Opinión

Bad Bunny, ¿rebelde?




octubre 7, 2022

La idea de que los artistas y el sistema económico se cuelgan de las causas sociales para vender es todo menos nueva

Por Hiram Camarillo
Twitter: jh_camarillo

En el más reciente video musical de Bad Bunny la canción El Apagón se entremezcla con una investigación periodística que aborda los apagones y la gentrificación en Puerto Rico, criticando a los gobiernos locales por su inacción. No es la primera vez que Benito Martínez, muestra posturas políticas frente a la situación actual de Puerto Rico. En verano del 19’ junto a Residente y Ricky Martin alzó la voz para pedir la renuncia del gobernador Ricardo Roselló.

Para algunos el reggaetón se ha convertido en medio de protesta, empoderamiento y revolución. Dice Mon Laferte en Plata-ta-tá: “esta generación tiene la revolución; con el celular tiene más poder que Donald Trump; de Ecatepec a Nueva York toda la gente quiere darle al flow”. En contraparte, otros señalan que el reggaetón es un producto de consumo que a diferencia de otros géneros es demasiado plástico y busca apropiarse de movimientos sociales y causas progresistas para ser tendencia con fines de consumo. Ni unos ni otros tienen razón. Por ejemplo, sí hay una intención mercantil y un afán de emparejar canciones como Yo perreo sola o Andrea con el discurso feminista actual, pero la idea de que los artistas y el sistema económico se cuelgan de las causas sociales para vender es todo menos nueva.

En la década de 1960, los hippies declararon su implacable oposición al “sistema”. Renunciaron al materialismo y la avaricia, rechazaron la censura y estandarización del macartismo y se propusieron crear un mundo nuevo basado en la libertad individual. Eliminaron la vestimenta típica de la década de 1950: los hombres se negaron a llevar saco y corbata; las mujeres empezaron a llevar minifalda, tiraron a la basura todos sus sujetadores y dejaron de usar maquillaje.

Pero estas prendas y estilos de vestir tardaron poco en saltar a la publicidad y los escaparates de las tiendas. Los almacenes empezaron a llenarse de colgantes con el signo de la paz y collares largos. En vez de considerar a los hippies como una amenaza para el orden establecido, el sistema había sabido ver sus posibilidades comerciales. Se volvió popular para los artistas protestar contra la guerra de Vietnam. Y la estética punk se recibió exactamente del mismo modo. El ser rebelde ha vendido desde la instauración del sistema capitalista. Por ello, sostengo que Residente forma parte de la industria musical transnacional tanto como J Balvin, aunque el primero se jacte de no tener pelos en la lengua y ser auténtico.

Los pasos prohibidos en los 50’ eran los movimientos de caderas de Elvis, mientras que lo subversivo en estas generaciones es perrear. Desde hace generaciones se produce música, pintura, literatura y ropa subversiva. Pero el sistema parece aguantar bien tantísima subversión. Cualquier expresión contracultural a la larga es absorbida por el sistema y se vuelve la cultura principal. Con ello no quiero calificar como hipócrita al reggaetón o a cualquier otro género que fuere contracultural, sea rap el Eminem, la salsa de Rubén Blades o el rock de Molotov. Los discursos políticos y sociales en el arte son claves en la evolución de la sociedad.

Nuestras abuelas tenían que a esperar que un hombre las sacara a bailar, sino se quedaban sentadas toda la noche; hoy es una prerrogativa adquirida que la mujer perree sola. También es útil que Bad Bunny, con una de las giras más lucrativas del momento, se inconforme por los problemas de Puerto Rico, pero tengamos en cuenta que el sistema económico es más opresor de lo que creemos.

El propio reggaetón nació como un fenómeno underground en los barrios bajos de Puerto Rico y Panamá; hoy es un producto trasnacional, mas no es el único género con lo que ha ocurrido eso: la mitad de la música del siglo XX tiene la misma historia.

El capitalismo toma cualquier movimiento contracultura para agregarlos a su sistema de consumo, así la contracultura lejos de ser una amenaza para el sistema es controlada y aprovechada para perpetuar la misma. En fin, ¿quién quiere ver un documental en contra del consumismo en Netflix o un reportaje sobre Greta Thunberg en Disney? ¿O vamos al tour ecofriendly de Coldplay que es patrocinado por una petrolera?

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