Obrador… que considera que el único lenguaje político que le es accesible es el de la carpa de los años 30’, el de Palillo y el Panzón Panseco, cuyo ingenio francamente es irrepetible”.
Por mi parte, desde años atrás, he sido insistente en señalar que los políticos mexicanos deberían de expresar sus ideas a través del ‘albur’; es decir, mediante el juego de palabras en las que sea aceptable agredir e insultar al contrario y, a la vez, resulte gracioso para la sociedad.
Para Carlos Monsiváis, los albures forman parte de la cultura mexicana, pero también son “un respiradero verbal de los reprimidos sexuales”. En el ámbito social, el albur “es una forma de las clases bajas para usar el humor frente al poder y las tragedias: El albur transforma las palabras cotidianas en una experiencia transgresiva del lenguaje”.
Ejemplos de albures: ‘Jálale el pescuezo al ganso’, ‘A la larga te acostumbras’, ‘No es lo mismo dormirse al instante, que dormirse en el acto’…
El profesor colombiano Claudio Lomnitz, analiza la idea de desigualdad política que tiene López Obrador con respecto a sus antecesores: “Uno de los fenómenos de la actualidad es el dicho, muy socorrido en nuestra esfera pública, de que “no somos iguales”. El presidente (AMLO) y sus seguidores lo afirman con frecuencia”.
“Vámonos respetando, no somos iguales, que no me confundan, porque eso sí calienta”… “Tranquilos y que no nos confundan, porque no somos iguales… No somos iguales, ¡zafo!”.
“Como sea, el refrán ‘no somos iguales’ se ha vuelto un mantra morenista, que sirve incluso para pavonear eso que Freud llamó ‘el narcisismo de las pequeñas diferencias’… Aunque esta expresión sea en algo justificable, importa reconocer que el ‘no somos iguales’ se ha transformado en un gesto legitimador del gobierno”. (NEXOS, junio 2020)
Por desgracia, en el ejercicio del poder presidencial, López Obrador pregona, día con día, un discurso de reproche político que, aunque no lo reconozca, genera una confrontación social y política nunca vista en México.
Motivo por el cual, resulta urgente exigirle que cambie de actitud y procure ser más tolerante ante sus críticos.