Se fue del mundo terrenal. Decirle adiós es estrecharnos en este cálido cuadro floral hecho por ella: la memoria. Como dijo Elena Garro —en esa novela que tanto le gustó a Evita—, “Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”
Por Évolet Aceves
Twitter: @EvoletAceves
I
Recibo una llamada por la mañana. Una llamada tormentosa, pero también, hasta cierto punto, gratificante. De hoy en adelante, Eva, mi abue, descansará.
Recuerdo haber leído en alguna columna de Arnoldo Kraus la innecesaria y mortificante necedad que tiene la sociedad por prolongar la longevidad cuando ya no hay calidad de vida. Estoy de acuerdo, esos intentos de prolongar la longevidad son tortuosos, tormentosos para quienes lo padecen y para sus familiares.
Por ese lado estoy en paz, por saber que sus suplicios ya terminaron. Ya no hay más enfermedad, ya no hay más sufrimiento, pero, con esa pesadumbre, también se ha ido su vida, su cuerpo.
Mi madre, quien ha estado con su madre en todo momento, me dijo que, tras darse cuenta de lo ocurrido, en su semblante se dibujó una tranquilidad como la que hacía años ya no le había visto, debido a sus problemas respiratorios que durante los últimos años la obligaron a estar atada a un tanque de oxígeno.
Se dice que, en esos minutos liminales entre la vida y la muerte, la persona aún escucha. Mis padres le hablaron al oído, se despidieron de ella esta mañana, se despidieron de ella en este espacio terrenal.
Hablo de ella aún en tiempo presente, como si aún siguiera en su casa, esperándome, como todos los fines de semana, con su tequila y su Sangrita. Los últimos años yo se lo servía en sus caballitos preferidos.
Me enseñó a apreciar la música de Fernando Fernández —su cantante favorito—, baladista y pionero del funk mexicano, hermano de Emilio “El Indio” Fernández y tío de la cuentista Adela Fernández; me enseñó a Eydie Gormé y Los Panchos, a Antonio Badu, y así podría seguirme.
Me crio a mí y a mis dos hermanos mientras mis padres trabajaban. Me enseñó a coser en su máquina Singer, aún escucho ese hermoso sonido de locomotora en mi oído, la veo con sus anteojos haciendo algún zurcido, levantando el dobladillo a alguno de sus pantalones o enmendando alguna prenda mía.
Amante de las perlas, cuando era joven mandaba a hacer collares de oro a su gusto con joyeros que cumplieran sus caprichos, también diseñaba sus vestidos junto a modistas locales, basaba sus preferencias en vestidos que veía en revistas, pero ella complementaba los diseños con sus propias ideas.
“¿Estás de Ever o de Évolet?”, “¡Qué guapa!”, me llegó a decir el último año repetidas veces. Me enseñó a aplicar rubor correctamente sobre mis mejillas. Una tarde me enseñó todas sus zapatillas que usaba de joven, aún las conserva, modelos muy únicos, delicados, elegantes.
II
Hoy me visto de negro. Estoy de luto, pinté mis labios del color de su labial favorito: el dorado, el mismo que le llegué a prestar para que ella se los pintara aunque no saliéramos, simplemente para estar las dos en su casa. “Ese color de labial me gusta mucho, yo también tengo uno, me los pintaba mucho de joven así, de ese color”.
Me compartió experiencias íntimas durante los últimos dos o tres años, cuando yo me mudé con ella a raíz de la pandemia, protegiéndola del virus. Me habló sobre sus amores, me dijo secretos que nadie de la familia sabe. Soy, fui, la nieta o el nieto consentido de ella. Éramos uña y mugre, nos teníamos un amor muy único. Ella me entendía y yo a ella.
Le leía mis cuentos y poemas, veíamos películas, a veces me pedía cambiar de película, cuando la película estaba “muy mandada” (con muchos desnudos). Leíamos juntas. Le di a leer, años atrás, los Cuentos Reunidos de Beatriz Espejo, los Cuentos Reunidos de Amparo Dávila, los Cuentos Completos de Guadalupe Dueñas, Yo soy mi casa de Guadalupe Amor, Los recuerdos del porvenir de Elena Garro, Querido Diego, te abraza Quiela de Elena Poniatowska, entre otros que no recuerdo en este instante, pero el último que leyó fue una primera edición numerada de Muros de azogue, cuentos de Beatriz Espejo. Compartíamos nuestras opiniones de los libros.
Era muy hermosa de joven, y lo digo en verdad. Trabajaba en las oficinas de Tránsito en Toluca, después de haberse graduado de la Escuela de Señoritas, un edificio porfiriano en la misma ciudad, en donde les enseñaban a mecanografiar, entre otras actividades. De ahí ella estudió “para contador”, y por eso fue que consiguió su empleo en Tránsito, calculando números. Era tan hermosa, que la prensa llegó a ir a Tránsito exclusivamente para retratarla a ella, aún conserva la portada de la revista en que salió, con un encabezado que decía: “La señorita Evita, de deslumbrante belleza y carisma”, y se le ve sonriente, con su cabello a la usanza de los años sesenta, levantado, abultado sobre la cabeza a manera de un elegante panal de abejas reinas.
En su juventud, me dijo hace ya varios años, conoció a Luis Buñuel, gracias a uno de sus novios, un hombre relacionado con el mundo cultural de la Ciudad de México. Tras ir a un cabaret, “a un centro nocturno”, como le llama ella, mismo que tenía cortinas rojas hasta el piso y un abombado techo de cristal, en ese sitio, me dijo “conocí a Luis Buñuel, su mirada era muy penetrante, no era guapo pero tenía mucha presencia. Mi novio le dijo que debería contratarme para alguna de sus películas. Él dijo que sí, que deberíamos ponernos en contacto, pero nunca más lo volví a ver”.
Hablando de artes, ella también fue escultora. Sus esculturas no eran públicas, eran para adornar su casa: hacía muñecas de pequeño formato con vestimentas propias del siglo XIX, diferentes modelos de vestidos complejos y hermosos en colores pastel, también los pintaba, las muñecas de delicadas manos y caras detalladas sujetaban, algunas, sombrillas que hacían conjunto con los vestidos. Eran como mujeres europeas, quizá mujeres parisienses en el siglo XIX. Hacía cuadros florales tridimensionales para dar la impresión de que las flores o los floreros sobresalían del cuadro, esto contenido en un óvalo; los enmarcaba en marcos dorados con motivos barrocos y entre el óvalo y el marco, una marialuisa de terciopelo verde.
III
No conoció a su madre, pues murió al poco tiempo de que dio a luz a ella, Evita, quien sería su última hija, murió por una epidemia que arrasó con gran parte de la población en la primera mitad del siglo XX, el padre sólo se hizo cargo de los varones, ella y su hermana quedaron a cargo de su abuela, una mujer muy pobre a quien cuidó en sus últimos años, y también a quien, con su primer sueldo, a los 15 años, Evita le compró una radio de última tecnología, para que su abuela pudiera escuchar sus radionovelas en su casa, sin tener que caminar kilométricas distancias para escuchar su radionovela.
Hace unas dos semanas me pidió, nuevamente, escribir una novela sobre su vida, y me pidió que se llamara “Mis ojos ya no tienen lágrimas”. Tengo mucho que decir sobre esta gran mujer, mi abuela, una artista que, como muchas otras mujeres, han tenido que dedicarse al hogar sin poder dedicar tiempo a sus talentos plásticos, creativos.
Si escribo en pasado y en presente, es porque aún estoy fluctuando en esta despedida a ella, a quien sigo sin encontrar manera alguna de homenajear.
Se fue del mundo terrenal, es difícil encontrarme en otro país, no estuve físicamente con ella en sus últimos días —aunque sí hablamos mucho por video— pero de alguna manera lo estuve en los últimos años. Decirle adiós es estrecharnos en este cálido cuadro floral hecho por ella, donde cohabitamos: la memoria. Como dijo Elena Garro —en esa novela que tanto le gustó a Evita—, “Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga”.
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Évolet Aceves escribe poesía, cuento, novela, ensayo, crónica y textos híbridos. Psicóloga, fotógrafa y periodista cultural. Estudió en México y Polonia. Ha colaborado en revistas y suplementos culturales, como: Pie de Página, Nexos, Replicante, La Lengua de Sor Juana, Praxis, La Libreta de Irma, El Cultural (La Razón), Revista Este País, entre otros. Fue galardonada en el Certamen de ensayo Jesús Reyes Heroles (Universidad Veracruzana y Revista Praxis, 2021). Ha realizado dos exposiciones fotográficas individuales: México Seductor (2015) y Anacronismo de la Cotidianeidad (2017). Ha trabajado en Capgemini, Amazon y actualmente en Microsoft. Esteta y transfeminista.