Opinión

Hablo de mí y de las marcas que vi en los cuerpos femeninos: Sobre la hebra




enero 17, 2023

No soy la misma del 2020, ni mi humanidad, ni la humanidad en su conjunto es la misma después de la pandemia

Por Hilda Sotelo

Segunda parte

Ha transcurrido un año y medio desde que publiqué la primera parte de este texto. Le siguió un ciberacoso, invitaciones indeseadas a encuentros literarios y mi salida de la frontera. Me ha tomado meses procesar la experiencia y definir en mis palabras de qué fui víctima. Fui víctima del abuso de confianza por parte de las seguidoras del patriarcado, la objetivación de mi humanidad en las redes sociales con la caricatura del humor negro y las risas machistas. Y de las marcas sacrificables en mi cuerpa.

La memoria ancestral de mi cuerpa tenía tendencia a ser sacrificial. Mi Ma, mis abuelas y bisabuelas, quienes son mestizas y rarámuris, creían que las bendiciones se obtenían a través de sacrificios. Por eso, las mujeres con este tipo de herencias, corremos el riesgo de convertirnos en vehículos de la violencia, al ponernos como mártires con el objetivo de ver cambios y el cese de todas las venganzas y, por ende, las violencias. “Una se pone o la ponen de modo para que le den”, dice una amiga poeta. Mis ancestras tenían su versión sobre el sacrificio, y es aquella del florecimiento de los yoes donde lo podrido se transforman a través de la ruptura violenta. “En qué cabeza cabe”, decía mi Ma.

Dentro de la violencia regulada, como los rituales religiosos, las articulaciones patriarcales, las políticas del estado y las pedagogías de la humillación, las víctimas no saben que están siendo llevadas al matadero, ya sea físico o simbólico. El sacrificio está impregnado en la condición humana, no solo a través de la creencia cristiana de la expiación o la creencia de que los dioses piden sangre de cabrito o borrego para reestablecer el orden de las cosas. El sacrificio responde a una serie de dinámicas inmersas en nuestra convivencia cuando se cree que sacrificar devuelve la paz, restablece el diálogo patriarcal sin interrupciones.

No es mi deseo que la simbología del sacrificio siga vigente en mis cuerpas. Ni veo fallas en confiar en las personas que se dicen amigas o amigos. Confiar es parte de mi identidad familiar y cultural.  Aunque puedo alcanzar la liberación dentro de la complejidad de mis pensamientos y razones, no olvido a las identidades que aprovecharon el barco del escarnio para sacar ventaja de mi cuerpo simbólico destrozado, utilizando lo que les convenía para formar sus armonías y “logros”, violentándome con sus acciones, comentarios burlones, acusaciones y desaires literarios. Registrar estos datos en mi memoria me hace ser diferente, otra forma de ser humana y escritora.

A lo largo de estos meses y para preservar mi vida y estabilidad emocional, caminé a paso lento hacia la salida de la frontera. Saqué mis cuerpas de Ciudad Juárez-El Paso, sin embargo, la sensación de injusticia seguía presente, mi psique se extendía en el tiempo y los espacios, anhela justicia para mí y para todas.

El pasado vive en el presente hasta que logre sentir la liberación.

Y cada vez que intento “superarlo” o continuar con mi ejercicio intelectual y literario, mis palabras no resuelven, me regresan a mi ciberacoso y a la atrocidad de la carcajada en labios de la impunidad. No pude refugiarme y descansar en la retórica de la enemiga, ni en el rencor, ni asumir que me tienen envidia o definir a los y las acosadores como psicópatas u ocurrentes. No ignoro lo que me duele, ni empiezo de cero, ni doy vuelta a la página, si todavía mi repertorio lingüístico vive en la paradoja de saber defender los derechos de los demás, sin atinar a defender los míos.

“Ni un paso atrás” decimos las feministas latinoamericanas, y yo doy pasos en retrospectiva hacia mis textos, para ver si mis puntos de vista cambian. Algunos se transforman, otros expiran, otras ideas se quedan. Yo no soy la misma del 2020, ni mi humanidad, ni la humanidad en su conjunto es la misma después de la pandemia.

Este texto es para restituir, y devolverles la confianza a mis palabras, regresar a mis espacios físicos y virtuales a continuar procurando mis derechos y los de les demás, desde mi ternura radical.

“Sobre la hebra”, decía mi Apá.

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