Lo que sea –incluso renegar de sus propias tesis– antes que aceptarle algo a AMLO, por menor que sea
Por Alejandro Páez Varela
En círculos poderosos de la élite académica, intelectual, económica, política y mediática se difunde insistentemente la versión de que cualquier Reforma Electoral que venga del oficialismo será una vendetta contra los consejeros Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, y corre junto con otra idea de que López Obrador intenta eliminar al Instituto Nacional Electoral. Viene de los mismos que hablaban del deseo de reelección del Presidente y que ahora dicen que se reelegirá, pero por medio de un sucesor. Y es la fuente de otros señalamientos masificados: que AMLO va a Badiraguato a recibir instrucciones del Cártel de Sinaloa; que pactó con las cabezas del crimen organizado o que, como es un dictador, intentará un autogolpe militar de Estado.
Los amplificadores de estas versiones son muchos y algunos actúan en bloque desde décadas atrás, aunque no todos. Una buena cantidad de ellos se ha fusionado apenas en fechas recientes: se han perdonado o han pospuesto cualquier diferencia personal porque, en la mayoría de los casos, participan de las élites que perdieron poder o ingresos con la llegada de una fuerza política distinta al binomio PRI-PAN (conocido como PRIAN). Uno se puede encontrar, en este nuevo universo, individuos que aborrecieron y hasta denunciaron durante años los cacicazgos de Enrique Krauze o de Héctor Aguilar Camín, y ahora hacen causa con ellos. Los acusaban de apoderarse de los presupuestos de cultura pero ahora son compañeros de trinchera.
Conforme la fuerza centrífuga obliga a distribuirse entre las dos opciones polares, izquierda y derecha, el comodísimo centro se ha secado porque ya no sirve para esconderse. Desde un polo y desde el otro se presiona para que haya claras definiciones. Entonces nos toca ver lo que parecía imposible. Para empezar, la tremenda hipocresía. Individuos que jamás abrazarían a alguien como Sandra Cuevas hoy le dan like, la retuiteen y se atrevan a votar por ella. Nunca se tomarían un trago con esa mujer pero ahora es su heroína.
Y eso es dogma, carajo, es compromiso: por esa mujer que no creo que haya leído un solo libro en su vida votarán aunque pinte de blanco lo que antes era, para ellos y para mí, arte. Una sinvergüenza que paga más en fotos propias que en tapar baches es hoy el modelo del gobernante para aquellos que antes simulaban ser la esencia de la honestidad intelectual. Lo que sea, menos lo que huela a AMLO. Lo que venga, con tal de que enfrente AMLO. Incluso comprometer el futuro, incluso dar poder a quien evidentemente significará dilapidad lo construido. Lo que sea, menos AMLO.
Si se aprueba una Reforma Electoral apenas impactará a Lorenzo Córdova o a Ciro Murayama: se van en menos de 5 meses porque se acaba el periodo de los dos y de otros dos consejeros más. Ninguna propuesta conocida hasta hoy, sea o no oficialista, plantea eliminar al Instituto Nacional Electoral. El Presidente ha dejado claro y por escrito desde los primeros días de su mandato que no se reelegirá y decir que intenta quedarse por medio de un sucesor menosprecia a los ciudadanos, que son los que elegirán quién se queda a partir de 2024.
Y los académicos que antes denunciaban una ausencia de Estado en el llamado “triángulo dorado” han olvidado su propia denuncia para cambiarla por otra: que el Presidente tiene nexos con el crimen organizado. Así acomodan el hecho de que hoy exista una mayor presencia del Estado en esa región históricamente abandonada, cuna de capos y grupos criminales. Lo que sea, incluso renegar de sus propias tesis, antes que aceptarle algo a AMLO.
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Claro que la élite ha tocado al INE muchas veces y, si se le permite, lo volvería a tocar. Ese Instituto ha sido, por décadas, de una élite. Para empezar, “Instituto Nacional Electoral” es un nombre que propuso el PAN de Gustavo Madero, y las tareas que cumple hoy y los presupuestos que ejerce son producto del Pacto por México, es decir, de los acuerdos alcanzados por una cúpula de políticos que obligó una ola de reformas, en tiempos de Enrique Peña, que nunca aprobaron los votantes.
Aquella Reforma Electoral la decidieron PAN y PRI, básicamente. A esos partidos les debe Lorenzo Córdova que el 3 de abril de 2014 la Cámara de Diputados lo reeligiera por otros 9 años como consejero presidente. Cualquier ciudadano podría decirle que ya fue mucho tiempo en ese puesto. Córdova fue presidente consejero del IFE de 2008 a 2013. Cumplirá 15 años en el cargo cuando se vaya. Nadie en la élite, por supuesto, dijo una sola palabra. Pero de que el INE y el IFE han sido tocados al infinito por los partidos y por los poderes de facto, no hay discusión. Nada más que ahora no les alcanza para retener su juguete. Por eso se quejan. Por eso convocan al unísono a una marcha. El INE no se toca cuando no les conviene pero cuando les conviene, claro que no sólo se toca: se expropia.
El caso de Edmundo Jacobo Molina, secretario ejecutivo del INE, es muy parecido. Esa institución ha sido su coto de poder: él es quien administra los presupuestos, los fideicomisos, todo. Y es otro buen ejemplo de que el IFE-INE se toca y no solo eso: se expropia desde hace décadas. Llegó al cargo en 2008 y sigue allí, y sin Reforma Electoral estará allí hasta 2026, gracias a PAN y PRI. Y eso que ellos son los demócratas a prueba de fuego. Y eso que son la esencia de la democracia o, mejor aún, la democracia encarnada. Hay mucha hipocresía y desvergüenza. Pero también la hipocresía y la desvergüenza son más visibles en estos estos días.
Esa es la “autonomía” que defienden. Es más: así como es posible ubicar que la nata de “analistas en seguridad” en el país está compuesta básicamente por exfuncionarios de tiempos de Felipe Calderón –sí, los que fallaron en detectar a un Genaro García Luna–; así como entre la élite de multimillonarios hay huellas de todos los expresidentes de los últimos tiempos, así hay un rastro de Carlos Salinas de Gortari en la élite del Instituto. Se le vende como una institución autónoma, inmaculada, casi heroica, que se ha mantenido sin mancha desde que nació. Pero no es así.
Los movilizados bajo el lema “el INE no se toca” le harán el caldo gordo a una élite parasitaria, sea con o sin conocimiento, que expropió la institución hace tiempo y que perdió el apoyo porque su apoyo estaba en los partidos que hoy han perdido casi todo su poder. Por eso el llamado desesperado a marchar, convocados por organizaciones disfrazadas de ciudadanas que son, básicamente, cuevas de simpatizantes del PAN, de los residuos del PRD y del PAN anaranjado, es decir, de Movimiento Ciudadano.
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Pocas experiencias me han marcado tanto como salir a votar y como salir a marchar. Marché contra el desafuero de López Obrador, marché contra la guerra de Calderón, muchas veces marché por los 43 de Ayotzinapa y marché cada vez que supe que de salir o no a la calle dependía mi destino como ciudadano. Creo en marchar. Por eso digo esto: si hay ciudadanos que marcharán para defender a una élite en poder de las instituciones electorales está en su derecho y ese derecho debe ser respetado y garantizado por todos los que pensamos distinto, faltaba más. Marchen, marchen. Yo no creo en quien convoca, no creo en el trasfondo de la marcha, pero marchen, marchen, y los demás debemos apoyarlos para que lo hagan.
Mi única recomendación es que se informen bien antes de marchar. Es un país donde hay mucha hipocresía, hay mucha simulación y donde muchos están acostumbrados a teñirse de rubio o castaño para hacerse pasar por otros que no son. (Literal: hace años ubiqué el dato de que México era el mayor consumidor per cápita de tintes de cabello rubio o castaño. Aún en tiempos de crisis económica, la industria cosmética en el país apenas pierde. “[México es] de los grandes consumidores de tinte para el cabello, y no solo eso, también es donde se producen para consumo mundial; la empresa L’Oreal, líder en la industria de tintes para cabello, decidió colocar en el año 2012 su mayor planta de producción en San Luis Potosí”, dice un artículo reciente que firma Brenda Raya, a quien no conozco).
Lanzaría otra recomendación, pero al oficialismo: de todas las reformas que se puedan promover desde la izquierda, quizás la electoral está en el top 5 de las más delicadas. Debe razonarse muy bien y, sobra decirlo, los ciudadanos deben quedar perfectamente convencidos de que garantizará a los órganos electorales total independencia de cualquiera de los poderes. La izquierda, que ha sido víctima de esos mismos organismos, no puede fallar. Que nazca un INE independiente, alejado de cualquier tentación. Que sea una reforma de gran calado. Que se sientan orgullosos los que marchan y votan con banderas de cualquier color. Allí está el reto, porque la gente que los odia y que los quiere –diría el clásico– no les va a perdonar que se distraigan.
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Alejandro Páez Varela. Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx