A unos días de la elección intermedia la mayoría de los medios tradicionales aumentaron la cuota de noticias falsas y manipuladas. Nada nuevo: lo hacen desde 2018. Pero ahora están desesperados. Meses de verter odio no quitaron ni una pluma al proyecto político de López Obrador
Alberto Najar
La revista The Economist dedicó su edición sobre América Latina al presidente Andrés Manuel López Obrador.
El título de la portada fue El falso mesías de México, en referencia a un crítico artículo para describir algunas de las acciones del mandatario.
La hipótesis del texto es que López Obrador ha tomado decisiones equivocadas, ancladas a lo que llama vieja ideología y con base en dogmas fallidos.
Un exitoso populista.
Concluye: AMLO es un peligro para la democracia del país. Y recomienda: los electores mexicanos tienen la oportunidad “de controlar a su presidente” en las elecciones del próximo 6 de junio.
La edición de la revista británica fue una de las etiquetas más vistas en Twitter.
Uno tras otro, casi con las mismas frases, periodistas críticos del actual gobierno publicaron la portada en sus cuentas personales.
Así fue con Joaquín López Dóriga, Carlos Loret, José Cárdenas, Adela Micha, Sergio Sarmiento, el payaso Víctor Trujillo, Reforma, El Universal.
Todos con el mismo todo festivo. Unánimes en la difusión masiva de la edición.
El vuelo en parvada de estos y otros comunicadores -la mayoría huérfanos del presupuesto federal- es parte de la reciente oleada de críticas y manipulaciones de varios medios de comunicación tradicionales.
Una práctica frecuente desde 2018, en los meses previos a la elección del 1 de julio y después, cuando el presidente electo promovió sus primeras acciones de gobierno.
Desde entonces es común encontrar insultos, mentiras y agresiones publicadas en artículos de opinión, columnas y, claro, redes sociales de internet.
Pero en los últimos días la furia de los críticos aumentó de tono. En algunos casos, inclusive, llegó a la abierta manipulación.
Un ejemplo fue la determinación de reducir la calificación de seguridad a la vigilancia del espacio aéreo por parte de la Administración Federal de Aviación.
La FAA, por su nombre en inglés, estableció la categoría 2 en el nivel de riesgo para las operaciones de aviación comercial.
Esto significa, de acuerdo con su información, que la Agencia Federal de Aviación Civil (AFAC) mexicana no tiene capacidad ni elementos suficientes para inspeccionar el movimiento de las aerolíneas.
La AFAC alega que la supervisión de técnicos estadounidense se realizó en tiempos de emergencia sanitaria, cuando parte del personal estaba confinado y las operaciones aéreas estaban casi a nivel cero.
La explicación oficial fue casi desechada. Periódicos como El Universal y Reforma dedicaron amplios espacios a la determinación estadounidense.
Inclusive Reforma -y varios medios en otras ciudades del país- aventuraron que se ponía “en jaque” al aeropuerto de Santa Lucía.
La alegre andanada por la sanción se extendió a espacios de opinión en radio y televisión. Varios aseguraron el fin del proyecto de aviación comercial del presidente López Obrador.
Pero en su alegre festín olvidaron algunos detalles: no es la primera vez que la FAA aplica una determinación similar.
De hecho, la supervisión mexicana a la aviación comercial fue calificada con nivel 2 en el gobierno del impresentable Felipe Calderón.
El sujeto, por cierto, se sumó a las críticas, extraviada su memoria en alguna u opípara sobremesa.
Otro detalle extraviado en la ola de descalificaciones es que el aeropuerto de Santa Lucía está en construcción.
No ha despegado de sus pistas -sin terminar- ni un vuelo comercial. No existe ninguna ruta aérea vigente, no hay pasajeros, no se transporta mercancía.
Tampoco existe una torre de control para las operaciones civiles, ni hay aduanas o puestos de revisión migratoria.
No hay aeropuerto comercial en Santa Lucía y es imposible, entonces, poner en jaque a una terminal aérea que no existe, como juran los editores de Reforma.
Aún más: cuando se termine la construcción del proyecto, es altamente probable que las carencias señaladas por la FAA hayan sido corregidas.
Como sucedió en el calderonato, al que tanto añoran estos medios de comunicación, la calificación de la agencia estadounidense volverá al primer nivel.
Otra cara de la furiosa andanada de los medios fue la compra del 50.005% de acciones de la refinería Deer Park, ubicada en Houston, Texas.
Petróleos Mexicanos (Pemex) era dueño del 49.05% restante. La operación se vio como un buen negocio por las autoridades.
No fue el caso de los medios mexicanos. La mayoría de las publicaciones se refirieron al dinero que se pagará por la refinería, 596 millones de dólares.
Algunos afirmaron que Pemex adquirió una planta chatarra, y algún avispado analista dijo que la adquisición de Deer Park es evidencia del fracaso de AMLO para aumentar la producción nacional de gasolinas.
En estas descargas de odio olvidaron que la refinería es una de las más grandes de Estados Unidos, que su nivel de eficiencia y operación supera el 80% de su capacidad y que Shell, su antigua propietaria, la consideraba uno de sus activos más importantes.
Es claro que estos datos, como en los detallitos de la reclasificación de la FAA, eran conocidos por los responsables de estos medios de comunicación.
Pero decidieron apartarlos, restarles la importancia que merecen. Olvidaron una de las primeras reglas del periodismo: el equilibrio.
Cada quién su odio. Lo cierto es que, al final del día es claro el nerviosismo por las elecciones del 6 de junio. Hasta ahora los opositores no las tienen todas consigo.
La mayoría de las encuestas electorales, inclusive las patrocinadas por ellos mismos, coinciden en que Morena, el partido en el gobierno, mantiene una amplia ventaja.
Meses de agresiones, vulgaridades, campañas sucias, insultos y mentiras no parecen haber cambiado el escenario inicial.
Ni siquiera ayudan los cuestionamientos internacionales. La portada de The Economist, reconocen analistas, difícilmente cambiará la intención de voto en quienes confían en el proyecto político de AMLO.
Y ellos, dicen las estadísticas, son mayoría: entre 55 y 60% de los mexicanos respaldan al presidente.
En los primeros meses de 2019, cuando arreciaron las críticas por su estrategia contra el robo de combustibles, López Obrador dijo que el país vivía “tiempos de zopilotes”.
Tal vez es momento de cambiar la definición. En víspera de las elecciones se viven el momento de las aves de rapiña. Pero con una variante:
Los zopilotes de ahora están muy desesperados.
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Alberto Najar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service.
Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.