En 2021 el gobierno de Estados Unidos detuvo a más de 146 mil menores migrantes no acompañados. Cruzaron por México, pero nadie los vio. El país vive con la mirada en el ombligo, atrapado en el debate político de lo que no importa.
Alberto Najar
Twitter: @anajarnajar
El gobernador de Nuevo León, Samuel García y su esposa Mariana Rodríguez protagonizan la polémica de estos días.
Recientemente anunciaron que adoptaron por un fin de semana a un niño de cinco meses quien permanece bajo la custodia del DIF estatal.
El anuncio se hizo al estilo de la controvertida pareja: en sus cuentas de Twitter e Instagram y con una profusa selección de fotos, sobre todo las conocidas como selfies.
La ocurrencia de Samuel y Mariana desató polémica. Muchos cuestionaron el uso del menor como un objeto para la propaganda; otros advirtieron la total insensibilidad de la pareja que con falsa filantropía decidieron jugar al papá y la mamá por unos días.
Mis compañeras de Pie de Página Daniela Pastrana y Lydiette Carrión fueron más allá. En el gesto del político y la influenciadora de internet existe una serie de irregularidades legales que representan probables delitos.
El más grave es la violación a los derechos humanos del niño, a quien no se le respetó su dignidad y fue exhibido impunemente.
Es válido cuestionar la hipocresía de Samuel García y su esposa. Pero sería bueno ampliar el debate y sumar a esta indignación a otros niños más vulnerables: los migrantes.
El pasado 3 de enero la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos (CBP en inglés) presentó su informe de actividades de 2021.
Los datos son contundentes: el año pasado fueron arrestados más de 146 mil menores migrantes que llegaron solos a la frontera sur estadunidense.
Es una cifra inédita, superior inclusive a la que en su momento el gobierno de Barack Obama calificó como la mayor crisis humanitaria de migración.
Fue en 2014, cuando se detectó el arribo de 60 mil niños y adolescentes no acompañados.
Hoy la cifra es casi tres veces más grande a la de aquella emergencia que provocó un duro reclamo de la Casa Blanca a México y Centroamérica.
Obama, de hecho, envió a su vicepresidente Joe Biden a presionar directamente a los gobiernos de la región. Sirvió de poco.
Honduras, por ejemplo, desplegó a cientos de soldados en sus pasos fronterizos con Guatemala para impedir que los menores abordaran autobuses que viajan al norte.
Guatemala aplicó una estrategia similar, y El Salvador no hizo nada.
México, gobernado entonces por Enrique Peña Nieto, estableció el Plan Frontera Sur que básicamente obligó a miles de migrantes a seguir rutas diferentes a las vías del tren, e internarse por caminos de mayor riesgo por bandas de delincuentes.
La migración no se detuvo. Pero el tema ocupó grandes espacios en los medios, redes de internet y el debate político.
Nada de eso ocurre ahora. Los datos de la Oficina de Aduanas estadunidense pasaron desapercibidos. Como si no existiera el problema. Pero sí lo hay, y muy grave.
Detrás de cada uno de estos 146 mil menores migrantes hay más que una estadística.
La mayoría provienen de Centroamérica, aunque el CBP reporta una cantidad considerable de migrantes provenientes de Sudamérica, Haití y África.
Muchos abandonaron sus países para escapar de la marginación y violencia, pero también abundan quienes se vieron obligados a salir por la devastación de sus comunidades debido al cambio climático.
Más allá de las razones para el éxodo, hay preguntas sin respuesta… hasta ahora. ¿Cómo cruzaron todo México?
¿De qué forma evadieron el estricto cerco militar que existe en el sur del país? ¿Nadie los vio? ¿De qué forma se transportaron por más de dos mil kilómetros desde la frontera sur hasta el noreste, a donde llegó la mayoría?
Y la más importante: ¿por qué a nadie parece importarle el destino de estos 146 mil menores migrantes?
No aparecen en los medios de comunicación tradicionales, excepto cuando alguno de ellos ha muerto trágicamente.
De hecho, a excepción de Pie de Página, En el Camino y la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie, hay muy pocos espacios informativos donde se aborde de manera respetuosa al tema.
Los analistas que reclaman por la inseguridad en el país, nada dicen sobre las extensas redes de tráfico de personas que mueven a miles de niños migrantes.
Los políticos que organizan protestas de supuestas víctimas del desabasto de medicinas no dedican ni una palabra, un minuto de su activismo a estos menores.
Y es que los migrantes no votan. El peligroso viaje que emprenden desde sus países de origen no es asunto popular.
El riesgo permanente de los menores de caer en las redes de esclavitud sexual y laboral no les sirven para su lucro político porque es un tema trasnacional, y porque la desatención del problema en México se originó en gobiernos anteriores.
Los mismos que muchos añoran por los extensos beneficios y privilegios que les concedieron.
El desinterés no es extraño. Hace tiempo que la migración irregular que diariamente cruza nuestro país dejó de importar en el debate político.
La misma sociedad desvió la mirada. Millones de mexicanos los migrantes ven a las personas migrantes como ajenas, un riesgo a su estabilidad personal.
Pero esconder el problema no lo resuelve, ni tampoco cambia la condición que obligó a decenas de miles de niños y adolescentes a huir y arriesgar la vida.
Detrás de cada uno de estos 146 mil menores hay una historia difícil. Cada uno representa una tragedia, un fracaso para sus países de origen y, sobre todo, es una profunda responsabilidad para la nación que cruzan, México.
Son personas con derechos protegidos por las leyes que obligan al Estado Mexicano a protegerles.
Es correcto indignarse por el uso político de un niño por parte del ridículo matrimonio que gobierna Nuevo León.
Pero no estaría de más recordar que hay otros, cientos de miles, niños muy vulnerables.
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Alberto Najar. Productor para México y Centroamérica de la cadena británica BBC World Service. Periodista especializado en cobertura de temas sociales como narcotráfico, migración y trata de personas. Editor de En el Camino y presidente de la Red de Periodistas de a Pie.