Opinión

Una historia en círculos




diciembre 27, 2021

La izquierda debe ofrecer resultados a los grandes problemas nacionales; debe atreverse y hacer puestas cada vez más agresivas. Como fuerza social no puede atenerse únicamente a lo que haga el Presidente López Obrador, porque seis años son pocos y una Nación requiere de proyectos de largo aliento

Alejandro Páez Varela

La izquierda mexicana fue vista durante todo el Siglo XX como una fuerza fraccionada y con destino incierto porque cada grupo jaló para su lado. Hubo pragmáticos, corruptos, radicales. Y radicales que eran a su vez pragmáticos y corruptos. Y hubo gente con enorme dignidad en ese mismo tiempo. Pero el liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas desde antes del fraude electoral de 1988 ayudó a dar sentido a la lucha común. Hubo muchos descalabros, incluso corrió sangre, pero se avanzó. Hasta que en 2018 se alcanzó la Presidencia, con Andrés Manuel López Obrador. Historia conocida.

Durante todos estos años, la izquierda tuvo que enfrentar las tentaciones del “ogro filantrópico”, del “Estado benefactor” que se acostumbró a repartir y corromper para mantener el control y evitar su propio desmantelamiento. Muchos izquierdistas sucumbieron a la tentación, como pasó con las élites intelectuales y los dueños de la prensa. Y ese sistema que permitió a una élite administrar el país con holgura –a partir de mecanismos legales pero inmorales– dio cierta gobernabilidad por un tiempo.

A la prensa se le entregaron 60 mil millones de pesos con Enrique Peña Nieto y antes, 48 mil millones con Felipe Calderón. Eso ayudó a mantenerla bajo control en los años recientes. Lo mismo se hizo con grupos intelectuales: fueron hechos parte del reparto y, claro, entraron al redil, muchas veces haciéndose pasar por críticos, pero siempre sostenidos por los negocios con el poder.

Al tiempo que dentro de la izquierda se gestaba, con el nuevo siglo, el movimiento del lopezobradorismo, empresarios, PRI y PAN se fueron fusionando en una poderosa fuerza de derecha que apostó a un modelo y se mantuvo. Y esa fuerza se fortaleció en todos los espacios que pudo y se impuso, muchas veces con violencia, en todo el país.

En 2018 no sólo se perdió la Presidencia y se cerró un ciclo: el modelo de control se vino abajo. Y desde entonces, ya sin poder y sin autoridad moral para convencer (porque olvidó lo fundamental: la gente), la oposición no ha podido tomar levantar vuelo. La desigualdad, la pobreza, la corrupción, la violencia, la impunidad y la crisis de derechos humanos crecieron en sus barbas. Perdieron ante los problemas nacionales y la derrota electoral llegó por añadidura.

Más de tres años después, todavía hoy no es posible encontrar discursos coherentes en la oposición. Se ha vuelto una máquina de reclamos y no una fuerza política con propuesta. Los empresarios detrás de la coalición electoral Va por México están armado un plan de Nación para darle un sentido a PRI-PAN-PRD. Pero imagínense: los patrones dándoles sentido a un fuerza política que fue echada del poder porque… se entregó a los caprichos de los patrones. Podrán adivinar un resultado.

¿Puede este país creerle a esa cosa del “México Ganador”, que revive ideas del management de los 1990? ¿Basta, en los tiempos que vivimos, con ese discurso del “es pobre el que quiere”; “dale a los pobres una red, no el pescado”; “échale ganas” y “únete a los optimistas”? Lo dudo. Los mexicanos superaron esa etapa de consejitos bobos hace tiempo porque no dio resultado en sus vidas y lo vinculan, más bien, con empresarios y gobiernos abusivos, endeudamiento y reparto de los bienes nacionales y, para terminar pronto, con el desinterés de las élites por el bienestar para las mayorías. Si la única alternativa para un discurso medianamente unificador en la oposición es el que le redactan los patrones. Pues éxito, porque no se ve cómo podrá, esa oposición ramplona, retomar el poder.

Y cosas de la vida. Y ciclos que se cumplen. Ahora es la oposición de centro-derecha en México la que se ve como muchas fuerzas fraccionadas, distantes y con destino incierto. Es verdad que el esfuerzo de los patrones ha unido a esos partidos en un frente electoral, pero no pudo darles alma, razones estar juntos más allá del vulgar deseo de poder. Y eso se nota a diario.

Pero la izquierda no debe menospreciar las lecciones que se le ponen enfrente: debe estudiar las razones del desplome del centro-derecha. Fueron la desigualdad, la pobreza, la corrupción, la violencia, la impunidad y la crisis de derechos humanos. PRI y PAN perdieron ante los problemas nacionales y la derrota electoral vino por añadidura. La izquierda debe estudiarlo muy bien porque no hay ciencia en eso y allí están los indicadores. Lo peor: allí están los problemas. La gente pedía soluciones a PRI y PAN y ahora se las pide a Morena, espera respuestas.

Es probable que la izquierda avance electoralmente en 2022 y 2023. Los indicadores sugieren que la oposición no se recuperará incluso en 2024, y es más: no tiene candidato presidencial viable y tampoco un mecanismo para elegirlo con éxito. Así pues, si no sucede algo realmente extraordinario, la izquierda podría gobernar México durante 12 años al hilo.

Doce años es una enorme oportunidad para mostrar que un proyecto progresista es posible en México. La izquierda debe ofrecer resultados a los grandes problemas nacionales; debe atreverse y hacer puestas cada vez más agresivas. Como fuerza social no puede atenerse únicamente a lo que haga el Presidente López Obrador, porque seis años son pocos y una Nación requiere de proyectos de largo aliento.

La izquierda no debe conformarse con triunfos electorales. Sí, se sienten bien. Sí, permiten repartir temporalmente chambas. Pero esos triunfos no resuelven lo primordial, que es dar respuesta a la gente sobre los problemas nacionales. De otra manera su destino será el de PAN y PRI. Está en un buen momento para no permitírselo.

***

Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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