Montar un puesto en una “mercadita” significa desde un acto de supervivencia y autonomía, hasta una manera de detonar el potencial de estar juntas
Celia Guerrero
Twitter: @celiawarrior
Ciudad de México- Hace más de un año, durante los primeros meses de la pandemia, cuando comenzaban a notarse los impactos económicos inmediatos del aislamiento social para prevenir la propagación de COVID-19, la Colectiva Moradas del municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México, lanzó una consigna y al mismo tiempo un llamado a la acción comunitaria y feminista: “Comemos todas o ninguna”.
Las integrantes de la Colectiva Moradas se organizaron para armar y repartir despensas a mujeres de su entorno que por la pandemia se habían quedado sin sustento. Detectaron la violencia económica como una que debía ser atendida de manera prioritaria, mientras la atención mediática en términos de violencia contra las mujeres se concentraba en la preocupante alza de las llamadas de emergencia para reportar violencia de género, que a su vez fue signo del incremento de la violencia física y sexual contra niñoas y mujeres en el primer confinamiento.
Conforme avanzó el 2020 surgieron otras iniciativas que aún se sostienen, como lo son los itacates de la Asamblea Vecinal Nos Queremos Vivas Neza, también en el oriente del Estado de México. Ellas realizan convivencias barriales en las que utilizan una consigna que igual habla de la necesidad de un sustento básico para las mujeres contra la violencia económica: #JuntasComemosJuntasFlorecemos
Fue en los últimos meses del año pasado que sucedió una fuerte criminalización a las mujeres que realizan trueque y venta de productos por internet y entregan físicamente en las estaciones del Metro de la Ciudad de México. Esta práctica ya existía pero, bajo el pretexto de la pandemia y las medidas sanitarias dentro del sistema de transporte, las autoridades realizaron varias detenciones arbitrarias de vendedoras. Como reacción a esta represión aún se montan cotidianamente “mercaditas” de protesta dentro del Metro.
Esas protestas por la represión a vendedoras en el Metro y la necesidad de crear nuevos espacios seguros para el trueque y la venta entre mujeres inspiraron a las colectivas de la periferia del Estado de México a trasladar las mercaditas a sus territorios. Después de todo, muchas de quienes utilizan las estaciones del Metro para realizar transacciones en realidad viven en esa zona. A la fecha han organizado 5 jornadas de mercaditas itinerantes en los municipios donde suelen accionar la Colectiva Moradas, la Asamblea NQV-Neza, Rudas Chimalhuacán y Libertad Morada Ixtapaluca.
La apuesta de las colectivas, por supuesto, va más allá del intercambio y la venta de productos: en cada mercadita se tejen y fortalecen las redes entre mujeres, vuelven a tener una dinámica de convivencia comunitaria que durante el periodo de confinamiento estricto se puso en pausa, existe una reivindicación de la toma del espacio público y una actitud puntual de protesta que es demostrada por medio de pancartas con consignas políticas o mensajes feministas colocadas en cada puesto.
Además, a la par organizan otras actividades como talleres, colectas y actos de memoria para acompañar a las familias de víctimas de la violencia feminicida. ‘Mercadita’ es solo una manera de nombrar la actividad. Y la venta y el trueque, solo un pretexto.
Aunque no podemos dejar de considerar que en estos municipios de la periferia (Chimalhuacán, Nezahualcóyotl, Ixtapaluca) el ambulantaje es masivo y una actividad económica que reditúa principalmente a grupos de poder, monetaria y políticamente.
“Las mercaditas ponen el dedo en la llaga de este comercio y de esta mafia ambulante. Detrás de eso hay un montón de violencias porque, si tú quieres vender, necesitas aliarte a una organización política y no todas [las vendedoras] quieren. Las mercaditas también brindan esa alternativa”, dice Érika, integrante de Rudas Chimalhuacán.
En un contexto de criminalización institucional y social de la protesta, como lo es el del Estado de México, no todas las mujeres se atreven a ir a una marcha o a unirse a las actividades de protesta de una colectiva feminista. Pero montar un puesto en una mercadita ahora significa desde un acto de supervivencia y autonomía, hasta una manera de detonar el potencial de estar juntas.
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