Seguridad

El dolor de revivir la militarización en Ciudad Juárez

Fotografías: Rey R. Jauregui

‘Estamos viendo otra vez la militarización en Ciudad Juárez, a la Guardia Nacional nomás le cambiaron el nombre. De camino a casa me toca ver retenes y es muy duro tener que pasar por ahí’: Lorenzo, un sobreviviente de tortura por parte de militares

Por Marco Antonio López / Fotografías: Rey R. Jauregui / La Verdad

Ciudad Juárez –Dos hombres se mueven bajo la oscuridad de la noche del 3 de septiembre de 2008. Avanzan a un costado de la carretera Ciudad Juárez-Casas Grandes a un ritmo muy lento, muy extraño. Lento por las heridas físicas del cuerpo que necesita atención médica y descanso, y a un ritmo desesperado que impulsa el miedo y la ansiedad de volver a casa.

Los hombres no se conocen, y casi no hablan entre sí. No se atreven a preguntar su nombre. Pero se esperan el uno al otro y avanzan.

Lorenzo Rangel, uno de esos dos hombres, siente las ampollas en las plantas de sus pies cubiertos por unos tenis que no son suyos y que le quedan grandes, el movimiento del pie dentro del calzado va ocasionando una fricción dolorosa. Las ampollas se revientan y él avanza.

En ese momento Lorenzo tenía 35 años. Hacía apenas seis meses que el entonces presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, anunció el inicio del Operativo Conjunto Chihuahua. Llegaron entonces al estado 4 mil 253 elementos militares para coordinar la estrategia de seguridad de lo que se conoció como “guerra contra el narcotráfico”. A Ciudad Juárez llegaron 2 mil 026 elementos militares.

Son apenas 424 elementos menos de los 2 mil 450 que se encuentran desplegados actualmente en la ciudad ejerciendo tareas de seguridad ciudadana bajo el marco de la Operación Juntos por Juárez, impulsada por la gobernadora María Eugenia Campos, en coordinación con los tres niveles de gobierno.

Lorenzo recorre diariamente de lunes a sábado 36 kilómetros de la ciudad, 18 de ida y 18 de vuelta, hacia su trabajo en una universidad. Viaja en transporte público y frecuentemente tiene que atravesar retenes militares, operativos en los que incluso bajan a los pasajeros o suben al transporte público para revisar usuarios al azar.  

Fotografías: Rey R. Jauregui

Frecuentemente el hombre revive el tiempo que pasó entre las 11:00 de la noche del 1 de septiembre y la madrugada del 4 de septiembre de 2008. 

—La presencia de militares, Guardia Nacional o elementos del Ejército en la estrategia de vigilancia y seguridad pública en Ciudad Juárez ha sido sistemático, pero se ha visto un incremento en los últimos meses. Se ha demostrado ya por muchos casos desde el Operativo Conjunto Chihuahua hasta el momento actual que hay una relación directa al aumento en casos de violaciones, torturas y desapariciones forzadas cuando hay presencia militar —comenta al respecto Salvador Salazar Gutiérrez, de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, especialista en temas de seguridad y militarización.

De acuerdo con el especialista la figura de los retenes militares que detienen arbitrariamente a civiles en tránsito por la ciudad  es una estrategia basada en el miedo, lo que uno siente frente a estos despliegues es terror, asegura. Y en el contexto de Ciudad Juárez tiene una clara referencia a lo que pasó entre 2008 y 2010 con el Operativo Conjunto Chihuahua.

Tan solo en los primeros tres meses del Operativo Conjunto Chihuahua, la Comisión Nacional de Derechos Humanos recibió 199 quejas por abusos ejercidos por elementos del Ejército. Mientras que la Comisión Estatal de Derechos Humanos informó en 2009 haber recibido 1 mil 450 quejas.

Tanto el Ejército como la Guardia Nacional en conjunto con la Secretaría de Seguridad Pública del Estado realizan retenes para detener civiles aleatoriamente en las entradas de diversas colonias de la ciudad, así como avenidas e incluso en campus universitarios.

