Opinión

Espacios públicos para la memoria




septiembre 24, 2020

Las colectivas y los familiares que están trabajando en la apropiación de espacios reconocen los sitios públicos de los que se les ha despojado como los ideales para hacer y construir memoria: ¿qué recordamos?, ¿qué vamos a recordar?

Celia Guerrero
Twitter: @celiawarrior

Ciudad de México – En marzo de 2020, la colectiva Vivas en la Memoria imprimió 120 cédulas de identidad de mujeres y niñas desaparecidas en Ciudad Nezahualcóyotl y junto a algunos familiares de víctimas las pegaron en el muro de una cancha de frontón frente a Plaza Jardín, uno de los centros comerciales más concurridos en este municipio del Estado de México. En la pared, que nombraron “Memorial Hasta Encontrarlas”, también plasmaron las palmas de sus manos con pintura, escribieron algunos de los nombres de las desaparecidas y la pregunta: ¿Dónde están?

Alí Aguilera, integrante de la colectiva, cuenta que dos semanas después de que intervinieron el muro, un espacio público que durante años permaneció abandonado por las autoridades, apareció bardeado por láminas de metal. En julio quitaron la cerca y pudieron ver que las cédulas habían sido arrancadas. Por si fuera poco, en agosto pintaron un mensaje de un regidor del municipio encima de lo que quedaba del mural, en lo alto de la propaganda aún se podía leer “Hasta encontrarlas”. Después de que la colectiva señalara la indolencia y censura de las autoridades municipales en medios, el mensaje del regidor fue cubierto, quedando una barda blanca que la colectiva planea volver a intervenir.

“Colectivas y familiares hemos empezado a construir estos espacios de memoria, a rescatar estos espacios públicos que es donde ejercen violencias contra nosotras, donde nos desaparecen, asesinan, donde hay acoso, donde no se nos permite participar”, dice Alí, mientras enumera otros sitios de la zona donde se han desarrollado ejercicios similares: el mural que se levantó en el lugar donde fue encontrado el cuerpo de Diana Velázquez, víctima de feminicidio en Chimalhuacán; las cruces rosas en el bordo y frente al palacio municipal de Neza, la antimonumenta, murales en colonias y zonas identificadas como inseguras para niñas y mujeres.

Como mujeres la apropiación de los espacios públicos siempre es una lucha. En México, son muestra mediática la serie de tomas separatistas de facultades y escuelas de la UNAM, que pronto cumplirán un año de haber iniciado, o la reciente toma de una de las sedes de la CNDH. Estas apropiaciones de escuelas, de instituciones, de lo público en manos de mujeres, son formas de protesta con mensajes varios: por un lado, la exigencia de un alto a la violencia machista y feminicida; por otro, el arrebato de lo negado que representa un acto de resistencia por sí mismo.

Pero, como los casos de las tomas de facultades más allá de Ciudad Universitaria o la toma de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México ejemplifican, hay apropiaciones más difíciles de concretar y sostener.

Con todo y ello estos arrebatos de lo negado son una realidad cotidiana para mujeres que habitan espacios inseguros, en especial para niñas y mujeres. Cada manifestación de mujeres que recorren avenida Chimalhuacán, donde colectivas detectan un incremento de sitios en los que probablemente existe trata; cada llamado feminista a protestar en plazas públicas de estados donde la sociedad civil vive silenciada por el crimen organizado desde hace décadas; son apropiaciones temporales destacables.

Están también los ejercicios de denuncia y memoria, la intervención de los espacios con pintas, carteles, pegas con mensajes contra la violencia feminicida para hacer esas apropiaciones tangibles y más permanentes en el tiempo. Otra estrategia es la resignificación de los espacios públicos, temporal o permanentemente, donde se han colocado tendederos de denuncias, cruces rosas, antimonumentas y memoriales a víctimas como el de “Hasta Encontrarlas”. 

Hacer y construir memoria son dos acciones que se conjugan en tiempo presente. Sin embargo, la primera se origina y fija en el pasado al que se apela; mientras, la segunda empieza en el hoy y termina en el mañana. Son parte una de la otra, distintas, pero ligadas. Si las traducimos a cuestionamientos serían: ¿qué recordamos? y ¿qué vamos a recordar?

Las colectivas y los familiares que están trabajando en la apropiación de espacios para su resignificación se están planteando estas preguntas y no solo eso, sino que reconocen los sitios públicos de los que se les ha despojado como los ideales para hacer y construir memoria. 

Por lo demás, es importante mantener especial cuidado del cómo queremos recordar. La respuesta: no como lo imponen desde un ejercicio de poder patriarcal, sino desde la apropiación colectiva del espacio público para la memoria y la reivindicación de los procesos de resistencia a la violencia contra las mujeres.

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