“Izquierda que no esté dispuesta a ir a elecciones competitivas, reales y limpias de manera periódica, no es izquierda, por más que grite a los cuatro vientos que está con los desvalidos, con los humillados, con los ofendidos”
Por Jaime García Chávez
Este sencillo artículo pretende ser pieza de un rompecabezas que, unida a muchas otras que el lector puede juntar, nos dará un cuadro más completo de lo que fue la pasada elección “interna” en Morena.
Mi pieza se reduce a lo que vi en el estado de Chihuahua: compra de votos, acarreo, empleo del aparato gubernamental en funciones de partido político, funcionarios voraces convertidos en candidatos, que apenas ayer formaban parte del peor PRI y del peor PAN, si esto es posible.
Y como colofón, todo un alud de descalificaciones por los resultados de los que no obtuvieron nada o muy poco, y el silencio cínico de otros que con malas artes se hicieron con su parte, en una etapa partidaria en la que se deja sentir que las grandes decisiones hacia 2024 ya pesan, y pesan bastante.
En realidad este grotesco espectáculo no es, ni remotamente, la primera vez que lo vemos. Antes le sucedió, casi sin excepción, a todos los partidos, en especial al que se ha convertido en matriz de todos, el PRI. La novedad, si alguna hubiere, es que el reciente show se realizó al interior de un partido de reciente factura, exitoso para conquistar el poder gubernamental, que se dice impulsor de una cuarta transformación, que recogió en su programa el ideal del sufragio efectivo y que, a decir de su principal líder, en nada se parece a lo que tuvimos en el pasado.
“No somos iguales”, dice el Presidente a cada rato. Y aunque en algún momento reciente haya enumerado lo que no es izquierda, lo verdaderamente importante es lo contrario: hay que afirmar lo que realmente sí es. De lo contrario, la confusión se seguirá alimentando desde la más alta tribuna en que se han convertido las mañaneras.
Desde luego que el tema no es nada sencillo y tiene una complejísima historia. Después de la caída del muro de Berlín, en 1989, aparecieron en los muchos debates que hubo, una pregunta: ¿qué queda de la izquierda? Y correspondió a Norberto Bobbio el mérito de escudriñar a fondo el tema en su memorable obra Derecha e izquierda, de 1995, en la que expuso las razones y significados de una distinción política indiscutiblemente importante para el análisis.
Después de quitar esto y aquello, quedó la idea de que la izquierda es la búsqueda de la igualdad, no la de una utopía barata y simplista que pretendería que todos debemos estar en el mismo rasero. Por el contrario, esta tesis marcaría como tendencia hacer más iguales a todos los desiguales en todos los órdenes de la vida social.
Así, la izquierda puede tener una connotación doctrinaria, partidaria, movimientista, e incluso dejar un espacio para los ciudadanos que en lo individual deseen adscribirse al ideal que comento.
Con este criterio se allanó el camino para afilar la categoría como un importante instrumento de disección analítico, que permite, en un solo trazo, distinguir a aquellos que lo son de los que no.
En este marco, el postular que “por el bien de todos, primero los pobres”, o ir por el país entero repartiendo el presupuesto público, lleva a pensar que a los que sí actúan están del lado de la izquierda. Tan sencillo es esto que casi a nadie le queda duda de la vigencia de esa categoría, aunque deja muchas cosas fuera y sin explicación.
De esas que quedan en ese lugar están un par de temas, entre muchos otros: qué se ha de entender de izquierda cuando se habla de partido, y qué cuando se habla de democracia.
Al abordar el primer tema, y si el deseo es ir a fondo en el debate de las ideas, por izquierda sólo se puede entender profesar, en los tiempos actuales, una visión anticapitalista de la realidad, porque es ese sistema el que genera todas las cadenas opresivas que hacen imposible, históricamente, acabar con las fuentes reales de la desigualdad que padecen hombres y mujeres.
No faltará quienes objeten esto, incluso cuando lo que se propongan sea un cúmulo de reformas profundas que puedan paliar las enormes desigualdades que se observan en la sociedad. Pero de que el criterio es válido, tendría pocas dudas. Algunas que van en contra del discurso muy socorrido estos días, de que “hay que ir a corregir las causas y no los efectos”, son palabras tras las cuales se esconde el discurso de la ambigüedad y la evasión.
Pero el debate sobre la izquierda no se detiene ahí, y hay una historia concreta que deriva de los totalitarismos del siglo XX que aún se prolongan a nuestros tiempos, y es precisamente el del compromiso con la democracia.
Es impensable la viabilidad de la izquierda sin su adhesión a un sistema democrático. No basta la simple promesa de que se logrará la felicidad completa, aún en aquellos casos en la que los pueblos no la quieren. Izquierda que no esté dispuesta a ir a elecciones competitivas, reales y limpias de manera periódica, no es izquierda, por más que grite a los cuatro vientos que está con los desvalidos, con los humillados, con los ofendidos.
Y es precisamente aquí donde mi propuesta de rompecabezas tiene un aterrizaje concreto. El partido político de izquierda debe prefigurar la democracia que propone para un futuro inmediato. Si no se es capaz de ser demócrata en la propia casa, en las prácticas individuales y colectivas, porque sin ética alguna lo que se pretende sacar a toda costa es un proyecto de ambiciones, entonces queda en entredicho la solvencia para proponer eso como un ideal a futuro.
Dicen que están realizando la cuarta transformación, pero pisotean a Madero, vía el chanchuyo, el taqueo, el acarreo, el traslapar con las instituciones las ambiciones personales, entre otras prácticas.
Y es que el problema es de fondo. Cuando el partido pertenece a un solo hombre que impone la simetría entre su palabra y la realidad, y hace de las encuestas internas de Morena una casual coincidencia con sus ambiciones, y hasta los memorándum gubernamentales llevan la misma impronta, entonces es momento de pensar que la promesa democrática no ha sido cumplida.
Si lo que sucedió en Chihuahua, lugar donde fui testigo de las malas prácticas, y si fue igual en otras partes, el panorama que arroje el cuadro completo del rompecabezas, será adverso al propósito de buscar una democracia futura. Y entonces, lo que tendremos enfrente es la edición de uno más de los partidos de estado que hay en el planeta.
05 agosto 2022
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.