Derechos Humanos

La hija de Madera, su éxodo clandestino tras el ataque al cuartel




marzo 24, 2021

“¿Usted quién cree que sufre más? ¿el que está con un arma detrás de una trinchera o nosotros que estamos luchando contra el hambre? porque ustedes se defienden, ¿pero nosotros contra quién o qué?” eran las preguntas que le hacía Luz María Gaytán a Carlos Montemayor, el célebre escritor chihuahuense, cuando este trabajaba en su última novela

Texto y foto de portada: Raúl Fernando Pérez Lira / Raíchali

Luz María tenía apenas 10 años cuando un grupo de guerrilleros asaltó el cuartel de Madera el 23 de septiembre de 1965, aquel ataque que inspiró a miles de campesinos, obreros y estudiantes a tomar las armas en distintos lugares de México en las décadas siguientes. Para ella, inició un éxodo clandestino que duraría casi dos décadas.

Las experiencias que vivió de niña, sus recuerdos de la Sierra Madre Occidental y del movimiento campesino, fueron una de las principales fuentes para “Las mujeres del alba”, una novela histórica sobre las mujeres que de una u otra forma estuvieron involucradas en el asalto. 

Ahí está la otra historia, la de las mujeres que fueron hostigadas por el ejército después de que sus maridos nunca regresaron a casa y la de las niñas asustadas a las que le dio un vuelco la vida. Según el mismo Montemayor, es su mejor novela.

Su padre, Salvador, fue parte del grupo guerrillero que no llegó a tiempo al ataque. Esto le salvó la vida, pero lo condenó a esconderse durante toda la “guerra sucia”, aquella persecución política promovida por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) hacia la disidencia estudiantil, obrera y campesina, hasta que el presidente José López Portillo le concedió la amnistía en 1982.

“Pero para llegar a ese tema, te voy a empezar a platicar desde el momento en que empieza la lucha agraria campesina” dijo Luz María, olvidándose del plato de comida que acababa de pedir.

Madera es un municipio ubicado entre las montañas de la Sierra Madre Occidental, en el noroeste de México. De tradición minera y campesina, la región estaba controlada por las empresas Bosques de Chihuahua y Cuatro Amigos, con la familia Ibarra a la cabeza, quienes disponían de la tierra y las mujeres a su gusto, según recuerda Luz María. 

Campesinos, trabajadores y docentes, se organizaron tanto por el frente armado como por el electoral para recuperar las tierras acaparadas por los latifundistas y mejorar su calidad de vida.

Contra todo pronóstico, Salvador Gaytán logró ganar la presidencia seccional del Mineral de Dolores, reemplazando a Leonardo Olivas, quien llevaba dieciocho años en el puesto y estaba vinculado a los caciques locales.

“Ahí no había escuela, había nada más para los hijos de los hacendados”, recordó ella. “Había un aula que la tenían de gallinero o de caballeriza, atravesado con malla de alambre. Éramos un grupo como de ocho niños que nos acercabamos a la clase pero no teníamos aula. Entonces el profesor nos dice ‘niños, les tengo una sorpresa, les traigo una herramienta porque vamos a tirar la cerca’”.

El profesor era Arturo Gámiz y en ese entonces vivía con la familia Gaytán. Ella lo recuerda con cariño, como un profesor que lo dio todo por la gente.

“Le agradezco porque nos enseñó los valores y a defender nuestros derechos. Son recuerdos que no se te olvidan. Participaba mucho con el pueblo. Se va a Chihuahua y nos trae una vacuna para todos los niños, porque ahí no estábamos vacunados”.

El movimiento realizó varias acciones exitosas hasta el día 23 de septiembre de 1965, cuando el grupo fue repelido por los soldados del cuartel. Su padre duró semanas escondido en el monte. En la radio dijeron que había muerto, pero en realidad no había sido él, sino su hermano Salomón. 

Mientras tanto, su familia seguía en el pueblo, padeciendo el aislamiento social ordenado por el gobernador Práxedes Giner Durán.

“No teníamos ni para comer. Tenían prohibido al pueblo apoyar a la familia de Salvador Gaytán. Nomás había un señor que tenía una tiendita. Me decía ‘tráete tu bolsita, Luz María, es mi tienda y a mí nadie me va a dar órdenes’. Él me llenaba mi bolsita y yo llegaba muy contenta porque ya tenía para que comieran mis hermanos.”

Dos o tres veces por semana, Luz María llegaba a su casa para darse cuenta de que no estaba su madre, Monserrat, pues los soldados se la habían llevado al cuartel. Ahí se iban ella y sus hermanos a esperarla mientras la interrogaban y le ofrecían dinero a cambio de información sobre el grupo guerrillero.

Ante la amenaza de desaparición forzada, la familia huyó a la Ciudad de México, vendiendo todas sus pertenencias y dejando atrás sus tierras.