El 31 de marzo establecieron un punto de revisión en la entrada principal del Instituto de Arquitectura, Diseño y Arte, de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez en el que revisaron pertenencias de estudiantes y maestros.

Fotografías: Rey R. Jauregui

Desde el Centro de Derechos Humanos Paso del Norte, que acompaña casos de víctimas de tortura y desaparición forzada, la directora Silvia Méndez, menciona:

—Vemos grave el hecho de volver a que las víctimas y en general todas las personas que hayan sufrido cualquier agresión por parte del Ejército tengan que enfrentar a la autoridad. Las secuelas que dejan en un sobreviviente de tortura es un miedo terrible y no es fácil pasar un retén a diario y en general la población de Juárez vivimos la militarizacion de la ciudad.

Revivir esa situación es traumático porque viene a nuestra memoria los casos de personas a las que se les pidió que se detuvieran ante un señalamiento del retén y a los pocos metros se les disparaba, entre todas las atrocidades que se cometieron, agrega Méndez.

Durante la conferencia que el presidente Andrés Manuel López Obrador dio desde Ciudad Juárez el 18 de febrero, se anunció que en el estado hay un despliegue militar entre elementos de la Sedena y de la Guardia Nacional de 9 mil 089 elementos operativos desplegados, que se suman a 6 mil 478 elementos de seguridad estatal y municipal. 

—Estamos viendo otra vez la militarización en Ciudad Juárez, a la Guardia Nacional nomás le cambiaron el nombre. De camino a casa me toca ver retenes y es muy duro tener que pasar por ahí. Esto sigue igual, eso es lo que siento, que no ha cambiado absolutamente nada —me dice Lorenzo una tarde trece años después, en los que no se hizo justicia, ni reparación a pesar de su denuncia.

‘Veo todo y pienso, es que todo sigue igual’

Fotografías: Rey R. Jauregui

Las acciones militarizadas contra la seguridad en la ciudad bajo la Operación Juntos por Juárez lanzada el pasado enero reviven el dolor de lo que vivió hace más de 13 años en manos de militares.

—Veo todo y pienso, es que todo sigue igual. Yo ando en camión y veo que todo sigue igual que cuando estábamos en la supuesta guerra, todo sigue igual. La Guardia Nacional y el Ejército es lo mismo, son mercenarios que fueron entrenados para matar no para ayudar a la ciudadanía. Les enseñan a ser criminales — afirma Lorenzo, sobreviviente de tortura por parte de militares durante “guerra contra el narcotráfico”.

Sus recuerdos vuelven a la noche del 3 de septiembre de 2008, cuando avanza en medio de la oscuridad con el dolor insoportable en las plantas de sus pies, con unos tenis que no son suyos y que le quedan grandes. Tampoco el pantalón de mezclilla es suyo, lo sostiene con sus manos para evitar que se le caiga, piensa si va a vivir. Lo único suyo de lo que lleva puesto es la ropa interior que hace fricción con la piel quemada de sus testículos. Pero camina, avanza con el dolor insoportable.

Tiene sed. Instintivamente intenta entrar a un negocio de comida para pedir agua. Ve la expresión de miedo en alguien que le detiene el paso para que no entre. Sacan una botella de agua que le entregan y le piden que se vaya. Comparte el agua con el hombre que aun lo espera y siguen caminando rumbo a la mancha urbana.

Pasa de la medianoche cuando toman la avenida Tecnológico, una arteria principal que atraviesa toda la ciudad. En algún punto que no recuerda exactamente, los dos cuerpos que partieron juntos, se separan. No sabe el nombre de ese hombre, ni a dónde fue, pero sabe que el 3 de septiembre de 2008 también sobrevivió a la tortura del Ejército mexicano.

Lorenzo llega a su casa la madrugada del 4 de septiembre, con los pies hinchados y las plantas reventadas, tiene el cuerpo con llagas, y molida la sangre de varios músculos, los ojos morados. Recorrió casi 20 kilómetros con los pies y los testículos quemados por las descargas eléctricas que recibió de parte de un militar que antes de acercar la chicharra mojó todo su cuerpo con agua helada para asegurarse de que la electricidad fluyera. Es casi irreconocible para su hermana mayor cuando le abre la puerta y lo abraza mientras le dice que pensó que estaba muerto.

***

Tres días antes, el uno de septiembre, Lorenzo llegó a su casa por la tarde, terminando su jornada de trabajo como albañil en la construcción de fraccionamientos hacia el sur de la ciudad en lo que se conoce como Laguna de Patos.

Tomó un baño y se puso a descansar, a ver la televisión con su sobrino, de 17 años, que también trabajaba con él. Su hermana se fue a la planta maquiladora en la que trabajaba, en el tercer turno, que empezaba a las 11:00 de la noche.

Se levantó del sillón para irse a acostar a su recámara, pidió a su sobrino que apagara la luz de la sala y que bajara el volumen de la televisión. Entonces escuchó un ruido en el frente y caminó hacia allá. Por la ventana pudo ver decenas de militares bajando de un camión y otros vehículos frente a su casa. Los vio formarse y avanzar a su puerta. Se paralizó. Sintió el estremecimiento del golpe de la barra de metal con que estaban intentando derribar su puerta. Y abrió.

—Me dan un culatazo en el estomago y me dicen “hazte para atrás que ya te cargó la chingada”. Buscan bolsas de plástico y nos empiezan a torturar ahí, adentro de la casa y escucho a mi sobrino gritando —cuenta.

Lorenzo se siente ofuscado, escucha los gritos de su sobrino, los ladridos de sus perros y la bolsa de plástico en su cabeza cortándole la respiración. En un momento de desesperación atina a decir que su sobrino es ciudadano estadounidense, piensa que puede ayudar de algo. No ser de aquí para que no te torture el Ejército mexicano. Y funciona.

Lo suben a un camión, lo llevan contra el suelo, le pisan la cabeza.

—Me llevan como a una bodega y me dicen que estoy ligado a un cártel y que no me haga pendejo. Entonces me ponen un vendaje, me cubren y me empiezan a pegar con un palo. Después agarran un bote con agua muy helada y me la dejan caer sobre la cabeza, me siguen pegando. Esa noche estaba alucinando que estaban alrededor mío, pero no estaban —dice.

—Pedí ir al baño, me decían: “cágate wey, cágate”. Luego me llevan a un baño, me dio diarrea. Hay un militar viéndome y me pregunta si tengo miedo y le dije que sí. Entonces cuando le trato de bajar no sirve, entonces me dice que meta la mano para que se vaya el excremento y lo hago.

—Me regresan y me acuestan, ya me doy cuenta que estoy en el Cuartel militar, me dejaron en puros calzones. Recuerdo que empiezo a escuchar gritos y a escuchar balazos y toda la gente que estaba ahí empieza a gritar. Hay gente tirada boca abajo que grita. Entraban militares y se llevaban personas.

—Yo pensaba, me van a matar, empiezo a pensar en mi familia. Uno me pone una patada y me levanta, me ponen una cobija, me mojan otra vez y me meten en una tina y es cuando empiezan a quemarme con la chicharra. Empiezo a sentir la descarga eléctrica. Me mojaron completamente todo, me hicieron descargas en los pies y en mis partes y ellos se estaban burlando, eran dos soldados con el uniforme verde.

Lorenzo pierde la noción del tiempo entre golpes, descargas eléctricas, gritos de dolor, súplicas, el estruendo de los disparos. Está convencido de que en algún momento va a morir. Un militar se acerca, abre la palma de su mano, sostiene algunas balas en ella.

—Con cuál bala te quieres morir —le dice.

Y Lorenzo responde, como puede, que no importa, que use la que sea, da lo mismo.

Lo suben en un vehículo militar, la cara contra el piso. Lo bajan junto a una carretera. Piensa que llegó el momento en que un militar le dispara en la cabeza. Hay otro hombre junto a él. No hay disparo. El vehículo militar se aleja en la oscuridad de la noche.

Ambos caminan sin hablar junto a la carretera Ciudad Juárez-Casas Grandes.

laverdadjz@gmail.com

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