López Obrador acostumbra decir “somos diferentes, no nos confundan”. Pero al adelantar su propia sucesión presidencial lo que hace es regresar, grotescamente, a los viejos tiempos del PRI.
Jaime García Chávez
Dudo que todos los papas se asuman infalibles, hablen como hablen, y en las modalidades que, dicen, les son propias. Por eso no salen o se asoman al balcón desde el cual se ve plena la Plaza de San Pedro. Seguro estoy que si fuera una práctica hacerlo a cada rato, desgastaría vertiginosamente al pontificado. Y lo creo por una razón: no siempre tendrán algo importante qué decir, en tanto lo ritual y litúrgico todo mundo lo entiende.
En la historia de los papas esto se tiene como una verdad sabida y celosamente guardada. Es una lección que se le prodiga a quien quiera tomarla espontáneamente. Pero el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, no está inspirado en esos usos que provienen de una historia profunda que alcanzaría hasta los cesares.
Para él, como se dice ahora, reflectores y micrófonos son extensiones de su misma personalidad, le están adheridos como las poderosas herramientas para hacer política y extender una hegemonía que cada vez se ve más frágil. Para él las «mañaneras» son algo así como el pódium desde el cual el führer dictaba sus irrebatibles consignas, sin balances ni contrapesos institucionales de ninguna índole.
Por tanto, es entendible que si cotidianamente sale a tribuna, colonizando la opinión pública a diario, no siempre tenga algo importante qué comunicar a los que se supone son sus representados, en la diversidad abigarrada que existe en México, no sólo el pueblo del cual él se considera guía y encarnación.
En la cotidianidad del gobernante, cuando se encuentra en la soledad consigo mismo, es dable pensar que López Obrador decida apresuradamente en el día a día lo que va a decir, tan pronto despunta matinalmente la república. Luego la improvisación conduce al error, la espontaneidad se sobrepone al trazo consciente y reposado de las propuestas y los enfoques para salir al encuentro de los mexicanos.
Tengo para mí, y seguro estoy que muchos coincidirán conmigo, que habrá ocasiones –muchas– cuando se miente deliberadamente; por ejemplo, cuando López Obrador contesta tener otros datos, a contrapelo de las mismísimas versiones y estadísticas que producen los órganos de su Gobierno.
Por eso López Obrador se va consagrando como un ocurrente sin remedio. Los que hacen la apología ciega de su Gobierno dicen que así se comunica con el pueblo, negándose a ver que el tiempo político no nada más se mide por la ocasión, sino por lo que implica la tarea paciente de los meses y los años que, en ocasiones, trascienden a los mismos sexenios gubernamentales.
Pienso que hay un paralelismo entre la apertura temprana de la sucesión presidencial, que incluye un listado acotado en los deseos del tabasqueño, y la entrega periódica del “quién es quién” en materia de la mentira que circula públicamente y con la que ya se genera una plataforma para agredir la libertad de expresión. Son hechos que corren tomados de la mano, y está claro que ante la ausencia de sólidos partidos opositores, los medios se convierten en sus antagonistas, en un maniqueísmo autoritario que reza, diariamente, que el que no está conmigo está en mi contra.
López Obrador acostumbra decir “somos diferentes, no nos confundan”. Pero al adelantar su propia sucesión presidencial lo que hace es regresar, grotescamente, a los viejos tiempos del PRI. Recordemos que cuando Miguel de la Madrid abrió su cambio sexenal, organizó una pasarela como la que López Obrador está sugiriendo, y de la que excluye al zacatecano Ricardo Monreal.
No tan sólo no es diferente, es igual y un tanto peor, en primer lugar, por lo adelantado del despropósito. Estamos a tres años de ese problema como para estarlo precipitando con los costos que suelen traer estas pugnas, más si se borra a un pretendiente hábil, que no es de mi agrado, como el mencionado prohombre de Zacatecas.
Pero hay algo que puede estarse diciendo entre líneas y tiene que ver con las ambiciones reeleccionistas del hombre de Macuspana. Puede que la olla de presión llegue a acumular tal cantidad de vapor que logre estallar. Entonces, ahí estará el árbitro para ponerse en medio, para ofrecerse como el nuevo “seductor de la patria”, para emplear la frase del gran escritor Enrique Serna. No faltará algún Pío Marcha que diga: te queremos Andrés, tú eres la unidad y el espejo de la patria, la obra está inconclusa y sólo tú puedes coronarla con el éxito de tu sapiencia histórica.
Y, por eso, la plataforma del “quién es quién” en materia de mentiras la entiendo como el arma de mantener la pugnacidad y la amenaza a la libertad de prensa, sobre todo aquella que critica al Presidente.
A Gramsci debemos una magnifica reflexión sobre decir la verdad en política, que obviamente nos lleva al tema de mentir, cuya práctica es, siempre y por naturaleza, intencional.
Nos dice el italiano que está muy arraigada la opinión de que nadie dice la verdad y nos recuerda un diálogo anecdótico que paso a reproducir:
—¿A dónde vas? —pregunta Isaac a Benjamín.
—A Cracovia —responde Benjamin.
—¡Embustero! Dices que vas a Cracovia para que yo crea que vas a Lemberg. Pero sé muy bien que vas a Cracovia. ¿Qué necesidad tienes, pues, de mentir?
La moraleja que obtiene Gramsci es que en política se puede practicar la reserva, no la mentira mezquina.
Por eso pienso que AMLO quiere una sucesión acotada a los favoritos de su lista, aunque realmente es probable que lo que busque es su propia reelección.
09 julio 2021
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.