Ambas marchas se han de entender a la luz de las libertades constitucionales para manifestarse y expresarse en libertad, cosa que por lo que se ve, tiende a controvertirse de manera irresponsable, tanto por personalidades que tienen significación en la vida pública, como por los epígonos de uno y otro bando que están presentes en la polarización que azuela a México
Por Jaime García Chávez
No se necesita tener dos dedos de frente para afirmar que las dos marchas que se realizaron en la Ciudad de México durante el mes de noviembre tienen una gran importancia, sin dejar de ser expresiones de una coyuntura específica.
El ejercicio de denostar a una y alabar a otra, sin sentido crítico, es una praxis llamada al fracaso. Ambas marchas se han de entender a la luz de las libertades constitucionales para manifestarse y expresarse en libertad, cosa que por lo que se ve, tiende a controvertirse de manera irresponsable, tanto por personalidades que tienen significación en la vida pública, como por los epígonos de uno y otro bando que están presentes en la polarización que azuela a México.
La marcha que convocaron organizaciones de la sociedad civil, con las que se puede o no estar de acuerdo en sus propósitos, así como los partidos que intentan la coalición en contra del obradorismo, fijaron como su meta estratégica la defensa de la autonomía del órgano electoral, a fin de generar mediante el arbitraje la confianza que toda elección requiere para considerarse legítima, y sobre todo legal.
Fue pararse frente al poder, y desde afuera, con una finalidad de aliento a la democracia, germinal para unos, consumada para otros, pero que requiere de que lo que se ha avanzado para normar las pugnas por el poder no se trastoque en perjuicio de un neoautoritarismo.
En ese marco, la manifestación del 13 de noviembre vio coronado su propósito con el éxito, al dejar en claro que la reforma constitucional del Presidente de la República no alcanzó un consenso social suficiente, ni partidario tampoco, debilitando las propias filas de Morena con sus aliados, al no tener los números congresionales que una decisión calificada requiere.
A decir de Ignacio Mier, el expriista y pastor actual del lopezobradorismo en la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, se traslada hasta abril el complejo debate de la Reforma Electoral y prácticamente en un tiempo límite para introducir cambios, lo que dicho sea de paso no es la mejor forma de abordar una reforma tan importante como la que comento. Esto se agrava la designación, coincidente en esas fechas, de consejeros, incluido el presidente del INE.
La marcha del 13 de noviembre no ha de verse en estricto sentido cuantitativo, si es más grande o pequeña. Hacerlo así es caminar por la senda de los sofismas. El universo de fuerzas que ahí se expresaron tampoco se debe ver a la luz de un miserable utilitarismo que obstruya entender, por ejemplo, el papel que han jugado familias del tipo de Claudio X. González, o la ruindad que han representado para este país el PRI, el PAN y el PRD, que debieran rendir cuentas de un pasado que los persigue y que para muchos mexicanos está más que claro.
Por otro lado, la marcha del domingo 27, convocada por el Presidente de la República, está fuera de duda que mostró músculo, que confirmó lo que ya sabíamos, que fue emplazada desde el poder con todos sus recursos, y traslapando lo que es propiamente una demostración partidista con la función estatal de informar de un ciclo de administración pública. Se observa aquí un afán de mezclar lo que debe estar separado; en el Estado estamos incluidos todos, y en los partidos las parcialidades. Pero en la marcha una y otra cosa tienden a fundirse, y eso huele al viejo esquema fascistoide que recuerda la vieja frase de Mussolini: “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
Que superó en número, que fue multitudinaria, que quizás nunca antes se había visto, y todo lo que se quiera, no le exenta de una crítica. Y hasta se superó el discurso del viejo PRI: ahora vale enorgullecerse de ser acarreado. Fue una marcha para aplastar a otra, lo que denota intolerancia al disenso que se supone vive en todo proyecto democrático. Y México es un abigarrado país de contradicciones que obliga a tener una visión clara de la metodología democrática para la resolución de sus diferendos. No asumirlo así es abrirle paso hasta a la guerra civil en un extremo.
Dos o tres aspectos llaman mi atención de la marcha lopezobradorista. En primer lugar, que la misma no tiende a construir ciudadanía, sino masas alimentadas con una visión distorsionada en un punto: catalogar de “histórico” lo que es únicamente un momento importante. Ya se cruzó la frontera de la política hacia el mito, ya se pretende que todos, incluso desde el anonimato, porque el único visible es el Presidente, crean, piensen y sientan que están haciendo historia por el sólo hecho de participar en una demostración pública solventada con recursos públicos, porque además los que gasta Morena tienen ese origen.
De tanto rodar la moneda de lo histórico, ya se desgastó, y con una argumentación fútil ya López Obrador se considera por encima de Juárez, por ejemplo, profeta de un humanismo sin ribetes, y el hombre clave del futuro que va a decidir quiénes son los próximos presidentes o presidentas de nuestra República, con el único argumento de que no podemos retrogradar. Esto habla de una “democracia iliberal”, concepto acuñado por un dictador populista, Viktor Orbán.
Por último, ya es tiempo de que pluralicemos la palabra “izquierda” y se empiece a hablar más de “las izquierdas”, porque de la monopolización que se ha hecho de este concepto no es correcta. López Obrador se ha beneficiado de la confusión, pero ya es tiempo de que levante la mano la izquierda democrática, comprometida con los derechos humanos, con el Estado de derecho y, desde luego, con la vertiente anticapitalista que la ha marcado históricamente, aunque esto hoy parece estar olvidado.
Así las cosas, mientras una manifestación reivindicó causas democráticas, por más desautorizados que estén sus impulsores visibles, la otra se hizo para silenciar a ese gran olvidado de la democracia que es el ciudadano, la ciudadana.
01 diciembre 2022
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.