El trabajo sexual fue para Lola un atajo que le permitió expresar con relativa libertad su identidad, pero también le dio una vida dura. La suya es una historia de lucha contra los prejuicios de una sociedad conservadora, que orilla a los extremos. A ser libres solo en los rincones marginales
Por José Ignacio De Alba / Pie de Página
Ciudad de México- Un intento de asesinato, hace 28 años, le dejó la pierna izquierda mal. Hoy, permanece la carne desflorada y amoratada por una úlcera varicosa. La herida es un recordatorio de aquella persecución de la policía, cuando se tuvo que aventar a los cimientos de un edificio. Desde entonces, usa bastón.
Lola Dejavú, de 43 años, nos recibe en la pequeña oficina de la organización donde trabaja: Agenda Nacional Política Trans de México, dedicada a la promoción de derechos de personas de la diversidad sexual.
Aquí acuden, sobre todo, trabajadoras sexuales para hacerse detección de enfermedades de transmisión sexual, recibir asesoría legal, ropa y hasta talleres. Aunque tiene ese enfoque, “aquí tratamos de ayudar a todos”, explica la activista.
En el lugar se reparte ropa y hasta comida para personas en situación de calle, para adultos mayores y migrantes que pasan por la pequeña oficina de la colonia Obrera.
Lola cobija y asesora a personas que acuden a la organización. Intenta ser esa guía que ella no tuvo cuando empezó a ejercer el trabajo sexual. Platica su historia sin debilidades, a pesar de las violencias a las que ha sobrevivido. Un pasado tan arremolinado le forjó un carácter fuerte. Habla sin aspavientos de violaciones, discriminación y un par de intentos de asesinato.
Pero ella no se asume como víctima, es una luchadora por su propia libertad y por encontrarse a ella misma.
Dolores
El dolor que le causa su herida en la pierna forma parte de su personalidad. Tanto, que desde que sobrevivió al atentado se autonombró Dolores. Aquella herida se remonta a cuando tenía 15 años y se reunía con otras compañeras en la zona roja de Irapuato, Guanajuato, para ofrecer trabajo sexual.
En esos años la policía hacía operativos violentos en contra de las trabajadoras sexuales trans o gays. Las heterosexuales eran menos acosadas, siempre y cuando tuvieran padrote, cuenta Lola.
Desde que empezó a trabajar se vio involucrada en persecuciones que casi siempre terminaban en la estación de policía, “ahí te violaban entre todos, luego en la borracha (ministerio público) te volvían a violar los que estaban en el lugar”.
Lola narra que en el Ministerio Público las culpan de “faltas a la moral” y por “propagación de sida”, pero la mujer asegura “yo entonces no sabía que era el sida. ¡Imagínate! Yo tenía 15 años, apenas y se conocían las enfermedades de transmisión sexual, en ese entonces ni condón usábamos”.
Cada vez que Lola y sus compañeras eran detenidas terminaban encerradas en el ministerio público, que en ese entonces estaba pegado a la cárcel municipal. Ella cuenta ahora que los agentes de seguridad llevaban a las trabajadoras sexuales al reclusorio para rentarlas por veinte pesos entre los presos. “Obviamente no era de que quisieras, prácticamente era una semana de violaciones”.
En una ocasión que estaba por salir del ministerio público la vio un juez que se sorprendió por su edad. Era el mismo que días antes firmó su detención. Para “lavarse las manos” la obligó a que pusiera varías denuncias contra los policías que la detuvieron; tortura, violación, detención ilegal… Pero, las consecuencias fueron contraproducentes.
Ella empezó a recibir venganzas de la policía, la amedrentaban y perseguían. Hasta que un día, asegura ella, intentaron matarla. En medio de una persecución la mujer decidió arrojarse a la excavación de una construcción, al hoyo que serían los cimientos. El golpe, de unos tres pisos de caída, provocó una fractura expuesta en la pierna izquierda de la que aún no se logra recuperar. La fractura duró varios días sin ser atendida por algún médico. Cuando llegaba a un hospital los doctores la rechazaban “aquí no atendemos a personas como usted”.
Desde entonces la pierna ulcerosa, el dolor que ensombrece cualquier otra afección. Un bastón metálico se convirtió en su inseparable acompañante.
Una sexualidad decidida en un consultorio
La voz de Lola es gruesa, pero la modula con dulzura. Cuida mantenerse acicalada, con pestañas chinas sobre sus ojos verdes. Ella misma se describe como una anti “Mujer Bonita”, aquella película romántica que cuenta la vida de una trabajadora sexual neoyorquina que encuentra el amor en un financiero de Wall Street. Lola relata “yo no puedo pararme en una esquina con la pierna podrida”.