“Lo más triste es la miseria que se vive cuando llegas a una ciudad y no sabes qué hacer. Esto para mí es un pulpo porque veía casas por todos lados, no es una ciudad, es un pulpo para mí. Con aquella inocencia, que vienes de un lugar donde se pueden juntar quelites o calabaza. Es muy diferente aquí”.

Los contactos de su padre en la capital les ayudaron a sobrevivir los primeros días, hasta que él mismo pudo llegar con ellos y se fueron a una casa. De ahí fue rentar y rentar un lugar distinto cada dos meses, viviendo en la clandestinidad. Como su madre también era muy reconocible, Luz María tuvo que hacerse cargo de los gastos del hogar.

“No podía ir a la escuela porque mi apellido sonaba mucho”, recordó. “Nos enseñamos a tener la desconfianza al conocer a las personas. Me toca de niña para que mis hermanos comieran, andar en los basureros juntando el vidrio para dar de comer a mis hermanitos, tenía que juntar yo para la renta, para comprarles zapatos, porque eran cuatro”.

Pero aunque las actividades de su padre y la represión política obligaron a la familia al exilio, Luz María nunca le tuvo resentimiento. Al contrario, ella seguía orgullosa de ser hija de quien era, procuraba acompañarlo a donde pudiera y apoyarlo en sus actividades. De vez en cuando lo visitaba en la sierra de Chihuahua o donde estuviera, llevando consigo municiones, armas y mensajes entre sus ropas. 

“Donde quiera andaba con mi papá, aunque me dijera que no fuera. Pero cuando él sube por la puerta de adelante yo me subo por la puerta de atrás y me siento. ¿A qué hora te subiste? me decía, ándale ya vámonos”.

Un día su padre llegó a la Ciudad de México con un muchacho, Margarito González Anaya. Él y Luz María se hicieron pareja y quedó embarazada. Cuando su niña tenía 5 meses de nacida, a Margarito lo desaparecieron. Desde entonces no han sabido nada de él.

“Esto nos ha dejado muchas secuelas”, dice Luz María que alguna vez llegó a reclamar su hija. “Yo no conocí a un padre, ni a dónde llevarle flores ni dónde llorar”.

El libro no incluye su nombre, porque el escritor temía que pudieran tener problemas en ese entonces, pero la edición original tiene en su portada el rostro de Luz María a blanco y negro.

“Por eso me pusieron ‘Montserrat, la hija’. Luego le dije que por qué nomás la mitad de mi cara y me contestó que porque quería sacar la segunda parte”.

Pero esa otra mitad nunca llegó. Montemayor terminó su libro a principios de noviembre de 2009, lo compartió con algunos amigos, y murió el 28 de febrero de 2010, a causa de un cáncer de estómago.

Cuando la novela se editó a Luz María le llegaron alrededor de diez ejemplares, y ella se la leyó a su padre.

“Él me decía que le volviera a leer nuestro testimonio y terminábamos llorando. No había conocido nuestra historia, lo que nosotras las mujeres vivimos, él no sabía nada de eso”.

Salvador Gaytán falleció en 2011, atropellado durante un evento de conmemoración al movimiento del 68 en Sonora, un accidente que a Luz María le ha costado años asimilar.

“Apenas he empezado a entender la muerte de él, pero para mí ha sido muy difícil. Él fue mi todo. Se fue mi padre, el hombre al que yo admiraba, al luchador, el guerrillero. Ha sido muy difícil para mí la vida sin mi papá”.

Desde entonces Luz María se dedica a la memoria. Ha recopilado libros y películas sobre el movimiento armado del norte de México y colaborado en muchos otros, documentando y recordando. Asiste a todas las marchas de la Ciudad de México, donde aún vive, cargando la mochila con sus libros para ponerlos a la venta sobre una manta en el suelo.

Antes de ser reeditado, por otra casa editorial y con una portada completamente diferente, Luz María casi nunca cargaba un ejemplar de “Las mujeres del alba”. El libro color verde escaseaba.

La nueva portada tiene lo que parece ser un cajón de madera con un puñado de tierra, recordando las infames palabras que el entonces gobernador pronunció antes de que los guerrilleros terminaran en una fosa común: “¿querían tierra? denles hasta que se harten”.

Junto con su hija, Luz María está por terminar su propio libro, la historia detallada de su vida, desde su infancia, y buscan una casa editorial interesada en publicarlo. La pandemia y el aislamiento también la afectaron, al no poder salir a las calles a vender, pero se ha mantenido firme en sus proyectos.

“A mí no me importa que no haya tenido escuela o no haya tenido nada, pero tengo una vida y unos hijos. Si no hubiera sido por mis padres no hubiera tenido nada. Es un orgullo ser hija de quien soy”.

***

Este trabajo fue publicado originalmente en Raíchali que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.

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