Opinión

INE, en fuego cruzado entre AMLO y Monreal




agosto 23, 2021

Monreal, desplegando todas sus habilidades –que las tiene y son de vieja data–, aparte de pretender defenestrar al consejo que encabeza Lorenzo Córdova y sin causa justificada, quiere reducir ese alto órgano de once a siete miembros.

Jaime García Chávez

“Aquí mando yo”, parece que le dijo López Obrador a Monreal. Y sí, es el talante de quien se cree absoluto dueño del poder en el país. La disputa, que avanzando el tiempo puede llegar a una ruptura, tiene como miga una reforma político-electoral que se cocina en las parrillas de eso que se llama Cuatroté, concepto por demás nebuloso.

Ricardo Monreal, en su propia parcela de poder senatorial, ya lo dijo abiertamente: su propósito de morueco morenista en el Senado es remover a todos los consejeros del INE y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Sostiene que buscará el momento oportuno para presentar su iniciativa que califica como una reforma de fondo.

La importancia pública y política de una reforma de ese calado no puede realizarse en la secrecía con la que venía trabajando el zacatecano hasta que “alguien” “filtró” la información. Este último concepto sigue mostrando el carácter autoritario que padece el país. A esta alturas, hablar de filtraciones es tanto como reconocer que tras bambalinas, en los sótanos o escondidos tras gruesos muros, se toman decisiones en la absoluta opacidad. El viejo arcana imperi.

Monreal, desplegando todas sus habilidades –que las tiene y son de vieja data–, aparte de pretender defenestrar al consejo que encabeza Lorenzo Córdova y sin causa justificada, quiere reducir ese alto órgano de once a siete miembros; al Tribunal Electoral Federal de siete a cinco magistrados, y que la presidencia del primer órgano sea rotativa, extinguir los institutos electorales de los estados y adelgazar el Congreso de la Unión: 96 senadores en lugar de los 128 actuales, y 400 diputados en lugar de los 500 que existen hoy. También hay una propuesta de avanzar tecnológicamente al voto electrónico, que en un futuro previsible suplantarán los cerros de papel a que estamos acostumbrados.

La primera pregunta que salta a la vista es: para qué ocultar esos propósitos, si es moneda corriente que de ello se hable en todas partes. Cuando la “filtración” llegó con su humedad política al Palacio Nacional, Andrés Manuel no dudó en la mañanera de un día después en advertir, con papel de señor mandamás, como si el Senado valiera tres cacahuates, que él sería el encargado de enviar la reforma, que consultaría expertos –¿existen para el Presidente?– porque en su concepto necesitamos una democracia auténtica, y terminar con los fraudes y simulaciones.

Dice el Presidente que a él sólo le toma el pelo su peluquero (no digo barbero porque crecería el tumulto) pero debiera hacerse cargo de que los ciudadanos en grueso número tampoco queremos que nos lo tome él. En primer lugar porque en efecto se necesitan reformas, pero no que provengan, verticalmente del poder. Si observamos el grueso manojo de reformas electorales que arrancaron de fines de los setentas hasta ahora, es reconocible históricamente que vinieron de abajo hacia arriba, no a la inversa como ahora autoritariamente lo pretendería el tabasqueño.

Tan vinieron de abajo que fructificaron, a la postre, en la histórica derrota del PRI como partido hegemónico y posibilitaron la asunción al poder presidencial de quien hoy lo ocupa y que pretende desentenderse de todo un proceso de transformaciones y reformas que se produjeron a lo largo de las últimas cinco décadas, siendo uno de sus logros capitales sacar del poder público la función electoral para entregarla a órganos autónomos y confiables.

López Obrador ha de entender que la empresa, llamada a consolidar la democracia mexicana, hoy en grave riesgo por su desempeño concentrador del poder y sus pretensiones hegemonizantes, se hará de la base a la cúspide, de abajo hacia arriba y sin desdeñar la rica herencia y experiencias que ha venido acumulando la democracia germinal a la que se refiere con reiteración el académico José Woldenberg.

Por su parte, Lorenzo Córdova reaccionó rápida y eficazmente, por lo demás, no defendiendo su puesto sino enfatizando que ningún cambio en esta materia debe estar inspirado en el odio y el rencor, y mucho menos en la búsqueda de ventajas legales para continuar en el poder.

A cualquiera que se le pregunte si son necesarias infinidad de reformas en el campo del que hoy hablo, contestará en positivo que sí. Las respuestas serán diversas por cuanto se refiere al contenido esencial de esas reformas y, en ese ámbito, pueden generarse visiones contrastantes y aun antagónicas. Es de esos puntos de agenda que pueden hacer llegar la sangre al río.

Las faenas de Monreal y López Obrador –no dudo que el primero se pliegue a los designios del segundo– tendrán como telón de fondo las contradicciones muy fuertes que ya empiezan a despuntar por la sucesión presidencial en 2024. Monreal es aspirante, López Obrador factor indiscutible, no porque pueda dar el dedazo, sino porque así como en 2018 obtuvo un consenso rotundo, para 2024 puede obtener un no rotundo a sus pretensiones de heredarnos a quien esté en su cabeza. Hay tiempos para lanzar cuetes y tiempos de recoger varas.

Hasta por esa circunstancia de ambiciones desbocadas debieran entender ambas figuras, cobijadas en Morena, que más vale redactar y promulgar en leyes las reglas y normas que contienen las llaves para llegar al poder, a la vista precisamente de esas ambiciones que nos presentan a ambas figuras políticas horneando en su cocina el mismo platillo: despejar la incógnita de quién será el próximo Presidente, o Presidenta, para no recibir ninguna recriminación con perspectiva de género.

20 de agosto de 2021

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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.

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