Ella dice tener cuerpo de jugadora de futbol americano, pero se arregla el pelo. Tiene un carácter muy confrontativo, es irreverente y coqueta (sin sutilezas). A periodistas y académicos los pendejea: “Tú que me vas a andar explicando si nunca te has parado en una esquina a putear”.
Es pendenciera, a las reuniones que acude somete el ambiente a una tensión tremenda, donde ella está presente se hace notar. Pero también destensa con su buena conversación, tiene historias para mil libros.
Lola lucha contra la corrección política. “Nosotros somos putas y punto”. Es orgullosa de su oficio, al que le tiene respeto y el que le ha dado compañeras, hermanas.
Ella ha pasado por un largo proceso de autodescubrimiento. Cuenta que desde que tenía cuatro años no se sentía cómoda con el género que le habían asignado: “siempre me sentí mujer”.
Ella, en realidad, nació intersexual, un síndrome genético poco estudiado y menos conocido entre la mayor parte de la población. Según expertos, entre un 0.05 y un 1.7 por ciento de la población nace con él.
Cuando era feto los órganos reproductores no se pudieron formar de un modo: hombre o mujer. Cuando era bebé sus papás y los doctores decidieron “remediar la malformación” construyéndole un pene a través de una cirugía, aunque en realidad, “esa cosa no funciona”.
Así, la sexualidad de Lola fue decidida en un consultorio. Y ella tuvo que luchar contra esa identidad asignada. Pero no fue fácil. En el Irapuato de aquellos tiempos no había familiaridad con el término “trans”.
Lola nació en una familia conservadora, su padre ferrocarrilero y ministro cristiano. En la escuela, se hizo de amigos gays, un pequeño espacio de confianza y libertad. Con ellos aprendió a maquillarse y empezó a utilizar ropas de mujer. También con ellos hacía escapes para conocer galanes y amigos. Pero un evento provocó que tuviera que cambiar su vida drásticamente.
En uno de los paseos con sus amigos, un noticiero local la filmó a escondidas. El reportaje que se publicó por televisión aseguraba que las personas homosexuales y las personas vestidas de mujer se prostituían en el centro de la ciudad. El programa fue visto por sus papás y sus hermanos, quienes todos los días se reunían por la noche a ver el noticiero.
Lola, quien entonces tenía 14 años, tuvo que salir del closet. Además, la corrieron de su casa y fue a refugiarse con una amiga que sí ejercía el trabajo sexual. Al poco tiempo, el trabajo sexual se le presentó como su única alternativa. Ahí vivió su primera experiencia sexual.
Fue una vivencia dura y liberadora:
Cuando empecé a realizar trabajo sexual y a vestirme de mujer fue como mi liberación, salía a la calle como soy. Además podía salir a la calle y ganar dinero como soy, sin necesidad de esconderme”. Con el trabajo sexual logré muchas de mis aspiraciones”.
—¿Crees que hay personas trans que terminan ejerciendo trabajo sexual porque no pueden obtener otro trabajo a causa de la discriminación?
—Sí y no, creo que esta perspectiva ya está cambiando, ya hay más oportunidades de trabajo. Yo no digo que hay más inclusión. Pero ya ni siquiera son los empleadores, son los propios empleados quienes te empiezan a acosar, no les gusta que utilices los baños, por ejemplo. Pero ahora hay mucha gente que hace su cambio de sexo a muy temprana edad y pueden vivir su identidad, a mí me hubieran ahorrado un montón de cosas si eso hubiera pasado, yo creo que hubiera tenido la vida casi resuelta.
—¿Te hubieras dedicado a otra cosa si hubieras vivido en una sociedad más abierta?
—Me hubiera gustado ser médica, bióloga marina o estudiar derecho.
Lola ejerció trabajo sexual durante varios años, se vestía como mujer pero no conocía el término trans, “no sabía qué era eso”. La mujer se identificaba como gay. Fue hasta 1999 cuando oyó por primera vez el término trans y lo empezó a utilizar para identificarse.
—¿Qué importancia tuvo para ti que te pudieras identificar como trans?
—Fue aceptarme y también construirme. Antes no tenía una identidad de quien era. Siempre fui quien tenía que ser, por eso en mi infancia fui muy introvertida. El trabajo sexual no solo es un trabajo, a mí me ayudó a construir mi identidad.
Una vida de huidas y amenazas
Cuando Lola camina por la calle la gente se cuchichea a sus espaldas para burlarse de su aspecto, “desde que te despiertas tú misma te cuestionas muchas cosas, como para todavía soportar todos los micromachismos. Claro, siempre me dicen que estoy de mal humor, pues claro siempre estamos a punto de reventar. Además de la violencia por ejercer trabajo sexual, recibes violencia en la calle por quién eres. Todo el tiempo eres un vaso a punto de derramarse”.
