Opinión

Después del escrache II




abril 7, 2022

Las discusiones sobre el escrache que se centran alrededor de su supuesta punibilidad pueden desmontarse si atendemos a su origen y las derivaciones de las apropiaciones. Pero la conciencia pública de las violencias, el objetivo de contar las historias silenciadas, la condena social frente a la falta de justicia parecieran haber quedado lejos del análisis

Celia Guerrero
Twitter: @celiawarrior

Si el primero de nuestros pendientes es reflexionar sobre las distintas nociones del escrache en la actualidad, habría que comenzar por (re)conocer un origen y que de él han derivado apropiaciones que ineludiblemente van a distinguirse según la variedad de contextos. Esto incluye, por supuesto, las apropiaciones del concepto por parte del movimiento de mujeres y feminista en México. 

Luego, resulta obligatorio remontarnos a la proliferación del escrache como protesta pacífica en Argentina —una que fue tomando forma alrededor de 1996, según reseñan distintas autoras—, inventiva del movimiento H.I.J.O.S Hijos e hijas por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio, integrado por hijos de detenidos desaparecidos durante la dictadura militar en ese país.

Fue a partir de una memoria negada y la prevalencia de la impunidad de los crímenes, que H.I.J.O.S impulsó actos de repudio hacia los genocidas y represores. Varios elementos confluyeron y enmarcaban los primeros escraches, incluso antes de llamarse escraches. Prevalecía el objetivo de contar la historia silenciada y hacer señalamientos puntuales de los genocidas y sus cómplices para generar conciencia pública y, con ella, el reconocimiento social de los crímenes frente a la falta de justicia. 

“Si no hay justicia, hay escrache”, era y es el lema. Y a partir de entonces, durante años y en distintas geografías y contextos, los usos de esta “herramienta política para alcanzar la condena social” —definición de Magdalena Pérez Balbi— han variado según quienes se la han apropiado. 

Necesitamos una especie de piso mínimo —el cual, considero, nos da el origen— para pasar a la siguiente gran reflexión. Conscientes de las particularidades que resultan de traer el concepto a la actualidad, a nuestro contexto, nos preguntamos: ¿qué elementos enmarcan los escraches hoy en día? Y en el caso de los señalamientos de violencia contra las mujeres, ¿qué derivaciones positivas y negativas tienen y pueden tener? 

Es un hecho que de esas reflexiones nacen aún más preguntas, pero de las no-respuestas podemos por lo menos comenzar a divisar por qué es que existen múltiples expectativas de esas acciones a las que por cierta razón se les denomina escraches.

Para agregar confusión y complejidad, noto que ahora se meten en el mismo paquete —sin mayor tapujo y, considero, con mala intención— al escrache y a la cultura de la cancelación. Luego, se relaciona y reduce, convenientemente, una herramienta política histórica a una palabra/concepto/acción negativa: cancelar. Y, más raro aún, se elude reflexionar a profundidad su origen y posibilidades.

Las discusiones que se centran alrededor de una supuesta punibilidad del escrache pueden desmontarse si atendemos a su origen y las derivaciones de las apropiaciones. Pero la conciencia pública de las violencias, el objetivo de contar las historias silenciadas, la condena social frente a la falta de justicia parecieran haber quedado lejos del análisis.

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