Las calles de la ciudad fueron adornadas con un corte afrancesado y de gran lujo. Se instalaron columnas con águilas y se colocaron banderas. La tarde del 15 de octubre de 1909, llegó a Ciudad Juárez el presidente Porfirio Díaz, al día siguiente se reunión con su homólogo estadounidense William H. Taft
Juan de Dios Olivas / Especial para La Verdad
Aquel día, la Aduana de Ciudad Juárez se convirtió en un palacio imperial, más que en un edificio recaudador de impuestos.
Columnas afrancesadas con águilas nacionales en las cúspides, lucían sobre la avenida Del Comercio y en la parte superior del edificio federal ondeaban las banderas de México y Estados Unidos.
Los postes de luz y teléfono ubicados en las calles aledañas también lucían los lábaros de los dos países y se colocaron arreglos florales por doquiera y leyendas con las palabras “Paz, Orden y Progreso”.
Soldados con sus uniformes impecables estilo europeo, que no quitaban la mirada de todo aquel que caminaba cerca del edificio público (hoy Museo de la Revolución en la Frontera), también fueron apostados en forma estratégica.
De pronto a una cuadra del lugar arribaba el tren y se estacionaba frente al hotel Río Bravo, mientras que la gente se arremolinaba para ver bajar a sus pasajeros.
Era el 15 de octubre de 1909 y con gran pompa, los fronterizos recibían al presidente de México, Porfirio Díaz, quien sostendría al día siguiente una entrevista con su homólogo de Estados Unidos, William H. Taft, primero en El Paso, Texas, y después en Ciudad Juárez.
La visita atrajo la atención mediática, pero quienes acudieron a presenciar el encuentro de los presidentes nunca imaginaron que dos años después la ciudad volvería a ser el centro de atención tras el estallido de la Revolución Mexicana y la toma armada que realizarían los maderistas para obligar al presidente Díaz a renunciar a su gobierno de más de 30 años.
Y es que pese a algunos incidentes protagonizados por los magonistas y el surgimiento de los clubes políticos opositores que apoyaban las candidaturas presidenciales de Francisco I. Madero y Bernardo Reyes, la ciudad vivía un auge económico e industrial al amparo del porfirismo.
Las calles tenían alumbrado público, la población teléfono, circulaban automóviles, el tranvía y la actividad comercial e industrial habían hecho de Ciudad Juárez una de las urbes más importantes del país, comparada sólo con Atlanta, Georgia, y superior a Monterrey, Nuevo León, así como por encima de la mayoría de las poblaciones de México.
El ferrocarril, construido en 1882, era su principal medio de comunicación. Conectaba con Nueva York y había hecho que esta ciudad tuviera la Aduana más importante del país, mientras que México se había convertido en el país donde Estados Unidos tenía la mayor inversión económica.
Por aquí cruzaban miles de mercancías como la carne de Chihuahua, el algodón, la mezclilla y el whisky, así como minerales y productos agrícolas.
La ciudad, con 12 mil habitantes, era cosmopolita y con una población que gozaba de un buen nivel de vida, que vio en un principio cómo la Revolución Mexicana amenazaba su bienestar, “todos eran porfiristas”.
El encuentro en la Aduana y El Paso
La tarde del 15 de octubre de 1909, llegó a Ciudad Juárez el presidente Porfirio Díaz y fue recibido con toda pompa posible organizada por las autoridades estatales y locales.
El Ejército Mexicano fue vestido de gala con un estilo europeo, con uniformes en color azul y rojo con penachos estilo Napoleón en los sombreros y les fueron dotados los mejores caballos.
Al bajar del tren, el mandatario acudió a poner la primera piedra de lo que sería el Monumento a Benito Juárez en un evento solemne donde el orador principal fue el ingeniero Rómulo Escobar Zerman.
Al día siguiente, a las 11 de la mañana cruzó el puente internacional de la avenida Juárez para reunirse en la Cámara de Comercio de El Paso con el presidente de Estados Unidos, William H. Taft. Mientras cruzaba, la Banda Presidencial dirigida por el maestro Don Velino Prezza tocaba el Himno Nacional Mexicano.
Díaz fue recibido en la esquina de las calles Sierra y Santa Fe por una comitiva encabezada por el secretario de Guerra M. Dickinson, quien dirigió un acto solemne donde se dispararon 21 cañonazos.
“Usted es el primer jefe del Ejecutivo de una nación que cruza nuestras fronteras. En este acto está usted dando no solamente al pueblo de su país y al nuestro, sino a los pueblos del mundo, la gran manifestación de las cordiales relaciones existentes entre las dos vecinas repúblicas hermanas y de vuestro sincero y gran deseo de hacerlas eternas […]”.
Posteriormente fue conducido a la calle San Francisco donde se encontraba la Cámara de Comercio y en un encuentro privado que duró unos cuantos minutos al que sólo se dio acceso al gobernador de Chihuahua, Enrique Creel, quien fungió como traductor de ambos mandatarios.
Después viene el lunch y el brindis, los presidentes chocan sus copas de cristal de Bohemia y se despiden para volver a encontrarse en la tarde, pero ya en Ciudad Juárez.
Alrededor de las 12 del día, en las puertas de la Aduana, elegantemente decorada, lo espera Porfirio Díaz con su Estado Mayor y una selecta comitiva.
“Me considero muy feliz de poder saludarlo en territorio mexicano. Creo que el personal conocimiento que de usted he hecho y las amistosas relaciones que ya existen entre los Estados Unidos y México constituirán una garantía para la continuidad de esas relaciones; espero serán firmes y cordiales y hago votos porque sean coronadas por la más completa prosperidad”, dice don Porfirio.
