En el Laboratorio de Biología Acuática de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo lograron una misión que, en algún momento, a muchos les pareció una locura: regresar a su hábitat peces endémicos que ya están extintos de la naturaleza.
Por Thelma Gómez Durán / Mongabay Latam
El entusiasmo de seis estudiantes de biología fue el combustible que dio vida a esta aventura. En 1996, llevaron al laboratorio de su facultad varias plantas acuáticas; al colocarlas en las peceras se dieron cuenta que también habían colectado algunos peces. ¿Por qué no estudiarlos?, se preguntaron. Investigaron a qué especies pertenecían y trataron de entender cómo se desarrollaban en cautiverio. Sin proponérselo, también colocaron las primeras piezas de lo que dos años después se bautizaría como el Arca de los Peces, un proyecto científico que apostó por una tarea casi titánica: rescatar de la extinción a peces endémicos de México.
Entre aquellos seis estudiantes se encontraba Omar Domínguez Domínguez. Veinticinco años después, el doctor en ciencias del mar y limnología está al frente del proyecto el Arca de los Peces —en el Laboratorio de Biología Acuática de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo—, en donde hoy se resguarda una colección de 43 especies, la mayoría de una familia que es exclusiva de la región centro de México, la Goodeidae.
Cuando el Arca de los Peces apenas tomaba forma, se consideraba aún una misión descabellada regresar a su hábitat a especies de peces extintos en la naturaleza. Los investigadores de este laboratorio mostraron que era posible lograrlo con paciencia, trabajo en equipo, insistencia y compartiendo los conocimientos con la gente de las comunidades.
El doctor Omar Domínguez recuerda que se eligió el 1 de noviembre de 2016 para hacer la primera liberación del picota tequila (Zoogoneticus tequila). En México, la noche de ese día se recibe a los difuntos que, de acuerdo con la tradición, regresan para visitar sus casas, sus familias, los lugares que habitaron. Al escoger esa fecha, dice el científico “queríamos mandar el mensaje de que regresaba una especie desaparecida de su medio natural y que esperábamos que permaneciera ahí”.
Ahora una población de casi 2000 Zoogoneticus tequila, declarado a fines de 1990 como extinto de la naturaleza, nada en los manantiales de Teuchitlán, en el estado de Jalisco.
En entrevista con Mongabay Latam, el doctor Omar Domínguez habla de la riqueza de peces endémicos que hay en México, pero también de su acelerada pérdida, del efecto dominó que se produce cuando se extingue una especie y de lo que ha significado el viaje del Arca de los Peces.
—¿Cómo nace el Arca de los Peces?
—En 1998, un grupo de conservacionistas de Inglaterra, Escandinavia, Holanda y Bélgica visitaron varias universidades con la intención de establecer un área de conservación de peces en México. Cuando visitaron la Universidad Michoacana vieron lo que teníamos de pececitos, —aunque creo que, sobre todo, miraron el entusiasmo— y decidieron instalar en el laboratorio de biología acuática este proyecto de conservación. Básicamente instalaron peceras, áreas de filtración y todo lo necesario para mantener a esas especies en cautiverio. Así iniciamos la recolección de organismos.
—¿Cuál fue el trabajo que se realizó en el laboratorio antes de lanzarse a reintroducir a una especie?
—Durante los siguientes diez años fue mucho trabajo de campo para saber cuántas especies de la familia Goodeidae había. Empezamos a trabajar la parte genética y taxonómica. De hecho, describimos cuatro nuevas especies de goodeidos y estamos por describir otras dos.
Lo primero fue entender cuántas especies había para saber cuántas estaban en peligro. Después comenzamos a hacer trabajos de ecología y biología básica para saber cómo funcionaban en la naturaleza. Visitamos cerca de 2000 puntos de distribución, aquellos en donde había reportes de la especie desde 1900 y 1902. Empezamos a catalogar las prioridades de conservación del laboratorio: qué especies eran realmente válidas, cuáles eran diferentes entre sí y cuáles de ellas estaban en mayor riesgo de desaparecer. En el proceso de estos veintitantos años, al menos otras tres especies han desaparecido en la naturaleza. Hemos regresado a los lugares de donde eran endémicas y ya no están.
—¿Cuál es la diversidad en peces que tiene México?
—Entre peces de agua dulce y peces marinos hay alrededor de 2700 a 2800 especies. De agua dulce son más o menos 520, pero se han estado describiendo especies nuevas. México tiene un gran número de endemismos, alrededor de 300 especies (53 % aproximadamente) que solo se encuentran en este territorio. Por ejemplo, en la zona de Lerma-Santiago, cerca del 70 o 75 % de las especies que viven ahí son endémicas. Al ser extremadamente rico en endemismos, el país es al mismo tiempo hotspot, porque muchos de esos bellos lagos o manantiales están destruidos, contaminados o secos por la actividad humana.
—¿Cuántas especies están en alguna categoría de riesgo?
—El último reporte de la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN) menciona que, más o menos, el 37 % de las especies de agua dulce están en una categoría de riesgo. Otro 20 % se considera que puede estar en riesgo, pero aún no hay información suficiente para hacer una evaluación de sus poblaciones. De los peces marinos son pocas especies en riesgo, seis o siete muy particulares: peces endémicos de las islas Revillagigedo, los esturiones en el norte de México o la totoaba en el Golfo de California.
—Cuando una especie desaparece, ¿qué consecuencias se desatan en su entorno?
—Desde el punto de vista ecológico, todos los ecosistemas tienen un equilibrio. Cuando eso se rompe, cuando pasamos esos puntos de no retorno, el ecosistema pierde su funcionalidad y comienzan a haber problemas como contaminación, enfermedades o muerte de vegetación. Cuando se rompe ese equilibrio, también desaparecen los servicios ambientales que estas especies proporcionan, como tener agua limpia, oxigeno y el control de enfermedades.
Por ejemplo, hay especies de peces de agua dulce que son carnívoras —que se alimentan de insectos—, por lo que mantienen a raya las poblaciones de mosquitos. En un río lleno de peces, las larvas de mosquitos difícilmente van a poder prosperar. En cambio, en un río contaminado, sin peces ni la presencia de otros organismos que se coman a esas larvas de mosquitos, los insectos van a proliferar y también todas las enfermedades que transmiten, como el dengue, la malaria y el chikungunya. El desastre no solo es en el ambiente del organismo, también lo es para el ser humano.
—¿Por qué decidieron enfocarse en el rescate del Zoogoneticus tequila?
—En el 2000, el acuarista ingles Ivan Dibble trajo al laboratorio algunas parejas de Zoogoneticus tequila y Skiffia francesae, dos de las especies extintas en la naturaleza, entre los 80 y 90. Cuando los metimos en el acuario, nos dimos cuenta de que Zoogoneticus tequila era menos complejo en su mantenimiento: se reproducía más, tenía menos problemas, se enfermaba menos. Si lográbamos reintroducir esta especie, lo aprendido lo podíamos poner en práctica con otras.
Por ejemplo, en Teuchitlán, Jalisco, el lugar en donde está la especie que estamos reintroduciendo, hay tres que están extintas: Notropis amecae, Skiffia francesae y Zoogoneticus tequila. A las tres las tenemos en cautiverio en el laboratorio.
—¿Cómo llegaron esas especies mexicanas a Inglaterra?
—En los años 80, un grupo de coleccionistas estadounidenses vino a México, recolectó unas parejas de Zoogoneticus tequila y se los llevaron a Estados Unidos. De esos peces que se tenían en cautiverio, se describió a esta especie. Para ese entonces, ya se consideraba extinta en la naturaleza. Es una de las pocas especies de peces que se extinguieron antes de ser conocidas por la ciencia.
Los conservacionistas estadounidenses empezaron a reproducir a esta especie y a dar, regalar o vender algunos de ellos a diferentes personas. Así fue como llegaron a varios zoológicos, como los de Inglaterra. Incluso hay zoológicos, como el de Chester (Inglaterra), el Hasu des Meeres de Viena, Beauval en Francia o Wilhelma en Alemania que tienen acuarios dedicados solo a la fauna mexicana y dentro de esas áreas siempre tienen a los goodeidos como parte representativa de México.
Esta es una familia de peces endémicos del centro de México que tiene entre 38 y 41 especies reconocidas. Entre las cosas peculiares que tienen es que las hembras no pueden ser fecundadas sin su autorización. Esto ha generado un dimorfismo sexual muy marcado: los machos tienen una coloración muy vistosa y hacen una serie de bailes para convencer a las hembras. Cada población tiene su baile particular; las hembras deciden aceptar a los machos por su baile o colores.
—¿Cuál fue el proceso que siguieron para lograr regresar a su hábitat a esta especie?
—Construimos un estanque rústico en el jardín botánico, en donde se tenían fluctuaciones de temperaturas diarias, también había depredadores (entre ellos, tortugas) y parásitos. Los peces tenían que conseguir su propio alimento. Después de cuatro años, logramos tener cerca de 10 000 individuos. Fue entonces cuando dijimos: si pudimos tener una población de 10 000 individuos en ese charco de agua, seremos capaces de reintroducir a la especie. Eso fue lo que nos ayudó a obtener el financiamiento para este proyecto en 2014.
Fue muy complejo, porque cuando pedíamos financiamiento, nos decían que era imposible reintroducir una especie que había estado 30 años en cautiverio. La gente del gobierno no creía en esto. Siempre les decía: “Si ustedes son capaces de meter tilapias por todo México, pese a ser una especie invasiva, ¿por qué no lo podemos hacer con una especie nativa?”
—¿El hábitat de esta especie es sólo el río de Teuchitlán, en Jalisco?
—Esta especie es endémica de la parte alta del río Teuchitlán, que es la cuenca del río Ameca. En esa zona hay una serie de manantiales que aún persisten, aunque muchos de ellos se han secado. Ahí se han identificado cuatro especies endémicas: el mexclapique mariposa de Jalisco (Ameca splendens), el único que no se ha extinguido del medio natural; el tiro dorado, (Skiffia francesae), el picote tequila (Zoogoneticus tequila) y la carpita del Ameca (Notropis amecae).
—¿Qué sucedió en esa región que llevó a la desaparición de estas especies?
—A ciencia cierta no se sabe, porque cuando desaparecieron nadie los estudió desde el punto de vista ecológico, solo se hacían trabajos de biología o taxonomía. En las descripciones originales de estas especies se menciona la introducción de especies exóticas como un fenómeno posible de desaparición.
Pero el principal problema en Teuchitlán es la introducción de peces para controlar plagas, como ornato y alimento. La contaminación de agua también es un factor muy importante. Es una zona cañera y de agave. La cantidad de químicos que se derrama en el agua es muy grande. Toda el agua de desecho va directo al río y prácticamente nadie puede vivir en las zonas mas contaminadas, ningún pez ni organismo. Teuchitlán tiene una planta de tratamiento de agua que no funciona, aunque se pretende iniciar con su rehabilitación. La desecación de los cuerpos de agua también es importante.
—Los factores que llevaron esta especie a la extinción aún permanecen, entonces ¿cómo garantizar el futuro de las poblaciones que ahora se reintrodujeron?
—Durante el proceso de reinserción esa era nuestra gran duda. Nos preguntábamos si realmente podríamos mantener la población de una especie a largo plazo cuando las condiciones que la afectaron no habían cambiado, pero se logró, la especie está ahí y continúa con una población estable. Lo que pudo llevar a su extinción quizá fue un evento puntual de varias cosas en un año determinado o el problema puntual de contaminación excesiva en el manantial en un momento dado.
—El proyecto incluyó un trabajo de educación ambiental con las comunidades. ¿Qué cambios se han dado a partir de la comunicación entre científicos y población?
—Todos los proyectos de conservación que tenemos van acompañados de un programa de educación ambiental. Consideramos que los que deben de encargarse de mantener sus recursos a largo plazo son las comunidades que viven en el sitio.
Iniciamos el proyecto de educación ambiental con exposiciones en plazas públicas, visitas a las escuelas, cursos a los maestros de la región e incluso nos acercarnos a los grupos sociales con algún interés por la naturaleza. A partir de ahí tuvimos apoyo de Guardianes del río, un grupo de aproximadamente 80 niños y 20 adultos que trabajan el tema de educación ambiental en el lugar.
