Tengo para mí que al laicismo le ha ido bastante mal con López Obrador, que es indigno de compararse con Juárez
Jaime García Chávez
Antes de las elecciones del 6 de junio, aprovechando su púlpito mañanero, López Obrador asumió su religiosidad cristiana, en claro deslinde del catolicismo predominante. La libertad religiosa soportada en la Constitución le da ese derecho, fortalecido en un Estado laico, como recientemente se le caracterizó a pesar de que sólo ha prodigado simulaciones que se dan a partir de las permisivas conductas de los gobernantes. Las reiteradas quejas a la violación de la laicidad tienen como destino el cesto de la basura de la Secretaría de Gobernación federal.
Es correcto, prudente y democrático que un Jefe de Gobierno y de Estado dé a conocer, con discreción, sus convicciones religiosas, y mucho más si se compromete a separar sus convicciones para actuar inteligentemente, con sentido de responsabilidad, cuando las mismas entren en colisión con las leyes y las facultades expresas y limitadas que lo sujetan al cumplimiento escrupuloso de sus obligaciones públicas. Saber esa faceta del gobernante nos permite a todos tener una visión más completa de su talante y su desempeño cotidiano, pues siempre están sujetos al escrutinio de los medios de comunicación y de la sociedad en general en un tema particularmente sensible.
Pero la declaración de López Obrador no tiene ese propósito y otros aristas nos obligan a no pasar como desapercibidas sus recientes declaraciones. Simplifico: ser cristiano es creer en la divinidad de Jesucristo. Hay filósofos a los que les cuesta poder imaginar que Jesús haya podido creerse dios; pero al Presidente, en su discurso, eso le tiene sin cuidado, y lo que exalta, hablando de sí mismo, es su propio carácter de mesías mexicano, que no es la primera vez que lo reivindica, y por eso habla de un Jesús como luchador social perseguido por su cercanía con los pobres, lo que lo llevó a ser clavado en un madero, brutal suplicio en boga hace dos mil años y algo más.
El Nuevo Testamento da cuenta variada de todo esto y los teólogos, durante varios siglos, se han encargado de vertebrar muchas interpretaciones, a la par que la Iglesia fija dogmas y decreta ortodoxias. No todos, pero sí algunos, suelen dar fundamento a esto en las ideas de paz, amor al prójimo, solidaridad y hasta hay una teología de la liberación que declara el compromiso con los pobres. No ha sido una historia uniforme: al lado de figuras ceñeras y renovadoras se han dado procesos violentos a la par que ha corrido mucha sangre para imponer una convicción universal, marcada por la búsqueda del poder, la riqueza y el colonialismo.
¿Cuál cristianismo está en la convicción del Presidente? No lo sé, su declaración es nebulosa como muchas otras. Sabemos que hay variadas denominaciones y que además, si me apuran, tampoco me interesa profundizar en una indagatoria para develarlo. Pero tengo una convicción al observarlo en su desempeño político desde tiempo atrás y ahora como Presidente de la República. Más que como cristiano, evangélico, lo veo como un zelote. Me explico brevemente:
Hace dos mil años, cuando Jesús enseñaba en Galilea, hubo un grupo judío religioso caracterizado por su vehemencia, por la rigidez que daban a sus convicciones, la característica de lo que en estos tiempos modernos llamamos “integrismo”. Aunaban en su lucha el nacionalismo contra la dominación romana, mataban a inocentes, hacían violencia extrema y se deslindaban de los fariseos, por ejemplo, en contra de los que tuvieran celo por el dinero. En pocas palabras, eran profundamente intransigentes y militantes radicales y no tenían otro celo que su legendario dios Jehová.
Si traemos esto, cambiando lo que haya que cambiar, encontramos que López Obrador es un zelote instalado en el siglo XXI mexicano. Sostiene que vivimos en una “democracia deliberativa” y que, por haber ganado la elección de 2018, ya está autorizado personalistamente a llevar adelante una “cuarta transformación”, cualquier cosa que signifique esta arbitraria denominación, que se construye teniendo en la figura del Presidente a un símbolo redentor que puede hacer y deshacer lo que quiera con la Constitución y las instituciones, polarizar a la sociedad con un discurso binario mediante el cual él dice cuál es el pueblo sabio y bueno y quiénes son sus enemigos. Profesa la idea de que “el que no está conmigo, está en contra mía”. Por ende descalifica, estigmatiza, coloniza la opinión pública fijando la verdad cotidiana y en no pocas ocasiones poniendo en circulación verdaderas supercherías, como ocurrió en la etapa aguda de la pandemia.
Una figura del zelote religioso, a tener en cuenta para esta caracterización, es el reformador Lutero, que Stefan Zweig cataloga así: “El genio de Lutero radica mil veces más en esta sensual vehemencia suya que en su intelectualidad; del mismo modo que habla la lengua del pueblo pero aportándole una gran fuerza metafórica, plástica, piensa inconscientemente desde la masa, cuya voluntad representa con una pasión llevada hasta el paroxismo (…) Es pater extaticus, lo es cuando la ira y el odio salen ferozmente de la boca (…). A los que a todo dicen sí sólo los soportaba para utilizarlos, para aprovecharse de ellos y a los que siempre dicen no, para desahogar en ellos su ira y destruirlos”. Desde luego reconozco que hay otras biografías donde se reivindica a Lutero en su ruptura histórica con un catolicismos corrompido.
Esta concepción de liderazgo que acompaña al protestantismo la cinceló el escritor en su estupenda obra Erasmo de Rotterdam, triunfo y tragedia de un humanista y me viene como anillo al dedo para catalogar al presidente zelote que se autoconfiesa cristiano.
Tengo para mí que al laicismo le ha ido bastante mal con López Obrador, que es indigno de compararse con Juárez y que hay falta de honradez en la apología que hace del liberalismo mexicano, porque estamos, con su discurso, en el precipicio de ser lanzados al territorio de la herejía política. Porque ésta es sólo el puente entre dos ortodoxias, como nos lo recordó el poeta Guillermo Owen, aunque una de esas ortodoxias sólo exista dentro de la cabeza de un presidente que cada vez luce mucho más distante de la democracia y de los consagrados valores de la herencia ilustrada.
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.