Taft contesta agradeciendo la recepción y rememorando:
“Hasta donde alcanza mi memoria, ningún presidente estadounidense había pisado tierras mexicanas”.
Impresionado, por la recepción el mandatario estadounidense también señala:
“Yo le recibí a usted como a un verdadero republicano y usted me recibe como a un emperador”.
Más tarde, Díaz ofrecería una suntuosa cena a su invitado en el edificio de la Aduana amenizada por una orquesta. El servicio de mesa francés fue traído desde la casa presidencial ubicada en el Castillo de Chapultepec y preparado sobre el salón principal de la Aduana, cuya remodelación costó 50 mil pesos.
Los cubiertos y la vajilla eran los mismos que décadas atrás utilizaron los emperadores Maximiliano y Carlota.
Al concluir la reunión, Taft regresaría a su país y Díaz se embarcaría en el tren para regresar a la Ciudad de México. De lo que hablaron en privado o acordaron, a la fecha no se sabe nada y tampoco existen registros.
La bola
Meses después de la entrevista Díaz-Taft, Francisco I. Madero visitó por tercera vez Ciudad Juárez para promover el voto hacia su candidatura a la Presidencia de la República, apoyado por el Centro Antirreeleccionista Benito Juárez.
Del 14 al 19 de enero de 1910, acompañado de Abraham González y de Roque Estrada, realizó actos proselitistas y organizó aquí el Partido Nacional Antirreeleccionista.
Díaz había anunciado previamente su retirada del poder, pero en vez de ello, impuso nuevamente su candidatura y mandó encarcelar a Madero para reelegirse en junio de ese año.
Su principal opositor, tras ser liberado lanzó el Plan de San Luis llamando al pueblo de México a tomar las armas el 20 de noviembre de 1910.
Fue a partir de esa proclama que Ciudad Juárez se vio envuelta en la Revolución Mexicana. Entre noviembre de 1910 y febrero de 1911 en Chihuahua hubo varios levantamientos armados que empezaron a crecer y volverse más peligrosos.
En enero de 1911, Abraham González instaura una junta maderista en El Paso y en febrero el propio Madero se establece en esa ciudad para prepararse y entrar a territorio mexicano a dirigir la revuelta armada.
Las huestes maderistas llegaron a la ciudad en 1911 y el 8 de mayo de ese año empezaron los combates para tomar la ciudad, lo que se vino logrando el 10 de mayo.
Desde abril, las tropas insurgentes comandadas por Francisco I. Madero, Pascual Orozco, Francisco Villa, José de la Luz Blanco y Guiseppe Garibaldi habían logrado tomar la estación de tren Bauche, ubicada al sur de la localidad, en un punto situado actualmente donde se ubica la Estación de Bomberos y de Rescate del Eje vial Juan Gabriel y calle Barranco Azul.
Tras ese triunfo, acamparon al poniente de Ciudad Juárez, al sur del Río Bravo frente a la Smelthing and Refining Company (Asarco) y eligieron como cuartel general una casa rústica a la que llamaron “Casa de Adobe”, en contraste con la Casa Blanca estadounidense.
Desde ahí, organizados en brigadas fueron rodeando Ciudad Juárez mientras Madero negociaba la paz y condiciones favorables a la Revolución que emprendió el 20 de noviembre de 1910 bajo el lema “Sufragio efectivo, no reelección”.
La mañana del 8 de mayo, el silencio que reinaba ese día en Juárez se rompió con un tiroteo en el sur y oeste de la ciudad que rápidamente se fue extendiendo y pronto el estruendo y zumbido de las balas empezaron a invadir todo.
Las tropas insurgentes que mantenían sitiada la ciudad desde marzo de ese año con 2 mil hombres iniciaron el combate en contra del ejército porfirista que defendía la plaza con 650 soldados. Paulatinamente, las brigadas rebeldes se fueron uniendo al combate y pese a que se registraron intentos de Madero por cesar el fuego, los combatientes no pararon.
Al día siguiente, el 9 de mayo, los maderistas se abrieron paso entre las casas de adobe, con barras de hierro y dinamita. Mientras unos ocupaban techos y ponían fuera de combate a los tiradores de los federales, otros tumbaban muros y avanzaban. Al anochecer la ciudad estaba prácticamente tomada.
Por la mañana del 10 de mayo, los federales estaban maltrechos y los efectos de la fatiga eran evidentes. A las 11:30 horas de ese día, el comandante defensor de la plaza, general Juan Navarro, se rinde.
Días después, el 21 de mayo de 1911, se firman los Tratados de Ciudad Juárez que pusieron punto final a la dictadura. Los acuerdos fueron firmados en el mismo edificio que 19 meses atrás se había convertido en un palacio imperial para que Díaz recibiera al presidente de Estados Unidos.
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Fuentes: Ignacio Esparza Marín, en Monografía Histórica de Ciudad Juárez (tomo 2); Pancho Villa, Retrato Autobiográfico; Graciela Altamirano y Guadalupe Villa en Chihuahua, textos de su historia: Martín González de la Vara en Breve Historia de Ciudad Juárez y su región; Armando B. Chávez en Visión Histórica de la Frontera Norte de México; Luis Aboites, en Breve Historia de Chihuahua; Pancho Villa, Fiedrich Katz; Angélica Vázquez, en La Entrevista Díaz Taft, en www.inehrm.gob.mx.