Asegura que las mujeres de más de 40 años son muy duras con ella. Difícilmente le ceden el lugar para personas discapacitadas en el vagón de mujeres del metro. “Se te quedan viendo como diciendo tú ni mujeres eres”.
Las mujeres menores de 30 años, en cambio, tienen mucho más acogida. “Es un asunto generacional, en muchos lugares ya ni siquiera está mal visto que te vistas de mujer”.
Después de que Lola huyó de Irapuato por el acoso que recibía de la policía decidió vivir en Morelia, Michoacán. Ahí se empezó a dedicar al activismo. Pero por el conflicto que tuvo con un político local, también cliente suyo, tuvo que huir.
Ella rompió el secreto profesional porque el hombre cuando llegó a la gobernatura empezó a hacer fuertes operativos en contra de las trabajadoras sexuales. Pero no fue el gobernante quien la amenazó, la mujer relata que fue el narcotráfico quien le advirtió que tenía que salir del estado o si no sería asesinada.
La edad y la discapacidad han dejado a Lola fuera del oficio. Ella aún se define como trabajadora sexual, pero “solo como una cuestión identitaria”.
Lola tiene hoy 43 años y se dedica a defender los derechos humanos de sus compañeras. Aunque la organización que dirige dejó de recibir apoyo del gobierno federal desde el año 2018, ahora sobrevive de donaciones de organizaciones y vecinos-. Su trabajo la ha obligado a acercarse a temas de identidad sexual, indígenas, afros y migrantes, “muchos sectores marginados tienen como única salida el trabajo sexual para salir adelante”.
El Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred) hizo una encuesta, en 2019, a 224 trabajadora sexuales, según la publicación el 70 por ciento de las trabajadoras sexuales son migrantes nacionales y extranjeras.
Cuando a Lola se le pregunta sobre las posturas abolicionistas del trabajo sexual, la mujer responde:
Los que tienen una formación marxista dicen que nosotras somos la prueba de que el patriarcado nos sigue oprimiendo porque utilizamos nuestro cuerpo para sobrevivir. Ellas no piensan que yo quiero utilizar mi cuerpo como una herramienta de trabajo, como lo hace cualquier persona. Porque, aunque ustedes hayan estudiado también usan su cuerpo para trabajar, como un obrero, un médico, un abogado. Lo que nosotros decimos a las feministas… tú estás a favor del aborto tú estás a favor de decidir sobre tu propio cuerpo, ¿por qué a las compañeras no pueden decir “yo quiero vivir de mi cuerpo”?
Lola.
Lola está a favor de que se regularice el trabajo sexual, explica que no ha provocado que se criminalice y que las trabajadoras sexuales estén a merced del crimen organizado y los gobiernos municipales.
El Copred también hizo un estudio sobre la violencia en la capital del país, a la pregunta “¿Has sido violentada por alguna autoridad?”, 36.5 por ciento indicó que sí y 28.4 refirió́ que en varias ocasiones, mientras que 35.1 indicó que no. En las respuestas en torno a su reacción en caso de enfrentar violencia, 44.4 por ciento busca a un amigo/a, 33.2 por ciento llaman a la policía, 22 levanta una denuncia, 18.8 va a la CDHDF o a Copred, y 4.5 refirió que no hace nada.
“Somos un negociazo para los ayuntamientos, no les conviene que esté regularizado, somos su caja chica, siempre en diciembre cuando se les acabó el presupuesto o cuando va a haber elecciones es cuando arrecian los operativos”.
Muchos municipios te piden un carnet que cuesta de 400 pesos, para poder trabajar, dice Lola. “Es dinero que le entra al municipio y del que nunca rinden cuentas”. En Irapuato, por ejemplo, la gente necesitaba pagar 150 pesos para ejercer por una noche, en un padrón de mil quinientas.
Lola explica que la forma de obtener los carnets se hace a través de supuestas revisiones médicas. “Imagínate, el jefe de servicios médicos en Aguascalientes y el que hacía las pruebas de VIH era un veterinario, después lo cambiaron a un dentista”.
A pesar de que Lola ayuda a decenas de personas a cambiar su identidad en el registro civil, ella no ha hecho su cambio. La mujer explica “yo me hice el compromiso con los demás estados, yo no me voy a cambiar de identidad hasta que todos los estados tengan el reconocimiento de identidad de género”.
Hasta el momento solo 16 estados de los 32 permiten el cambio de identidad de género.
***
Este trabajo fue producido con el apoyo de OSF y forma parte de un proyecto de la Red de Periodistas de a Pie para la capacitación a periodistas y trabajadoras sexuales en la CdMx. Es publicado por La Verdad como parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie.