Yo sé que muchos aborrecen cada palabra de un texto que, a su manera de ver, “pobrecitea” a la gente o a una persona. Son los que creen que a los más desamparados no se les debe tratar así, con cierta comprensión
Alejandro Páez Varela
Discúlpenla. Es difícil ser mujer, salir de madrugada desde la periferia de Toluca con rumbo al Zócalo de la capital mexicana. Es difícil tomar el transporte público dos horas de ida y otras dos de regreso, todos los días, y además tener una familia. El 21 de marzo, su suegra, que es la dueña de su pequeño negocio familiar, vio una oportunidad en la gente que acudiría al Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA); a ella le escuché decir, el sábado, que se les había puesto muy difícil la vida y es fácil adivinar por qué: la pandemia obligó a cerrar las calles del Centro Histórico donde trabajan, vendiendo doraditas.
Quizás usted no sepa, pero en la canasta de Guadalupe –con delantal de flores azules, desgastado pero limpio– no se avientan las cosas y ya: está la bolsa con los totopos de maíz martajado, frágiles porque son al comal; está otro apartado donde se ponen frijoles, nopales con cilantro, cebolla y queso rallado; no revuelto sino en pequeños utensilios de plástico. Y dos salsas: verde y roja. Y disculpen a Lupe si el odio le atrajo una fama con la que se siente incómoda: el sábado en Los Pinos, adonde fue a vender, quise preguntarle algo y me di cuenta que le estorbaba. Me hizo a un lado con delicadeza: “¿Cuántas tlayudas?”, le preguntó al que estaba detrás de mí en la cola. Yo iba de mirón y el otro era su negocio. Pedí una doradita y me hice a un lado.
Yo sé que muchos aborrecen cada palabra de un texto que, a su manera de ver, “pobrecitea” a la gente o a una persona. Son los que creen que a los más desamparados no se les debe tratar así, con cierta comprensión. Que hay que ser duros con ellos y ponerlos en su lugar o evolucionan en plaga: aparecen en todas partes porque son millones, y todo lo vuelven un tianguis. (De allí otro concepto: “la tianguización de México”). Que a los pobres, dicen los anclados en la filosofía de Martha Sahagún-Vicente Fox, no hay que darles el pescado (es una manera de pobrecitearlos), sino redes (aunque en las letras chiquitas se lea: “Las redes son privadas y hay que pagarlas. Esta red no garantiza negocio; la pesca puede pertenecer a un corporativo).
Yo sé que muchos aborrecen la sola idea de que Guadalupe entrara a un aeropuerto. Qué hace alguien así en un aeropuerto, dijeron. Ella es el símbolo de la decadencia de México, aseguraron: que se le esconda, que se le recluya; aunque sus antepasados han vendido en tianguis durante al menos mil años; y aunque pague impuestos en su consumo y sea una entre millones que aportan para el Fobaproa (la deuda que nos heredaron los más ricos y poderosos de México); aunque en tiempos de elecciones sí se le necesite para ese trámite tan engorroso de recolectar votos. Yo sé que preferirían que no existiera o que existiera allá, lejos, en su casucha, con sus costumbres y sus tianguis.
Discúlpenla, discúlpenlas a ambas. La suegra supo que habría gente en la inauguración. Se prepararon para ir a vender: se les había puesto muy difícil la vida y es fácil adivinar por qué.
Y allí van, las dos mujeres; a cruzar todo el Valle de México; a viajar el doble, hasta esa zona donde, decían, habría gente inaugurando un aeropuerto. Quizás la suegra lo escuchó en algún programa de radio o alguien le contó, porque no creo que tengan celular y si lo tienen, no van a gastarse los datos en YouTube. Ayer les quise preguntar y me pareció una imprudencia, pero de Toluca hasta el AIFA se deben hacer entre dos horas y media y tres. Ese día se gastaron seis horas en transporte; y eso si no hay contratiempos porque es difícil ser mujer en el Estado de México, con récord de feminicidios; porque hay que salir de madrugada (muchas veces con niños) en las llamadas “combis” que asaltan dos días sí y los otros dos también; porque hay que caminar grandes tramos desde la periferia de Toluca a dónde vender. Y es lo que hay. Es eso o no comen. Estaría bien un día no ir a trabajar y quedarse en casa con los niños (que también es trabajo) pero no, se tiene que comer. Discúlpenlas.
Yo sé que a muchos les parece un exceso populista tener consideraciones por esa mujer, esas mujeres: es “pobrecitearlas”. Entiendo que muchos preferirían que la Guardia Nacional o, mejor aún, el Ejército mexicano fuera usado para sacar a la chingada a esos colados que son parte de la “tianguización” de México; borrarlos porque dan mala imagen y son sucios. Cómo se atreven a ir al AIFA que está nuevecito. Los pobres ni aeropuertos usan, ¿qué hacen allí, dando mala imagen? Decenas de millones que votan, sí, pero que dan tan mala imagen. Preferirían que votaran y se quedaran lejos, con su cultura de tianguis, de mercados ambulantes. Yo sé que muchos ven como arranques populistas que se les invite un día a Los Pinos. Antes allí había corbatas y peinados engominados; ahora changarros. Qué degradación, piensan esos muchos. Y el cochinero que venden: totopos de maíz azul martajado y al comal; nopales, frijoles, cilantro. Cómo se les ocurre abrirles ese espacio, diseñado para el disfrute de guaruras y sus patrones. Discúlpenlas.
Y allí van, las dos mujeres. Sobrevivieron al viaje en uno de los transportes más caros y feos de México y llegaron al AIFA. Se fueron metiendo adonde ubicaron una venta. Las tomaron en video. Las denunciaron en redes sociales. Al día siguiente pensaron que irían por ellas para imponerles “algún tipo de sanción”, como dijo la misma Lupita. O para encerraras. Discúlpela. Es difícil ser mujer y ser pobres y tener que ganarse la vida a pesar de que todo está en contra. No se les considera gente productiva porque son parte de “sector informal”; no se les califica entre la gente de bien y muchos creen que deben ser erradicadas y concentradas en guetos para que no inunden las zonas libres, como Polanco o Las Lomas.
Yo sé que muchos preferirían que esas dos mujeres entendieran que no pueden andar libres por su país, por las tierras que ocuparon sus abuelos y los abuelos de sus abuelos. Que no pisen alfombras de hoteles, que no llenen las playas con sus vendimias, que no ocupen esquinas por necesidad. ¿Cómo se atreven, con ese color de piel, con delantal y con una canasta andar vendiendo en un aeropuerto? Yo sé que muchos lo consideran un exceso. Las dos mujeres, Lupita y su suegra, saben que muchos no las quieren. Temían que se les castigara justo por eso. Discúlpenlas.
Discúlpenlas si no son Germán Larrea, Claudio X. González, Carlos Slim, Salinas Pliego o Walmart, Coca Cola o Bimbo: ellas pagan los impuestos que pueden y los que tienen pagan lo que se les antoja. No dominan los mercados de Europa ni viajan en helicóptero, pero trabajan entre 14 y 18 horas diarias para que ellos puedan hacerlo. A ellas no las rescataron con el Fobaproa, discúlpenlas, pero una parte del dinero que generan se va a los abonos de esa gran deuda. Y para terminar: no querían armar un escándalo, ni estaban allí para robarle a alguien.
Yo sé que a muchos no les agrada la gente como ellas, pero apenas si querían sobrevivir; apenas si querían vender algo que, dicho sea de paso, es un manjar que se pierden los que las ven con desdén. Yo sé que muchos consideran un texto así como “romantizar” o idealizar la “pobreza”, pero no: ser pobre es ser pobre: es vivir con la condena de no poder aspirar a más, sobre todo si se es mujer, morena y de delantal; ser pobre es vivir condenado a un futuro incierto, a cinturones de miseria donde no hay más opción que salirle a donde sea y trabajar lo que hay y ya.
De por sí es difícil ser mujer, pobre y morena de zonas rurales. Ya sé que se ven lindas en las fotos de las campañas políticas, pero de eso no comen; yo sé que muchos preferirían que fueran apenas parte del folclor; que los diseños de sus delantales fueran sólo para dar color a los manteles de sus casas de campo. Pero tienen que vivir. Discúlpenlas.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx