Los cárteles se preocupan por ganar dinero dando la espalda a su propia gente y convirtiendo a las tradicionales plazas de trasiego de drogas, como Ciudad Juárez, en zonas de alto consumo y de violencia extrema
Karen Cano
Al hablar del financiamiento de los grupos de narcotraficantes y las omisiones gubernamentales, hay que decir que ambos tienen su parte de responsable y de doble moral.
Las restricciones que por ahora tienen esos grupos de cruzar para vender la mercancía hacia Estados Unidos, por la frontera cerrada por el COVID-19, hacen que el patio trasero se desborde en estupefacientes y asesinatos, y entre tantos problemas forman esa mezcla homogénea que alguna vez llamamos “Guerra”, pero analicemos por partes.
Primero hablemos de la emblemática figura del narcotraficante, el hombre glorificado que no tuvo oportunidad de estudiar, el hijo descarriado que se fue por el mal camino por el hambre; al que se le hacen corridos, se le dedican series y novelas, e incluso toda una vertiente estética en la que se involucran modos de vestimenta, música, bebidas y hasta santos especializados para ayudarles.
Hablemos también de otra figura del narco, del jovencito que era muy listo, pero no tuvo un apoyo; que bajo órdenes comete sanguinarios crímenes, pero tiene buen corazón y brinda despensas y apoyos económicos a la gente de los pueblos.
Luego del narco empresario. A este punto hablamos ya no de un criminal, sino de una figura que no sólo tiene una gran capacidad de liderazgo, sino que incluso tiene ‘responsabilidad social’, y que aprovechó al máximo los mínimos recursos para tener una vida cómoda atiborrada de dinero y de mujeres. La vida de ensueño que todo sujeto inmerso en este sistema capitalista añora para sí, el referente de éxito de miles y miles de jóvenes que se involucran en esta industria.
Si pusiéramos las caras de los capos más buscados de Latinoamérica en un diagrama de flujo, desde sus cabecillas y los grandes jefes, hasta los narcomenudistas, ‘puchadores’ de esquina, que te venden ‘motita’ a 100 la ‘lata’ ¿Cuánta gente hay debajo de estos ‘empresarios’?
A este punto me sorprende sobremanera como hay personas que nunca se cuestionan porque los narcos se matan entre peones y no entre cabecillas, ¿No es más sencillo matar a la Hidra, en vez de estarle recortando las serpientes?
¡Yo no insinúo nada!, solo cuestiono el funcionamiento de este negocio ilícito, y me pregunto si es que acaso los capos son en el fondo buenas personas, o es que acaso todos sus distribuidores son malas gentes.
El problema es que los cárteles se preocupan por ampliar su negocio para ganar dinero, dando la espalda a su propia gente y convirtiendo a las tradicionales plazas para el trasiego de drogas, como Ciudad Juárez, en zonas de alto consumo y de violencia extrema.
De manera reciente, la Mesa de Seguridad y Justicia de Ciudad Juárez, instancia civil que lleva una estadística de índices delictivos en esta localidad fronteriza, estimó que las distintas drogas ilícitas aseguradas por todas las corporaciones de seguridad en esta ciudad, de enero a noviembre de este año, tienen un costo de 111 millones 50 mil 150 pesos. Esto, se informó, está basado en informes oficiales de decomisos de dosis e información sobre los precios de la venta de drogas al menudeo.
La derrama económica de las drogas es en realidad incalculable, mientras que la cantidad de adictos en esta ciudad también. A principios de este año, la Fiscalía General de Chihuahua estimó que en Ciudad Juárez había unos 150 mil consumidores de estupefacientes, aunque esta semana el fiscal de la Zona Norte, Jorge Nava dijo que esta cifra podría ser mucho mayor, pero no abundó en sus datos.
Por eso también habría que hablar de las adicciones, especialmente de las que están relacionadas a sustancias ilegales.
Hablemos, entonces, de la figura del marihuano, el que llega a las fiestas con estupefacientes, el que se engancha apenas se fuma un porro y al día siguiente está probando sales de baño porque necesita ‘cosas más fuertes’.
Del que avienta piedras a negocios locales, que viola mujeres a la luz de un farol nocturno, y que “al punto marihuano, sabrá Dios que pueda hacer”.
Si usted lee esto seguro ha detectado el sarcasmo que intento imprimir en estas letras, entenderá a este punto que lo que realmente estoy diciendo es que el marihuano, al igual que las figuras del narcotraficante antes referidas, solo es producto de la imaginación del colectivo, de una perspectiva dicotómica que se tiene sobre el gran problema de la venta de drogas.
Hoy más que nunca la droga se queda en exceso y se vende en México, lo que trae una oleada de asesinatos y consumidores. O al menos eso es lo que han declarado expertos que laboran en el Fideicomiso para la Competitividad y Seguridad Ciudadana (Ficosec).
En este contexto, diremos:
Que los narcotraficantes no son las buenas personas que nos quieren hacer creer y que lo único que les importa es su mercado, por lo que están saturando de drogas la frontera norte del país; es una verdad que por obvia no me interesa debatir, solo diré que su finalidad es la ganancia.
Que la sociedad mexicana es una señora puritana que no quiere ni le interesa admitir que las abuelitas usan marihuana para las reumas desde tiempos inmemorables y que jamás se unieron a las filas del narco, es una verdad que nos molesta, porque no encaja en nuestra visión de las cosas.
Pero hablemos también de otra verdad, y es que hay una responsabilidad directa del gobierno en el asunto; no sólo por no atender el problema de manera estructural, sino también por la impunidad en la que viven los miles de asesinatos cometidos este 2020, y los otros miles cometidos en años anteriores.
Asesinatos que justificamos en la voz popular cuando decimos “es que andaba mal”, “es que andaba vendiendo”, pero esos, esos también son crímenes de Estado.
Por que quien es asesinado no es el capo, ni el ‘gran empresario’ que desborda de drogas la frontera, bajo cuyas órdenes se cometen sanguinarios asesinatos; la víctima es el muchacho hiperactivo que quería comprarse unos tenis, el que sacaron de la escuela por problemático y se enganchó con uno de sus amigos del barrio, el que no tuvo papá y terminó resolviendo su necesidad de pertenencia en una pandilla, y etc.
Los que matan son a los de abajo, los que no son directamente responsables de la gran derrama de las drogas y económica que esta industria trae al país, a los que no se les dieron las oportunidades ni las herramientas, y de eso es culpable el Estado y nadie más.
Y sí las cosas son como dicen los expertos, este año la pandemia no sólo no mermó el negocio, sino que lo hizo más redituable, lo que sin duda permitirá que la máquina de criminales que es esta ciudad fortalezca sus operaciones estructurales de desigualdad y clasismo, y entregue nuevos delincuentes, en masa, movidos por el hambre dejada tras la crisis de pandemia –si es que acaso ya la dejamos atrás –.
El verdadero responsable es el Estado, que no quiere o no puede, desarticular este mecanismo de impunidad y falta de oportunidades para el sano desarrollo y la protección de las víctimas centrales de esta industria: Los pobres.
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Karen Cano. Escritora, feminista y periodista de Ciudad Juárez, sobreviviente de la guerra contra el narco, egresada de la Universidad Autónoma de Chihuahua, reportera desde el 2009; ha trabajado para distintos medios de comunicación y su trabajo literario ha sido publicado en Ecuador, en Perú y en distintas partes de México.
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