No vaya a ser que las encuestas resulten en el derrotero que hundió el barco de la cuarta transformación. Porque si bien pareciera ser el método más democrático, en el fondo esconde la perversa maniobra del clientelismo
Miguel Ángel Sosa
Twitter: @Mik3_Sosa
El partido Morena se decantó por elegir mediante encuestas a los que serán sus candidatos en las elecciones para renovar las gubernaturas que estarán en juego este año, sin importar que en el camino pudieran salir de la chistera los nombres de personajes impresentables que tanto daño le han hecho a la vida pública de México.
Los punteros no necesariamente son los más honestos y no por tener el nivel máximo de recordación entre la población, significa que hayan sido buenos servidores públicos. Más vale malo por conocido que bueno por conocer, pareciera la apuesta de la cuatroté.
Y es que, en sus entrañas, el morenismo carga con la cruz de su parroquia; con un ADN en su gran mayoría priísta y perredista, las prácticas cansinas de la vieja escuela permean en un movimiento que de nuevo no tiene ni el nombre.
Sin duda lo más preocupante para el partido que comanda Mario Delgado es la poca o nula institucionalidad que están mostrando los suspirantes derrotados en las encuestas, quienes ni tardos ni perezosos ya se abrieron a ser abanderados del padrino sindical Pedro Haces y su Fuerza por México.
Como la barracuda, el partido de reciente creación recoge en el fondo del mar los restos que dejó la tormenta. Para ambos, es una estrategia de supervivencia; mientras el nuevo partido va por su tres por ciento mínimo que le permita mantener el registro, los candidatos derrotados se sirven de ese salvavidas para recuperar aire y seguir pataleando.
Y si bien la marca del partido en el poder sigue siendo el más poderoso instrumento de marketing, lo cierto es que la unción de políticos con vidas muy contrapuestas a la cartilla moral han generado reacciones adversas entre las huestes del partido guinda.
No vaya a ser que las encuestas resulten en el derrotero que hundió el barco de la cuarta transformación. Porque si bien pareciera ser el método más democrático, en el fondo esconde la perversa maniobra del clientelismo, que bien se puedo observar en la propia designación de la presidencia nacional de ese partido.
El pueblo bueno no se equivoca, ha dicho muchas veces el Primer Mandatario, y qué pasaría si el voto de castigo los alcanza más rápido de lo que habían esperado. Sin jugar a los futurismos hay que estar preparados para ser juzgados por la sabiduría de la gente, porque acuérdense que en política no hay sorpresas, sólo sorprendidos.