Eran las 4:25 de la madrugada del 9 de marzo de 1916 cuando Francisco Villa concretó un plan que dejó una estela de sangre y provocó que Estados Unidos invadiera México días después
Juan de Dios Olivas / Especial para La Verdad
Al grito de “¡Viva Villa!”, “¡Viva México!” y “Yanquis ‘jijos’ de la chingada”, cientos de jinetes rompieron la tranquilidad del pequeño pueblo de Columbus, Nuevo México, disparando contra viviendas donde sus moradores dormían. La arremetida también se dirige a las barracas de Fort Furlong.
Eran las 4:25 de la madrugada del 9 de marzo de 1916. Francisco Villa concretó así un plan pensado por días que dejó una estela de sangre y provocó que Estados Unidos invadiera México días después.
A más de un siglo del ataque, los motivos que tuvo el Centauro del Norte para ordenar la embestida todavía no son claros. Algunos historiadores consideran que fue una venganza en contra de sus enemigos –entre ellos el judío Sam Ravel que defraudó al general–, y otros, una estrategia para provocar al gobierno estadounidense.
Los revolucionarios mexicanos ingresaron por el poblado de Palomas, ubicado en el noroeste de Chihuahua, para dirigirse a su objetivo a 4.8 kilómetros (3 millas) de la frontera.
Rompieron las cercas de alambre y se dividieron en dos columnas dirigidas por Francisco Beltrán, Martín López y Pablo López, junto con Candelario Cervantes. Una arremetió contra el campamento militar y la segunda rodeó para entrar al pueblo.
No se sabe a ciencia cierta el número de villistas, pero los investigadores calculan en la actualidad que fue un grupo de 589 personas, incluyendo 16 vaqueros reclutados a la fuerza cerca de Colonia Pacheco, en Casas Grandes.
El asalto tomó por sorpresa a los soldados del 13º Regimiento de Caballería del Ejército de Estados Unidos, así como a los habitantes del pueblo. Solo algunos centinelas y cocineros se encontraban despiertos a esa hora en Fort Furlong, entre ellos el cabo identificado solo como Griffith, quien reacciona y dispara al aire el primer tiro del combate, para alertar a sus compañeros.
Pronto una lluvia de balas lo abate y lo convierte en una de las primeras bajas de la invasión.
El grupo de Candelario Cervantes avanzó hacia el pueblo y llegó al hotel Commercial, propiedad del judío Sam Ravel, quien en los primeros años de la revolución había hecho una fortuna vendiéndole armas y municiones a Pancho Villa, pero le quedó mal cuando la División del Norte requería el material bélico para derrotar a los carrancistas en las batallas de El Bajío.
Los seguidores de Villa ingresaron a ese hotel donde fueron recibidos a tiros por dos norteamericanos que bajaban en esos momentos de sus habitaciones, alertados por el bullicio y el ruido de las balas, pero fueron asesinados.
En medio del tiroteo, la gente de Cervantes interrogó a un par de niños y a unas mujeres que les informaron que Sam Ravel se fue a El Paso, Texas, a visitar al dentista, lo que le salvó la vida.
Después Cervantes detiene a Arthur, el hermano menor de Ravel y lo obliga a conducirlo a una ferretería propiedad también del judío. Ahí trataron de abrir la caja fuerte sin lograrlo.
Enfurecidos lanzaron latas de queroseno y provocan un incendio que arrasa el negocio y se extiende al hotel Commercial, así como a otros establecimientos comerciales aledaños.
Mientras tanto, en el campamento militar, los villistas encuentran una resistencia organizada de las tropas estadounidenses que repelen con éxito la agresión.
Uno de ellos, el teniente Lucas, con soldados de la tropa F, llega hasta donde estaban guardadas las ametralladoras para protegerlas de los revolucionarios mexicanos y toma uno de los artefactos para disparar contra de los villistas.
Los hombres de Lucas pronto tienen en su poder cuatro ametralladoras y obligaron a los atacantes a replegarse. Sin embargo, las tropas de Francisco Beltrán maniobraron y fueron nuevamente a la carga y ante la superioridad cambian la situación y obligan a los militares estadounidenses a pertrecharse.
En ese contraataque se produce la mayor parte de las bajas villistas y estadounidenses, de acuerdo con el historiador Friedrich Katz en su obra “Pancho Villa”.
En el pueblo, el fuego se extiende y más civiles se unen a la defensa de Columbus disparando desde casas, negocios y hoteles.
“Algunos de los huéspedes sacaban sus armas, pistolas y rifles para hacer fuego entre los invasores”, recuerda Laura Ritchie, administradora de un hotel en una versión recabada por Paco Ignacio Taibo II en el libro Pacho Villa, biografía narrativa.
De hecho, la mayoría de las bajas en el grupo de Candelario Cervantes las hicieron los civiles, por ello, el revolucionario se vio obligado a incendiar otro de los hoteles, el Hoover.
“Hubo que prenderle fuego para sacar al que nos hacía blanco muy certero”, dijo posteriormente uno de los presos.
Pero el fuego, más que ayudar a los invasores mexicanos, les perjudicó.
Eso provocó que los soldados y ciudadanos estadounidenses que defendían Columbus distinguirán a su enemigo más fácilmente y repeler con más eficacia.
En esa zona del pueblo hubo al menos 18 villistas muertos y decenas más lesionados.
Así fue herido Pablo López, uno de los lugartenientes de más alta estima de Pacho Villa, quien participó en diciembre de 1915 en la masacre de un grupo de mineros que viajaban en un tren, en un hecho ocurrido en las afueras de Santa Isabel.
Casi al amanecer, a las 7:30 de la mañana, al toque de un clarín, los jinetes de Villa comenzaron a retirarse llevando consigo un botín consistente en mulas, variado equipo militar, incluyendo 300 máuseres y 80 caballos. También llevan consigo a decenas de heridos.
En la retirada, los jinetes villistas se dispersaron para volver a juntarse en algún punto de la frontera en México, donde los esperaba el centauro mexicano.
En su persecución, alrededor de 30 soldados estadounidenses en sus caballos intentan alcanzarlos a galope, pero fue repelido a balazos por un grupo de villistas que al darse cuenta de que los siguen, paran y los esperan al estilo mexicano, con las riendas del caballo en la mano izquierda y el rifle en la derecha.
En el ataque a Columbus, los hombres de Villa confiscaron o robaron unos 100 caballos y mulas, quemaron el pueblo y mataron al menos a 17 soldados estadounidenses y a 10 residentes del poblado.
Sin embargo, perdieron a 73 de sus compañeros que murieron en el encuentro y 5 más que fueron capturados y fusilados después.
La invasión es considerada una de las peores hazañas militares de Villa, pero cobra relevancia por el efecto nacionalista que provoca entre los mexicanos y en las relaciones diplomáticas del país con Estados Unidos.
El presidente Woodrow Wilson responde con el envío de 10 mil soldados al mando del general John J. Pershing en persecución de Villa, en lo que denomina Expedición Punitiva que nunca logra atrapar al caudillo, quien escapa con éxito en todas las ocasiones.
Durante el ataque, Villa permanece en Palomas. Desde ahí dirigirá la invasión y podrá ver todavía a la luz del día las llamas y el humo que se desprendió de los edificios en Columbus.
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Fuentes consultadas: Pancho Villa, de Friedrich Katz; Pancho Villa Una biografía narrativa, de Paco Ignacio Taibo II; Armando B. Chávez, en Visión Histórica de la Frontera Norte de México