Es uno de los símbolos de la corrupción en México. Incondicional de los gobiernos, cómplice en el desmantelamiento de Pemex, Carlos Romero Deschamps fue obligado a renunciar a su poder sindical. Pero queda impune: conserva su fortuna, sigue libre. Ni una pluma le quitaron a su gallo
Alberto Najar
Twitter: @anajarnajar
La fiesta estaba muy animada. A las 2AM, en el salón principal del World Trade Center de Boca del Río, Veracruz, unos mil invitados bailaban, bebían y festejaban a los novios.
Era la boda de Miguel Ángel Yunes Márquez, en octubre de 2007, evento que convocó a decenas de políticos locales, empresarios y sobre todo a miembros de la élite gubernamental del país, por esos días en manos del Partido Acción Nacional (PAN).
En medio del salón, lejos de la pista de baile, Carlos Romero Deschamps conversaba, el rostro hastiado, con uno de esos miembros de la cúpula oficial.
El personaje repetía que no se preocupara, hablaba de Felipe Calderón -entonces presidente- y soltaba carcajadas, como si festejara una broma personal.
Romero Deschamps esbozaba una sonrisa. Parecía que llevaban varios minutos con el mismo tema. Pero había que aguantar.
El secretario general del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM) enfrentaba, en ese entonces, una investigación por el desvío de recursos de la organización para la campaña del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Fue en la contienda presidencial de 2000. El caso se conoció como Pemexgate. Investigarlo correspondía a la Procuraduría General de la República.
En teoría. El personaje a quien Romero Deschamps sostenía para mantenerle en pie -la fiesta fue abundante en comida y bebida- era Eduardo Medina Mora.
El procurador General de la República. El responsable de perseguir y apresar al líder de los petroleros.
El que bromeaba y repetía frases inconexas a un hastiado Romero Deschamps. El que aconsejaba, una y varias veces, que no se preocupara.
Cuatro años después el caso Pemexgate fue archivado. Nunca hubo una diligencia posterior a ese 2007.
Quién sabe si la conversación madrugadora en Boca del Río tuvo algo que ver. Pero el líder sindical no fue castigado.
La anécdota ilustra una parte de la extensa red de protección al líder petrolero durante décadas, y que se creó básicamente con el respaldo incondicional a los gobiernos en turno.
Una telaraña que, cuentan quienes le conocieron desde sus inicios en Pemex, empezó a tejer la madrugada del 10 de enero de 1989, cuando a las 2AM llamó a la casa de Joaquín Hernández Galicia, La Quina, entonces secretario general del STPRM.
El Güero, como le conocían entonces, era uno de los consentidos del cacique. Por eso no tuvo problema en hablar con el cacique. “Quiero disculparme porque no llegué a la junta de hoy”, dijo cuando La Quina tomó el teléfono.
Hernández Galicia colgó, enojado por la impertinencia. Horas después lo despertaron de nuevo. Esa vez fue un soldado que, con fusil en mano, lo sacó de la cama para sacarlo de su casa y enviarlo a prisión.
El presidente de México era Carlos Salinas de Gortari y a la captura del entonces poderoso líder petrolero se le conoció como El Quinazo.
Fue, en los hechos, el primero de varios golpes mediáticos con los que el controvertido mandatario se consolidó en el poder y logró borrar, al menos en la memoria de corto plazo, el fraude en la elección presidencial de 1988.
No lo hubiera conseguido sin el encarcelamiento del cacique de Pemex. Y en ello Romero Deschamps tuvo un papel central.
Sus críticos, a quienes desplazó irregularmente del sindicato petrolero, dicen que la llamada que hizo en la madrugada a Hernández Galicia no fue una impertinencia.
El Güero, en realidad, quería comprobar que La Quina dormía en su casa. Donde lo aprehendieron.
Cuatro años después, Romero Deschamps fue elegido -es un decir- secretario general del STPRM. Desde el primer día marcó el sello de su gestión en el sindicato:
Modificó los estatutos para eliminar el voto secreto en las elecciones internas. Reprimió a los grupos disidentes, especialmente los vinculados a su protector, La Quina, y autorizó modificaciones sucesivas al contrato colectivo de trabajo para beneficiar a los gobiernos en turno.
Se convirtió en un soldado de los distintos gobiernos. El Pemexgate fue un ejemplo, pero no sólo con administraciones del PRI se disciplinó.
De hecho, fue con administraciones del Partido Acción Nacional que vivió momentos estelares.
Y es que su principal moneda de cambio ha sido el silencio. Desde 1993 el sindicato petrolero permitió, y muchas veces solapó, los cambios en la estructura de Pemex que abrieron la puerta a su paulatina privatización.
Nada dijo el líder sindical sobre la determinación de concesionar, por ejemplo, las plataformas en el Golfo de México a empresas privadas.
Tampoco habló cuando se canceló a la entonces paraestatal la posibilidad de competir en la industria petroquímica, relevada de la tarea en favor de empresas privadas.
Uno de los negocios más rentables para cualquier petrolera del mundo.
Nunca hubo una queja, ni siquiera una declaración crítica sobre la Reforma Energética aprobada por el Congreso, cuando el líder sindical era senador.
Ni, claro, hubo palabra alguna hacia la asignación irregular de contratos a empresas vinculadas con Odebrecht.
Romero Deschamps lo supo, porque cuando se firmaron los contratos en favor de la compañía brasileña el sindicato formaba parte del Consejo de Administración de Pemex.
El mismo que autorizó, desde los tiempos del impresentable Felipe Calderón, las asignaciones irregulares a la compañía que después protagonizó “el mayor escándalo de corrupción en la historia”, según el gobierno de Estados Unidos.
Por el silencio y control del sindicato petrolero, Romero Deschamps recibió cientos, miles de millones de pesos que le convirtieron, por décadas, en un símbolo de la corrupción en México.
Es el dinero que le permitió los excesos y lujos que le hicieron famoso: los yates, el auto Ferrari de colección para su hijo mayor, aviones privados, relojes cotizados en miles de dólares, ranchos, departamentos lujosos en Miami, Nueva York, Cancún.
La herencia cultivada durante 26 años al frente del sindicato petrolero. Y de la extensa red que le protegió desde entonces y lo hace todavía.
En octubre de 2019 renunció a la secretaría general del STPRM, pero se mantuvo en la nómina de Pemex. Desde entonces estuvo de vacaciones hasta el 16 de marzo pasado, cuando fue virtualmente obligado a jubilarse.
El Güero pretendía llegar a 2024 como trabajador activo hasta concluir el gobierno de López Obrador, y regresar entonces a la secretaría general del STPRM.
No pudo hacerlo aunque, en el recuento de los daños, ciertamente no le fue mal al líder petrolero:
El ingreso mensual por su retiro supera los 100 mil pesos. Sigue en libertad, a pesar de las investigaciones fiscales en su contra.
Y conserva su enorme fortuna. Ni un peso ha perdido. Hasta ahora, a Carlos Romero Deschamps ni una pluma le han quitado a su gallo.