Cuando hablamos de percepción de inseguridad, somos las mujeres quienes la mantenemos en los porcentajes máximos, históricamente por encima de la de los hombres y arriba del 50 por ciento a partir del 2018, cuando ésta se disparó en general en todo el país.
Por Celia Guerrero
“Me siento más segura desde que la Guardia Nacional está en el Metro, dijo ninguna mujer nunca”, leí en alguna red social en enero, cuando elementos de esta institución entraron a realizar labores de vigilancia en el transporte público de la Ciudad de México. El comentario sarcástico de la doble negación resultó ser una percepción muy real entre algunas usuarias con las que pude hablar, principalmente las jóvenes estudiantes y trabajadoras.
Lo evidente es que frente a la militarización de las dinámicas y los espacios públicos en todo el país las opiniones están divididas. Pero, ¿qué hay de la percepción de la seguridad diferenciada? ¿Cómo podemos profundizar en las vivencias de las mujeres y las niñas en un país militarizado, en lo que significa para nosotras la presencia de las fuerzas armadas en el espacio público cotidiano?
La mayoría de las mujeres no confían en las fuerzas armadas, se sabe. Pero hace unos meses se publicó el reporte exploratorio Vulnerabilidad frente a la militarización de la organización EQUIS Justicia para las mujeres que rescata los datos que lo demuestran y nos pinta una imagen detallada de cuál es la percepción de estas autoridades (Secretaría de Defensa, Marina y Guardia Nacional) en México.
El reporte de EQUIS nos arroja algunas luces: la desconfianza y percepción de corrupción de las fuerzas armadas incrementó entre las mujeres, según los datos de la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre la Seguridad Pública (Envipe) de 2020 y 2022.
De las tres, la Guardia Nacional es la autoridad con menos confianza en general, tanto de hombres como de mujeres. Y cuando se analiza esta información por sexo, las mujeres que respondieron “confía mucho” fueron un 30 por ciento; le sigue el ejército, con 38, y la Marina, con el 43 por ciento.
La Guardia Nacional, una de las institución a la que más se le ha invertido en términos de discurso para lograr su aceptación social, resultó ser también la peor calificada en general por percepción de desempeño y de corrupción.
Mientras, cuando hablamos de percepción de inseguridad, somos las mujeres quienes la mantenemos en los porcentajes máximos, históricamente por encima de la de los hombres y arriba del 50 por ciento a partir del 2018, cuando ésta se disparó en general en todo el país.
Otro dato de la Envipe 2022 nos sirve para demostrar algo que todas sabemos: para 2022 las mujeres nos sentimos menos seguras al caminar solas por la noche en los alrededores de nuestra vivienda, por lo menos frente al dato de 2021: la cifra de quienes respondieron que se sienten “muy segura” “segura” en esta circunstancia disminuyó de 31.1 a 30.8 por ciento. La diferencia podría parecer mínima pero —de nuevo— estos son solo datos, la realidad la conocemos nosotras.
¿Qué nos dice que la sensación de inseguridad de las mujeres se mantenga por arriba de la de los hombres, incluso cuando ésta disminuye en términos generales? ¿Cómo se relaciona con la militarización y la percepción de seguridad diferenciada?
En comparación con ellos, las mujeres nos sentimos más inseguras en el cajero automático, en el transporte público, en el banco, en la calle, en la carretera, en el mercado, en el parque o centro recreativo, en el centro comercial, en el automóvil, en la escuela, en nuestro trabajo, en nuestra casa. ¿Por qué?
Uso los términos “percepción”, “sensación”, “sentir”, casi como sinónimos y porque son los utilizados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) y otras instituciones que realizan estas mediciones. Pero tengo que reconocer que resulta molesto reducirlo a ello y me parece una gaslighteada mega institucional porque —de nuevo— todas lo sabemos.