Hay un pleito por los destinos de la Nación y muchos creen que en ese pleito se puede todo, incluso la mentira
Alejandro Páez Varela
Muchos nos preguntamos, al cierre de cada año, cuáles lecciones aprendimos y cuáles debemos llevarnos al año siguiente. Es una especie de cierre de ciclo y es la idea, muy simplificada, del progreso: la existencia de los seres humanos tiene un mayor sentido cuando volvemos esas experiencias en lecciones que compartimos para beneficiar a los otros.
Podemos razonarlo así como Nación. Podemos hacer cortes y decir: esto no, aquello sí. Y plantearnos alternativas y salidas para crecer como un colectivo. Pero una condición importante para crecer en sociedad es que actuemos con honestidad. De otra manera no hay un avance. Si no revisamos con franqueza qué hicimos mal, entonces no podremos avanzar hacia mejores estadios. La experiencia y las lecciones son importantes siempre y cuando las asumamos con honestidad.
Y creo que lo más común en el ambiente público, por desgracia, es la falta de honestidad. Hay un pleito por los destinos de la Nación y muchos creen que en ese pleito se puede todo, incluso la mentira. Los servidores públicos magnifican sus logros y ocultan los desaciertos; los políticos dibujan mundos irreales, y los ciudadanos lo aceptan, muchas veces sin un sentido crítico, porque hicieron una apuesta por alguno de los bandos y entonces ese bando debe tener la razón. Y eso es un error. Y esa falta de rigor beneficia a políticos y a servidores públicos que no son honestos, y perjudica al de siempre: al ciudadano.
Las democracias más maduras nos dan algunas lecciones que podemos tomar. La primera es que las sociedades que crecen son las que se mantienen activas, son demandantes y entienden que la búsqueda del bien común no es responsabilidad exclusiva de los que elegimos en las urnas, sino de todos. Es necesario repetirnos muchas veces que las sociedades justas se construyen entre todos, y las injustas se fraguan en lo oscurito, entre unos cuantos.
Por eso durante décadas nos educaron con un Televisa idiotizante; por eso los controles que implantó el PRI, con partidos controlados o sindicatos podridos; con estructuras partidistas en cada rincón y con la corrupción extendida porque entonces, cuando muchos caen en la corrupción, todos son cómplices y nada cambia.
Los controles en las sociedades garantizan que una élite mantenga poder hegemónico y se sirva de todos los demás. Y al final del día esa élite tiene quién cuente sus abusos como hazañas, como historias de éxito. Busque y verá: en la caduca élite intelectual mexicana siempre existieron los biógrafos y los cronistas del poder, que hasta la miseria convirtieron en un logro y al multimillonario lo hicieron ver como un milagro, como un ejemplo de tesón y valentía, aunque para reunir tanto tuviera que caminar sobre los cadáveres de una generación, o de varias.
Lo más importante que tenemos como sociedad, como pueblo, como comunidad, es nuestra capacidad de movilización. Debemos superar la idea de que nuestra tarea termina en cada elección. No. Debemos ser honestos, debemos ser críticos, debemos saber decir no, o sí. Y sobre todo, debemos aprender a pensar como un colectivo.
Coincido con esta idea renovada de que este México es un país muy distinto al que fue hace diez años o más. Que los ciudadanos están hoy más echados para adelante. Pues ahora hagamos encajar cada acción individual en una sola rueda gigante que empuje hacia un solo lado. Aprendamos a que las piedras del camino se pueden esquivar si trabajamos entre todos. Entendamos que la crítica informada construye y que los seres humanos tenemos mayor sentido cuando aprendemos y ayudamos a que ese aprendizaje beneficie a otros y cambie para bien la vida de las mayorías.
Estos años nos han dejado lecciones. Y podemos preguntarnos cuáles debemos cargar para el futuro inmediato. Hemos empezado a razonar como un colectivo. Operemos como un colectivo. No podremos avanzar si no empezamos con los menos favorecidos: pregúntese todos los días: ¿a quién ayudo hoy? Y respóndase de inmediato: al que está justo frente a mí. Ese es el otro que nos necesita, que me necesita.
Felices fiestas. Un abrazo grande y colectivo, de todo corazón.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx