Opinión

El año de la ansiedad




diciembre 31, 2020

Aceptar vulnerabilidades no es sencillo, mucho menos hacerlas públicas, más cuando revelar sentires, dolencias, piensos, se asocia a lo femenino, a la debilidad y contiene tremenda carga negativa, por supuesto, cuando se mira desde la postura masculina

@CeliaWarrior

Aún no puedo identificar con claridad cuándo comenzó, pero fue en 2020 que escribir dejó de ser lo que era para mí y pasó a generarme solo angustia. Después de llegar a un límite físico y buscar desenmarañar el problema en terapia, pude identificar que mis síntomas se agravaron de a poco hasta llegar más allá de la incomodidad corporal, el insomnio o simples lapsos de inseguridad. Era ansiedad. Normal, pensé, en un año pandémico. Mi verdadero problema fue que asocié el malestar a una actividad específica, una que resulta ser mi modo de vida elegido, y comencé a rehuir la escritura. Me limité a escribir lo comprometido, esta columna, por ejemplo, que como espacio feminista, de por sí, ya es un acto de resistencia.

Eso pasó hace meses, ahora mi aproximación al problema dejó de ser la evasión. Tanto así que hoy lo escribo aquí, hasta cierto modo a manera de catarsis, y aunque hacerlo seguramente me quitará el sueño.

Aceptar vulnerabilidades no es sencillo, mucho menos hacerlas públicas, más cuando revelar sentires, dolencias, piensos, se asocia a lo femenino, a la debilidad y contiene tremenda carga negativa, por supuesto, cuando se mira desde la postura masculina. Pero ¿no estamos acá para hacer todo, absolutamente todo lo contrario a la práctica masculina o qué, amikas?

Inicié con un ejercicio de imaginación en una red social y fueron mujeres, y solo mujeres, quienes participaron. Hice una pregunta: ¿Cómo viven sus ataques de ansiedad? Como respuesta recibí imágenes, descripciones, sensaciones de lo que detona en varias amigas y desconocidas. Ese pequeño gesto que comenzó como una muestra de mi vulnerabilidad se convirtió en un coro de resistencias, un abrazo colectivo, y eso me hizo sentir no solo menos sola, sino también más capaz de hacer frente al trastorno. También, esa exposición hermanada me hizo recordar una vez más que lo personal es político. 

No es novedoso decir que la problemática de la salud mental —bastante desatendida, desde siempre— es gravísima en el país, y es también conocido que la pandemia de covid-19 vino a exacerbarla. Esta Igualada ya ha señalado antes los impactos en la salud mental de las mujeres como una de las primeras consecuencias derivadas de la sobrecarga de trabajo domestico durante el confinamiento. 

Pero aún queda mucho por señalar respecto a la poca importancia que se le da al hecho de que sean las mujeres quienes presentan los niveles de ansiedad “marcadamente mayores”, como lo hace la ENCOVID-19, una encuesta de seguimiento de los efectos del covid-19 en México:

En abril, el 60 por ciento de quienes mostraron síntomas severos de ansiedad fueron mujeres. Para mayo, la mayoría de las mujeres con ansiedad reportaron la pérdida de empleo y más de la mitad de los ingresos del hogar como la principal causa. En el último informe, de octubre, la prevalencia tanto de ansiedad como de depresión continuaba siendo mayor en las mujeres de menor nivel socioeconómico.

Mientras esta encuesta demuestra no solo las distinciones en los problemas de salud mental entre hombres y mujeres, sino su evidente relación con las circunstancias de desempleo y limitaciones económicas; falta conocer las repercusiones de otro tipo — en los individuos y en lo colectivo— derivadas de la desatención de la salud mental, que se traducen en otros impactos: la violencia en el hogar, el deterioro físico, etc.

Si lo permitimos, la masculinidad no solo establece que “de eso no se habla” y estigmatiza a quienes viven con algún trastorno psicológico, sino que se interpone en las pocas posibilidades que tenemos para sentirnos abrazadas o más acompañadas cuando de nuestra salud mental se trata.

Nos toca enfrentar al patriarca en nosotras que puede llegar a controlarnos aún cuando no lo percibimos con pensamientos como los que nos llevan a auto silenciar nuestras vulnerabilidades. Si nos atrevemos a nombrarlas, preferentemente en un espacio seguro, nos encontraremos con un abrazo colectivo, y podremos —también, desde el feminismo— desenmarañar juntas sentires y pensares que involucran nuestra salud mental.

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