Me pone en calma saber que ese Ejército de guerra que usaron los anteriores presidentes es ahora un Ejército de paz, pero al mismo tiempo eleva mi prudencia cuando evalúo que cualquier otro Presidente que no sea López Obrador puede perfectamente transformar ese Ejército de paz en uno represor
Por Alejandro Páez Varela
Muchas de las noticias de la última semana de septiembre se relacionaron con el papel que ha jugado el Ejército mexicano en eventos de gran impacto durante los últimos pocos años. Desde la infiltración de estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa en tiempos de Enrique Peña Nieto, hasta su rol como constructor de grandes obras en la presente administración; desde la necesidad de que participen en la vida civil por medio de la Guardia Nacional, hasta el asesinato de un joven soldado al que sus superiores abandonaron, junto con 42 estudiantes más, a pesar de que sabían que su destino era, quizás, la muerte. Desde la vigilancia de los zapatistas en Chiapas, hasta su papel en episodios extremos como el llamado “Culiacanazo” o las detenciones de grandes capos del narcotráfico.
Una parte de las revelaciones de la semana pasada tiene que ver con hallazgos del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), así como lo que ha ido revelando la Comisión de la Verdad, ordenada por el Presidente Andrés Manuel López Obrador y que encabeza Alejandro Encinas. Y uno de los casos más difíciles que yo haya escuchado en décadas tiene que ver con un soldado raso, Julio César López Patolzin. En el sitio oficial del Gobierno de México, con 3.43 millones de seguidores y desde donde se transmite la mañanera, se dio a conocer un video que explica cómo en la madrugada del 26 de septiembre de 2014, entre los 43 estudiantes agredidos y posteriormente desaparecidos por autoridades de distintos niveles de Gobierno y por miembros del crimen organizado, se encontraba un muchacho que, además, era parte del Ejército mexicano. Era un indígena pobre de la región al que le habían asignado el papel de espía.
La historia contada desde el canal de Presidencia dice: “La autoridad militar tuvo conocimiento de lo que estaba pasando en Iguala. Los estudiantes eran vigilados en todo momento y además un miembro de las Fuerzas Armadas fue agredido y desaparecidos. ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Por qué no intervinieron sus supervisores para evitar los hechos? ¿Por qué no lo buscaron como marca su propio protocolo? Nunca realizaron ningún esfuerzo por ponerlo a salvo. Abandonaron a uno de los suyos”.
Y yo creo que nada en política es casualidad, como el mismo López Obrador refiere. Yo creo que hay una razón para que el canal oficial de este Gobierno, que tiene una enorme penetración entre la población mexicana, difunda esta historia cruel sobre el triste papel que jugaron reciente oficiales de alto rango. Y nuestra obligación es estar atentos, creo. El Presidente es un gran defensor del Ejército, pero a su vez difunde esta historia para que se sepa que no todo es miel sobre hojuelas. El Presidente defiende el nuevo rol del Ejército mexicano en la sociedad, pero a su vez permite el arresto del General retirado José Rodríguez Pérez por su presunta participación en hechos barbáricos que avergonzarían a cualquier individuo en cualquier parte del mundo. Insisto en que hay que leer entrelíneas. Y sobre esto hablaré un poco más adelante.
Otra parte de las revelaciones recientes tienen que ver con los documentos (entre ellos 4.1 millones de correos) sustraídos por hackers (ilegalmente) de la Secretaría de la Defensa. El diario español El País revisó parte de esos archivos y ayer revelaba cómo el abuso sexual dentro del cuerpo castrense es escondido, y cómo las víctimas son “ignoradas, dadas de baja de las Fuerzas Armadas o trasladadas a otro sitio”. Y son denuncias recientes. Georgina Zerega y Elena Reina escriben esto: “La compilación [de casos] incluye la historia de una mujer de la Guardia Nacional destinada en Ojinaga, en Chihuahua, que reportó que en noviembre de 2021 un superior de la Armada, con cargo de segundo maestre, hizo una demostración ‘excesiva’ con ella al frente de sus compañeros para supuestamente enseñar a inspeccionar a un detenido. ‘Empezó a revisarme de forma exagerada, apretando mi pecho con ambas manos y lastimándome’, relató la mujer, ‘posteriormente pasó las manos por el resto de mi cuerpo, ocasionando que mis compañeros se rieran’”.