Cuando llegamos a la comunidad, éramos los locos que se metían al río. Ahora, nos identifican como los biólogos que trabajamos con los peces. La gente se acerca, nos pregunta qué vamos a hacer y si puede ayudarnos. Me da mucha satisfacción escuchar a los niños cuando regañan a sus padres por tirar basura al río y les explican sobre las especies endémicas.
—¿Cuáles han sido las principales enseñanzas de este proyecto?
—La primera es que es posible. Hoy sabemos que es posible revertir, desde nuestras trincheras, todo lo que el ser humano ha hecho al ambiente y que es posible reintroducir una especie que nadie creía capaz de volver a su hábitat natural. Como esta especie hay muchas que requieren nuestra atención y acción coordinada para rescatar y devolver a la naturaleza lo que le hemos quitado.
Mi trabajo en la universidad es la biología evolutiva. Yo me dedicaba a publicar artículos y no me imaginaba platicándole a un niño cómo reintroducir una especie, pero este trabajo con las comunidades me hizo ver que la población empuja el proyecto y a uno mismo a voltear hacia otros aspectos que no se tenían presentes. Ha sido un aprendizaje saber que la ciencia no está solo en los laboratorios, que tiene que permear a la sociedad.
Ahora la gente de la comunidad nos dice: “Oye, vamos a reintroducir otra especie” o “ya sabemos que el lirio afecta, ¿cómo hacemos para sacarlo?”. Fue un proceso de enseñanza para todos, científicos y comunidad.
—¿Hay aprendizajes que se puedan trasladar a otras especies no acuáticas?
—Desde el punto de vista científico, creo que estos procesos de reintroducción deben llevarse en fases. Se debe entender cómo está el sistema y cómo funciona la especie, aún en cautiverio. Hicimos experimentos de reintroducción para entender cómo se desarrollaba el pez en las condiciones del río y, finalmente, el proceso de reintroducción con un seguimiento bastante largo. El proceso de seguimiento de la especie reintroducida es un factor importante que muchas veces se deja de lado, principalmente por recursos económicos. Se deja a la especie reintroducida y no se le da un seguimiento para saber si eso funcionó a largo plazo.
Creo que es difícil extrapolar lo que se hizo en el agua con lo que se puede hacer en la montaña, la selva o el desierto, pero creo que es fundamental el involucramiento de las comunidades en este proceso para aprender unos de otros.
Lo más importante del proyecto en la comunidad de Teuchitlán es que la gente ya se apropió de él. Para ellos es un orgullo hablar de la especie que ellos salvaron.
—¿Cuáles son los siguientes retos que tiene el equipo científico?
—Ahora estamos trabajando en la reinserción de Skiffia francesae (tiro dorado) en Teuchitlán. En realidad llevamos ya dos años, pero con la pandemia ha sido complicado. La idea también es reintroducir en el mismo lugar al Notropis amecae. Cuando salgamos de Teuchitlán, planeamos tener las tres especies en el sitio. También tenemos trabajo en el Lago de Pátzcuaro y en Zacapu, Michoacán.
—En estos momentos en los que vivimos una de las extinciones más aceleradas, ¿qué enseñanza deja el rescate de este pez?
—Zoogoneticus tequila es una pequeña luz de esperanza que nos dice que es posible hacer algo bien y regresar al planeta un poquito de lo que le hemos quitado. En la Facultad de Biología doy una clase de recursos naturales y le digo a mis alumnos que si yo logro que alguno cambie su chip sobre cómo ven su entorno y logro que dejen de usar bolsas de plástico o de utilizar un automóvil para ir en bicicleta, eso ya es ganancia. Si esas acciones se replican una y otra vez, podemos tener una luz de esperanza que después podrá convertirse en un reflector.
Salvar a nuestro planeta es un camino largo. Hay que luchar y trabajar en conjunto con las comunidades locales. Ahora, en Teuchitlán, por ejemplo, no es sólo un grupo de científicos locos que vienen a ver qué pasa en el río. La gente de la localidad es la que impulsa el cambio y genera una silenciosa revolución verde.
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Este trabajo fue publicado originalmente en Raíchali que forma parte de la Alianza de Medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes consultar la publicación original.