Joe Biden envió, desde la oficina presidencial, el mensaje de que le interesa la comunidad latina de Estados Unidos y también promover una reforma migratoria. Pero el símbolo, en el terreno de la política real, puede quedarse sólo en la foto del recuerdo
Alberto Nájar
Twitter: @anajarnajar
Una tradición de los presidentes de Estados Unidos, el día que asumen el poder, es decorar la Sala Oval de la Casa Blanca con imágenes y figuras de personajes que admiran o con quienes se identifican, y que se convierten en símbolos de lo que será su gobierno.
Barack Obama, por ejemplo, tenía un busto de Rosa Parks, la emblemática mujer negra que en 1955 se negó a ceder su asiento en el autobús a un hombre blanco.
Eran los días más intensos de la segregación racial en el sur de Estados Unidos. El gesto de Rosa, de 45 años de edad, llamó la atención de Martin Luther King, en ese entonces un desconocido pastor bautista quien organizó una protesta pública a la que siguieron muchas otras.
El resultado fue un movimiento social que terminó, legalmente al menos, con la segregación racial y la conquista de derechos civiles para la población afroestadounidense.
Donald Trump, en cambio, tenía el retrato de Andrew Jackson, un presidente populista y racista que fomentó la Ley de desplazamiento forzoso para los pueblos indios. Miles de personas fueron asesinadas para arrebatarles sus tierras.
Trump, por cierto, mantuvo desde el primer día un botón para activar una alerta a sus colaboradores: era la señal para pedir refrescos y hamburguesas.
Joe Biden ahora colocó en la Sala Oval un busto de César Chávez, el mítico líder sindicalista que en la década de los 60 encabezó un movimiento por los derechos de trabajadores agrícolas, la mayoría inmigrantes indocumentados.
Chávez es una figura icónica en la comunidad latina de Estados Unidos, especialmente mexicana. Él fue quien popularizó la frase “Sí se puede”, creada por su compañera de lucha Dolores Huerta.
El presidente Biden colocó el busto del líder hispano en un lugar privilegiado: atrás de su escritorio, en la misma mesa donde se encuentran las fotos de su familia.
Como otros objetos en la oficina presidencial es un mensaje, en este caso para millones de latinos que viven sin documentos migratorios en Estados Unidos.
Un gesto acompañado de otros. Horas después de asumir el gobierno, el nuevo presidente firmó varios decretos para cancelar la política antimigratoria de su antecesor.
Canceló, por ejemplo, la ampliación del muro en la frontera con México. Suspendió los Protocolos de Protección al Migrante (MPP en inglés) conocidos también como Quédate en México.
Y envió al Congreso una iniciativa legal para conceder la ciudadanía estadounidense a por lo menos once millones de personas indocumentadas.
Mensajes, símbolos de que el nuevo presidente, desde el primer minuto, quiere borrar todo lo que tenga la marca Donald Trump.
Es algo que ha sido reconocido por organizaciones civiles e inclusive por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Biden, pues, despierta el entusiasmo de muchos. Pero así como es grande la esperanza, también lo es el riesgo de que los mensajes se queden en el discurso, y los símbolos plasmados en fotos y videos.
Porque no es la primera vez que un presidente postulado por el Partido Demócrata es elegido por su agenda pro migrante.
El ejemplo más cercano es Barack Obama, quien obtuvo un enorme respaldo de la comunidad hispana de su país gracias a su promesa de impulsar una reforma para conceder la estancia legal a millones de personas.
No pudo hacerlo. El Congreso, dominado por el Partido Republicano, bloqueó su propuesta.
Obama en cambio ordenó durante varios años una serie de redadas en todo el país para detener y expulsar a personas indocumentadas.
Más de dos millones de migrantes fueron echados de Estados Unidos, entre ellos unos 800 mil mexicanos.
Barack Obama fue conocido como El deportador en jefe. Y Biden, quien era su vicepresidente, nunca dijo nada en público para desaprobar la estrategia.
El nuevo presidente fue elegido, en buena medida, por su compromiso de barrer la política xenófoba y discriminatoria de Trump.
Biden obtuvo el mayor respaldo electoral en la historia de su país, y tiene un escenario político diferente al que enfrentó Obama.
Una primera lectura es que nada debería impedir que cumpla sus promesas de campaña. Pero al leer la letra chiquita de la realidad estadounidense el escenario cambia.
Los legisladores republicanos ya dijeron que se opondrán a cualquier intento de reforma migratoria.
Además, entre sus aliados la iniciativa de Biden encuentra dificultades. Históricamente el Partido Demócrata ha sido apoyado por organizaciones sindicales que se oponen a la migración irregular.
Y por si fuera poco en Estados Unidos hay temas que requieren atención inmediata: la pandemia de covid-19 no cesa, a pesar de la vacunación masiva.
La economía está en crisis y hay una profunda polarización social, herencia de Trump y su discurso racista, que en cualquier momento puede derivar en violencia.
El asalto al capitolio del pasado 6 de enero es una muestra. Así, en la lista de prioridades de Biden la agenda migratoria ocupa un sitio importante… pero no mucho.
De hecho, en el escenario político parece haber incentivos para que el nuevo presidente diga que quiere una reforma migratoria, pero que no lo dejan concretarla.
Siempre le quedará el recurso de argumentar que cumplió su oferta: en la campaña prometió impulsar la residencia legal para millones de indocumentados.
Eso fue lo que hizo. En el día 1 de su gobierno Joe Biden atizó la esperanza. Pero en los que siguen puede apagarla.
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Alberto Nájar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service. Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.