Me dio tranquilidad cuando López Obrador, Comandante Supremo, ordenó a las Fuerzas Armadas la realización de grandes obras públicas. Mejor un Ejército de paz que uno de guerra, dije en su momento; argumenté que el mayor constructor del mundo es el ejército de Estados Unidos y hasta administra parques, aeropuertos civiles, presas, carreteras, todo. Me sigue pareciendo un rol más productivo para la Nación que el que les dio Felipe Calderón al declarar una guerra. Me tranquilizó saber que había un plan del líder social con respecto a las fuerzas castrenses, metidas a tareas civiles de manera ilegal hasta 2019, cuando el Congreso le dio una justificación jurídica con votos de una mayoría de fuerzas políticas.
Sin embargo, conforme se acerca el día en que López Obrador deje la Presidencia, mi tranquilidad se ha ido transformando en prudencia y no quiero que la prudencia se me vuelva preocupación, y por eso escribo estas líneas. Sí, sí creo en el compromiso pacifista del Presidente; sí, sí creo en su buena voluntad respecto al Ejército. Me da confianza cuando recuerda que todos los crímenes cometidos por las Fuerzas Armadas han sido por órdenes de los civiles (como en 1968) pero a su vez me recuerda que somos una democracia y que si una mayoría decide en el futuro (no creo que en 2024) instalar a un Felipe Calderón a la Presidencia, ese Felipe Calderón tendrá a su disposición un robusto cuerpo castrense que construye, sí, pero que también espía y que tiene en sus entrañas a individuos que son capaces de ordenar la muerte o la desaparición de uno de los suyos, como sucedió con López Patolzin, o que puede aprovecharse para esconder abusos contra sus mismos elementos, como revelan los correos recientemente robados por los hackers.
Me pone en calma saber que ese Ejército de guerra que usaron los anteriores presidentes es ahora un Ejército de paz, pero al mismo tiempo eleva mi prudencia cuando evalúo que cualquier otro Presidente que no sea López Obrador puede perfectamente transformar ese Ejército de paz en uno represor. Aquí el tema es que este Presidente fue una excepción. Yo creo que la siguiente Presidenta o el siguiente Presidente emanado de la izquierda mantendrá a las Fuerzas Armadas en tareas de paz, pero puede rechazar la idea de que, como somos una democracia, el péndulo vuelva a jalar hacia la derecha y entonces tendremos un problema. Porque así como el Ejército fue capaz de moverse hacia la paz cumpliendo órdenes de su Comandante Supremo, así un Comandante Supremo de derechas puede regresar a esa fuerza, más poderosa que nunca, a la guerra.
La información filtrada dice que en abril pasado el General Luis Crescencio Sandoval asistió a un concierto de Gloria Trevi en el Auditorio de la Ciudad de México y que le bordan “sus iniciales y las de su esposa” en las toallas que utilizan en su domicilio, según El País. Ojalá esa fuera la única información contenida en los cables. Otra da cuenta de cómo los militares están metidos en temas civiles hasta en la cocina y que siguen siendo una fuerza que se ampara en la Seguridad Nacional para ser opaca. Me pone en alerta que, por ejemplo, allí adentro hay alguien que decidió abrirle las puertas del Campo Militar Número 1 a Jorge Fernández Meléndez, un enemigo del Presidente que lleva décadas denostándolo, para que entrevistara al General que fue detenido porque él mismo, López Obrador, dio al orden para que así fuera. Es curioso porque, por un lado, el Presidente abre las prisiones militares a las víctimas de la “Guerra Sucia” pero, por el otro, alguien le abren las mismas prisiones a los enemigos del Presidente. No me da buena espina.
Nunca está de más la precaución. Nunca está de más encender una luz amarilla cuando se trata del Ejército. Las noticias de la última semana de septiembre nos dicen que hay militares que espían a civiles, que los infiltran; nos dicen que en la entraña de las Fuerzas Armadas hay quien es capaz de mandar a uno de los suyos a una muerte segura, u ocultar hechos que son muy dolorosos, como el abuso sexual contra mujeres soldado. Si los datos no se filtran o si no hubiera una voluntad expresa del Presidente, mucho de esto no se sabría. Pero López Obrador se va en poco menos de dos años. Y el Ejército, y todos nosotros, nos quedamos aquí.
***
Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx