Opinión

Los desventurados y los muertos




noviembre 23, 2020

Asombro. El asombro es el pan de cada día en una víctima

Alejandro Páez Varela

Los últimos estudios científicos que restan importancia a la posibilidad de que las superficies contaminadas con SARS-CoV-2 contagien, publicados en la revista médica The Lancet, han dado aún mayor relevancia a los aerosoles como la principal fuente de transmisión y acentuado el cubrebocas como medida preventiva. La OMS sostuvo en los meses iniciales de la pandemia que usar N95 era una preocupación “sólo para trabajadores de la salud” porque “ciertos procedimientos médicos producen aerosoles”. Esa creencia evolucionó. Al mismo tiempo que crece la evidencia de que cubrirse boca, nariz y ojos, seas quien seas, sirve para evitar el contagio, decrece la idea inicial de que la COVID se contraía como otras enfermedades respiratorias (incluidos el resfriado común y la influenza): por medio de gérmenes que pueden permanecer activos sobre ciertas superficies inanimadas como el plástico o el metal. En un inicio parecía lógico asumir que las superficies eran un medio principal para que el patógeno se propagara. Pero los científicos de los distintos ensayos citados en The Lancet dicen que no hay evidencia suficiente para mantener esa idea con el SARS-CoV-2.

La excepción en México es si usted escucha al doctor Hugo López Gatell por las noches. Allí, la mascarilla sigue sin ser relevante. Y presiento que esa posición se mantiene para justificar por qué el Presidente López Obrador no la usa. Una frase poco científica precede: “La fuerza del Presidente es moral, no es una fuerza de contagio. En términos de una persona, de un individuo que pudiera contagiar a otros, el Presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o que tengo yo. Usted también hace recorridos, giras y está en la sociedad. El Presidente no es una fuerza de contagio, entonces no tiene por qué ser la persona que contagie a las masas, o al revés”. Y luego tuvo otra, diría, peor: “Aunque pase de los 60 años, no quiere decir que es una personal de especial riesgo. Casi sería mejor que padeciera coronavirus porque él, en lo individual, se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune”.

La fuerza de López Gatell estaba justamente en sus capacidades de comunicar la materia de los científicos. Pero si el contenido del mensaje se ata a una posición ideológica, deja de ser científico. Es propaganda, conversación, conferencia; es lo que sea, pero no una fuente legítima de información especializada para dirigir masas hambrientas de conocimiento y educación que les permita tomar decisiones sobre vida y muerte. A partir de ese conjunto de frases desafortunadas, creo, vino mi cuestionamiento. Yo no escucho al doctor todas las noches (la repetición, que a las 19 horas estoy trabajando) porque dejé de considerarlo, permítaseme la licencia, “científicamente relevante”. Antes había dudado de los reportes de muertos e infectados en un país que aplica un muestreo llamado “Centinela” y muy pocas pruebas; lo de la mascarilla me tuvo alejado de sus criterios, también. Y ahora, con esta serie de estudios (libres para consulta en The Lancet), concluyo que al menos para mí los criterios del Subsecretario de Salud dejaron de ser relevantes sobre varias materias porque simplemente no voy a exponerme a morir por información a medias o sometida a dudas razonables.

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Un problema en México es que todo se politiza. El economista Salomón Chertorivski lanzó una ofensiva (que mantiene) en contra de la estrategia federal para enfrentar la pandemia y recurrió a otros que, como él, tienen inquietudes político-electorales y estuvieron antes en la Secretaría de Salud con PAN, PRI y PRD, contrarios a Morena, el partido en el poder. Con ellos presentó un plan para “acabar la pandemia en 8 semanas”. No se dirigió a la OMS, ni siquiera a The Lancet u otras publicaciones especializadas para ponerlo a consideración de los científicos; no buscó a la OPS o de plano a las Naciones Unidas (ONU). Buscó a la prensa mexicana. Algo así, una promesa de acabar con la pandemia en 8 semanas, debía ser considerado por los líderes mundiales. No tenía como interés acabar con la pandemia en 8 semanas: siempre hubo un interés político. Y el 19 de noviembre pasado, como el círculo rojo calculaba, Chertorivski anunció que se unía a Movimiento Ciudadano, opositor al Presidente López Obrador. El economista arrastra intenciones electorales desde hace años. Su plan quedó en el olvido, pero él no: ya tiene garantizado, seguramente, un lugar en el proceso electoral 2021. Y su receta política es y será el próximo año enfatizar en lo que él considera “desaciertos en salud”. Etcétera. En México todo es abono para hacer política. Incluso los restos de los desventurados y los muertos.

Algo similar sucede con Enrique Alfaro. El Gobernador de Jalisco tiene aspiraciones presidenciales, también por Movimiento Ciudadano. Por esa razón, emprendió, desde inicios del año, una campaña en contra de López Gatell. Campaña ciega: todo, absolutamente todo lo que diga el Subsecretario está mal. Lo ha retado, lo ha amenazado, pero eso no es importante: ha emprendido su propia estrategia con resultados nulos. Su intento por imponer con la fuerza pública el uso de la mascarilla derivó en un muerto y disturbios. Y las compras que hizo de pruebas, un fraude. Veremos cómo salen sus cuentas al final de la pandemia: cuánto se gastó en tratar de hacer ver a Jalisco como ejemplo de la estrategia. En el colmo de uno y del otro, Chertorivski y Alfaro son del mismo partido: ¿pudieron controlar la pandemia, juntos, en “8 semanas” como decía el planteamiento? Claro que no. Era politiquería y la politiquería no va de la mano de la ciencia o de la eficiencia. Pero, en México, siempre se está a la caza de oportunidades para hacer nombre.

“Gatell se queda, punto”, dicen en el chat de Youtube de Gobierno de México cada vez que alguien cuestiona al Subsecretario. Los que chatean por lo regular son simpatizantes activos del Presidente. Su respuesta es a las crisis del doctor y no a la eficiencia de su estrategia. Y cuestionar a López Gatell puede salirle caro a cualquiera; una mentada de padre o una oleada de reclamos en redes. No importa lo que diga The Lancet o lo que diga la OMS (que suele citar a The Lancet): si es estrategia federal, “Gatell se queda”. Y esa distorsión no le permite a muchos ver con detenimiento, analizar. Hay una guerra política y los desventurados y los muertos no importan, sino ganar espacios, defender a ése al que se le apuesta. Y Alfaro y Chertorivski han salido mal parados porque hay muchos contrarios. Y Hugo López Gatell tampoco está bien parado porque hace rato que se sacudió el doctorado para colocarse la camiseta de la 4T. “Gatell se queda, punto”, pues sí. No es lo que diga la ciencia sino el que tenga más saliva. El pinole es mucho e importa por encima, incluso, de los desventurados y los muertos.

“Hemos perdido capacidad de asombro”, decía Felipe Calderón el otro día, en Twitter, a propósito de no sé qué. De su última amargura, seguramente. Claro que en ciertos círculos se pierde la capacidad de asombro. Pero los que están buscando a sus hijos ahora mismo; los que abren fosas clandestinas y sacan los huesos descarnados de una hija, del esposo, de un tío o de una madre claro que no han perdido capacidad de asombro. El asombro es el pan de cada día en una víctima. Cómo podrían perder la capacidad de asombro. Felipe Calderón sí; o los que refiere, quizás sí. Pero no las víctimas de sus políticas públicas. Para empezar, el expresidente nunca tuvo capacidad de asombro; si la tuviera, habría parado su guerra.

Ese es justamente el punto: cuando se está obsesionado con el poder, se pierde la capacidad de asombro. Se olvida quién paga el salario de un funcionario y a quié

n se debe servir. Cuando se tiene como prioridad el poder y responderle al otro, derrotar al otro y servirse de los errores del otro, se pierde algo más que capacidad de asombro: se pierde el objetivo primordial, que es servir. Y ya no pongo nombres, ni partidos, ni gobiernos. A estas alturas, sobran.

Posdata, usted use mascarilla. Posdata, nadie puede detener una pandemia en 8 semanas. Posdata, nadie tiene una receta mágica. Portada (y última): decida con la cabeza fría y sin pasiones que las pasiones son para la política y la cabeza fría sirve, básicamente, para mantenerse vivos.

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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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