La élite en control de la maquinaria acomodó a su manera a Fox, a Calderon y a Peña y siguió, hasta hoy
Alejandro Páez Varela
En México suele tomarse como “historia” las versiones sobre ciertos acontecimientos acomodados de tal forma que justifican un hilo coherente, de preferencia cronológico, que parece suficiente para entenderlo todo. Los que la escriben, como es lógico, se empeñan en que perdure y se apoyan en documentales, libros y noticieros. Y para hacer esos documentales, libros y noticieros que sostienen esas versiones que llaman “historia” se obtienen recursos básicamente de dos fuentes: de los gobiernos en curso y de empresarios que, como puede suponerse, salen bien librados en el hilo.
Esas versiones de “historia” se sostienen durante décadas cuando son bien colocadas por mayorías de sectores influyentes. Pongo un ejemplo: hoy se afirma que México es “una dictadura”. Lo suscribe una mayoría de medios y opinadores; grupos de la “sociedad civil” construidos por gente que se sirvió de administraciones pasadas y por los llamados “intelectuales”. Yo no creo esa versión de la historia porque lo que vi y aprendí es otra cosa, pero no discuto lo mío. Esa mayoría de un sector influyente (la llamaremos “élite”) construye una narrativa coherente, es cronológica y parece suficiente para entenderlo todo, y se sostiene porque se apoya en otros intereses relacionados que son, además, sus beneficiarios.
Algunos suelen acomodarse intelectualmente con esas mayorías de los sectores estratégicos porque es, digamos, más cómodo. Es lo “políticamente correcto” en el momento. Esa mayoría es un engrane muy poderoso y si quieres encajar, más vale que te acomodes y ruedes a la dirección que gira porque de otra forma pierdes los dientes. Otro ejemplo: esa mayoría que habla de una “dictadura” en la actualidad es la misma que abrazaba y promovía el Pacto por México. Y el discurso era tan convincente que la prensa extranjera acomodó su engrane en la misma dirección: “Mover a México”, titularía Time, con una foto soberbia de Enrique Peña Nieto en la portada. En particular a Peña Nieto le duró poco el gusto porque pronto le aparecieron dos engranes suficientemente fuertes y en dirección contraria para frenar la maquinaria: primero la noche de Iguala, luego la “casa blanca”. Intelectuales, los grandes medios y grupos de la “sociedad civil” se fueron zafando del engranaje peñista hasta que perdió los dientes ante una narrativa más fuerte y la caída se aceleró.
Es cierto que esas versiones de “historia” duran más tiempo cuando se acompañan de engranajes poderosos. El salinismo permite ejemplificarlo. Los “intelectuales”, los empresarios, la clase política casi completa, los grandes medios y esa “sociedad civil” se fundieron en aquellos años en un engranaje bien aceitado por el dinero. Entonces, aunque vino la debacle y luego Ernesto Zedillo, ese engranaje siguió moviendo todo y hasta nuestros días. Zedillo era consciente de su rol en el engranaje y consciente de sus limitaciones: apenas le movió. Terminó, se fue y ya; permitió que el engranaje salinista funcionara intacto.
Más adelante, la élite en control de la maquinaria acomodó a su manera a Vicente Fox, a Felipe Calderon y a Peña y siguió, hasta hoy: cuando López Obrador se sienta con los hombres más ricos verá el rostro de Carlos Salinas de Gortari, y tiene razón: todos deben su riqueza al engranaje que se construyó entonces y que pagó esa narrativa coherente, cronológica y en apariencia suficiente para entenderlo todo; esas versiones de “historia” que se mantienen con sus puntos y comas hasta hoy. Es la “historia” que escriben los vencedores y que muy pocas veces parece interrumpirse con otros discursos disidentes que vienen, casi siempre, de los vencidos.
Cuando leo que “intelectuales”, ciertos empresarios, una parte de la clase política, medios influyentes y esa “sociedad civil” hablan de “dictadura”, lo comprendo. No pueden decir otra cosa cuando se desmorona ante sus ojos la maquinaria que les permitió disponer a su antojo del discurso y construir una “historia” donde, claro, salen bien librados.
La pregunta que me hago es si el actual Gobierno podrá desarticular una maquinaria construida durante décadas con paciencia, con mucho dinero, verdades a medias y mentiras. Me queda claro que los poderes de facto siguen operando y aunque ahora no tienen el poder central, han puesto todo su empeño, que no es menor, en retomarlo. Me pregunto qué historia se contará dentro de un mes, cuando pasen las elecciones. Si esa élite podrá mantener el control de la narrativa o si en algún momento podrá reescribirse todo eso que se toma como “historia” y que es, para esa élite, una historia de triunfo. Y que es, para el resto, una larga y oscura noche que se niega a terminar.
Esas versiones de su “historia”, sostenida por décadas, se ha debilitado en estos tres años. Pero la estructura detrás está allí, sólida. Y patalea. Está lista para dar el zarpazo. La verdadera historia de estas décadas marcadas fundamentalmente por un puñado de individuos no se ha contado como debe o apenas se ha contado. Ya veremos si podrá imponerse una nueva narrativa o si nos mantenemos en la que ya estaba.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx