En Chihuahua el pragmatismo de María Eugenia Campos, que he denominado “maruquismo”, se ha excedido más allá de lo que es, una posible coalición de partidos; y puedo afirmar, con conocimiento de causa, que el exgobernador Duarte influye en las decisiones del estado
Por Jaime García Chávez
Escalón es el último poblado del estado de Chihuahua hacia el sur. Por ahí se bifurcan los caminos que llevan a Durango o a Coahuila. Es una localidad de medio millar de habitantes que viven en el desierto, la pobreza y el abandono. Prácticamente hasta ahí llega la zona de influencia de María Eugenia Campos Galván, la gobernadora del estado, que acaba de declarar que aún en el caso de que le ofrecieran la candidatura presidencial por el PAN, PRI y PRD, ella preferiría seguir gobernando su entidad.
Los últimos gobernadores de Chihuahua, sin excepción, han soñado con esa candidatura que ocupó un chihuahuense en el lejano 1956. Hablo de un Luis H. Álvarez, que entonces formaba parte de la legión de los místicos de la democracia, en tránsito por la brega de eternidad. La ambición por el poder, así sea sólo para decir que se quiere, parece una enfermedad incurable y va asociada a la mentira y la simulación.
No son verdaderas las razones que invoca la gobernadora para renunciar a esa candidatura, previsiblemente derrotada de antemano. La realidad es que no tiene con qué arribar a esa posición. Ni al interior de su partido, ni con fortalezas en su propio estado, que la espera cuando concluya su fuero, una causa penal por las dádivas millonarias que recibió del tirano y corrupto César Duarte.
Veamos algunos datos: la república tiene, en números cerrados, 96 millones de ciudadanos empadronados, que son potenciales votantes en 2024. De esa cantidad, Chihuahua tiene sólo 3 millones, y el PAN, en un cálculo muy optimista, tendría un apoyo de un millón de votos. Los números no le dan a la gobernadora para brincar a esa candidatura que está en la aspiración al vértice superior del poder, esto dicho con toda frialdad.
Pero hay más: en las relaciones de poder, la clase política chihuahuense siempre ha cojeado, es decir no ha logrado cuajar ni relaciones ni personalidades de talla nacional. Y en todo esto pesa que esos 3 millones de empadronados estén muy por debajo de los padrones de la Ciudad de México, Estado de México, Chiapas, Guanajuato. Michoacán, Nuevo León, Jalisco o Veracruz, de donde pueden surgir figuras con mayor potencial por el simple número, y en un momento en el que las ambiciones están desatadas, no creo en lo más mínimo que alguien esté pensando en la provinciana gobernadora del estado de Chihuahua.
Pero, en todo esto, la simulación está más que clara: se dice en síntesis que el compromiso con su tierra está primero, aunque este sea más que vaporoso, porque existe una compleja situación de cohabitación gubernamental del PAN con el PRI, que causa comezón entre las bases de los panistas mismos.
En Chihuahua el pragmatismo de María Eugenia Campos, que he denominado “maruquismo”, se ha excedido más allá de lo que es, una posible coalición de partidos; y puedo afirmar, con conocimiento de causa, que el exgobernador Duarte influye en las decisiones del estado, a pesar de su reclusión en el penal de Aquiles Serdán. Tanto es así que es mano en decisiones de la administración centralizada de la entidad, con peso en el Congreso local y no se diga en el Tribunal Superior de Justicia, donde tiene como alfil a su presidenta.
La libertad de Duarte prácticamente está cocinada, es cuestión de tiempo y, particularmente, de las dificultades mismas que implica una decisión de ese tamaño, que hablaría claramente de lo que es la corrupción y la impunidad, haría a María Eugenia Campos una candidata presidencial impresentable.
Aquí hay otra razón de fondo: a lo anterior se suma que tendrá gran dificultad la coalición PAN-PRI para ganar el estado, y es difícil designar un candidato que va a perder en su propia tierra. Difícil, pero lógico, porque en Chihuahua, al norte de Escalón, se le conoce a la gobernadora por su impericia, por la ausencia de seguridad pública, por su frivolidad, porque se enferma cada vez que hay una crisis y porque su administración pública está construida, no con capacidades y talentos, sino con amigos y cómplices.
Por último, qué se puede pensar de una gobernadora que tiene una política migratoria pactada con el gobernador conservador y republicano de Texas, el famoso xenofóbico Greg Abbot, lo que hablaría de una candidatura con política exterior más que obsequiosa a los fines del imperio.
Así, la señora Campos Galván gasta su tiempo en hablar con los funcionarios federales de peso. El último intento fue con la “corcholata” Claudia Sheinbaum, con la que tenía pactada una entrevista de fin de semana, que finalmente se canceló. Pero se esperaba que Ebrard hiciera lo propio esta semana.
Sin tablas y sin parque para pelear, la gobernadora de Chihuahua se refugia en un supuesto amor a los chihuahuenses para cumplirles durante todo el sexenio, y dice que por eso desprecia la candidatura presidencial. ¡Ternurita!
La realidad se impone, nadie la conoce más al sur, este y oeste de Escalón, y en su tierra se sabe que encabeza un gobierno de fracasos, mentiras e impunidad.
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Jaime García Chávez. Político y abogado chihuahuense. Por más de cuarenta años ha dirigido un despacho de abogados que defiende los derechos humanos y laborales. Impulsor del combate a la corrupción política. Fundador y actual presidente de Unión Ciudadana, A.C.